9. Amistades.

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De pie en el espacio entre ambas camas, el no invitado escudriñó fugazmente el ambiente. Curiosear el lugar era una pésima excusa, su sonrisa socarrona y manos en las caderas lo dejaban claro; Gi era su centro de atención.

—Ahora que te veo tengo más curiosidad —habló por lo bajo en supuesta complicidad—. Anda, cuéntame tu secretillo, prometo no decirle a nadie.

—¿Qué? —Gi ladeó el rostro desconcertado.

—¿Eres chico o chica? ¿Qué escondes bajo tanta ropa?

—Ah~ —boquiabierto alcanzó a entender. Su pie topó con la mesita de noche tras él; el humano se le acercaba y no pudo retroceder— Es que no tengo. No tengo nada —bajó la cabeza arrepentido.

¿Admitir su asexualidad física no era sospechoso? No debía revelar que era un androide ¿Por qué se sentía paralizado con los puños apretados en el borde de su suéter? Presionado a soltar la verdad con tal de que aquel intruso lo dejara en paz. Se frustraba ¿Por qué ese idiota estaba empecinado en obtener una respuesta que ni siquiera su compañero de departamento buscó?.

—No te asustes —habló el invasor inclinándose a pocos centímetros de su rostro, supuestamente en tono compasivo—. Te han tratado mal ¿Cierto? Por eso no quieres nada con nadie. Pero déjame decirte —sonrió y tomó su mentón para conseguir su mirada. Gi tragó duro, obstinado bajó la vista al suelo aunque su rostro apuntara al frente—; cuando sientas verdadero placer te olvidarás de esta estupidez, pedirás más de lo que ahora dices no querer... ¿Entiendes? —insistió. Soltó una risa al no recibir respuesta ni directo rechazo— Sí, claro que sí... Pobre, lo que necesitas es mucho amor. ¿Puedo darte un besito?

—No. —fue tajante, al menos en lo que su fugaz respuesta fue pronunciada. En menos de un segundo su sistema se alteró y cerró los ojos para evitar revelar sus luces de colores.

—Si cierras los ojos está bien.

Gi alcanzó a oler el tabaco y el alcohol de su aliento acercándose.

Gi alcanzó a oler el tabaco y el alcohol de su aliento acercándose

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Al siguiente instante estaba en el baño. Solo.

Su corazón retumbaba desenfrenado y el cuerpo tropezaba consigo mismo en el estrecho espacio, sin decidir qué golpear. Retrocedió alejándose de la puerta hasta chocar con la mampara de la tina a su espalda.

Rojo, azul, violeta; estallaban por donde mirase. Rabia, congoja y terror, delataban...

«¿Amarillo?». Aquel color exponía profunda vergüenza que, para más azul en su sistema; no tenía por qué sentir. Él no había hecho nada malo ¿O sí?

Inhaló por la fuerza, se estaba quedando sin aire al tratar de retener el llanto. Cual niño enmudecido tras un duro golpe, su boca abierta quería gritar sin conseguir sacarlo.

Naranja; incomodidad y asco, cubrieron el ambiente y cualquier otra emoción al llenar de aire sus pulmones y saborear tabaco y alcohol, el asqueroso aroma de ese hombre taladrando en su nariz.

AmygdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora