30. Seis días y muchas huidas (PT2)

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«You had to kill me, but it killed you just the same»

My tears ricochet - Taylor Swift

SALEM.

Maldigo a William en cada paso que doy, Ramiro está muy ocupado gritando el nombre del perrito que le di —podría ser incorrecto, no tengo tan buena memoria— como para darse cuenta que quiero desaparecer. Le he dado la mano la mitad del camino porque me preocupa perdernos el uno del otro, es una ciudad desconocida, no tenemos idea de qué calles estamos recorriendo.

Es menos incomodo que antes. Ya no es doloroso ni se siente ningún tipo de tensión lo cual es un gran avance, aun así, no me confío.

—¿Crees que esté en ese parque? —pregunta Ramiro al pisar la acera.

—Eso sería muy predecible.

—Por eso —insiste—, se van a dar cuenta que no estamos y se van a preocupar por su mascota.

—Créeme, si ven que sus amigos que se detestan han desaparecido sin rastro alguno, dudo que lo que piensen es "se llevaron al perro" —me encojo de hombros al cruzar la vía peatonal—. Aunque están muy ocupados besándose, por fortuna.

—Cierto.

Caminamos a un metro separados del otro, hay un par de parejitas en el parque, jugando en sus columpios. El sol ha subido más, el calor se hace insoportable tras las cuadras, pierdo a Ramiro de vista varias veces en la multitud, por fortuna puedo encontrarlo a los segundos, es llamativo igual a las flores rojas que crecen en los arbustos recién plantados.

Por fuera me rio de sus chistes que de manera inocente buscan bajar la tensión, por dentro estoy igual de confundido que cuando nos dejamos.

¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?

Es probable que aún no hayamos vivido lo suficiente, lo que me lleva a preguntarme si estoy conforme con que las próximas veces que nos veamos en los encuentros de nuestros amigos sea así.

Debería dejar de hacerme ideas.

O haberlo detenido.

Debería haber podido utilizar este tiempo en olvidarlo.

Creo que ya no me interesa encontrar a nadie, desde que ya no soy la mitad de algo estoy completo, pero nadie suele hablar de lo solitario que es ser autosuficiente.

—¿Has visto ese puesto? —rompo el silencio al percatarme de un vendedor de flores que acaba de instalar su carrito en la esquina.

—Sí —Ramiro lo mira con nostalgia, no lo interrumpo—. ¿te parecen bonitas? A algunas se les están marchitando los pétalos.

—Tiene un par de tulipanes con cartas, me llaman la atención. —vacilo. Siendo sincero quiero evitar el tema por si le trae malos recuerdos.

Es devastador darse cuenta de lo egoísta que es escoger estar en la vida de una persona, hacerla abrirse y ser su primera experiencia, no es común detenerse a pensar en cómo marcamos a los demás, pero yo soy masoquista. Sé que jodí sus flores favoritas al convertir ese regalo en nuestro, que las motocicletas están en todos lados y aquello debió ser un martirio, que los tatuajes quedaron en él por meses después de que nos separáramos.

Aunque sin duda lo peor es cuando las cicatrices que deja la partida de alguien están escondidas bajo la piel, puede que no lo viera en los atardeceres, sin embargo, en la poesía, en mis canciones favoritas que tuve que pasar de largo, en las calles que antes cruzaba pensando en él, en no volver a cocinar para nadie más de la forma especial en la que era con él... Nuestras palabras favoritas murieron, las bromas con las que reíamos dejaron de dar gracia porque no fui capaz de que nadie más las entendiera, las palabras hirientes que guardamos en un cajón, nada quedó y nada desapareció, solo dejó de tener sentido.

Siénteme pero no me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora