33. Tres días (PT 2)

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«Kiss me on the sidewalk
Take away the pain
'Cause I see sparks fly, whenever you smile»

Sparks Fly - Taylor Swift

SALEM.

Hay una sensación preciosa en volver a un sitio y que lo que te hace sentir no ha cambiado.

Los señores Gurdensen son igual a como los recordaba: Complicados.

Se entienden entre ellos, es divertido verlos discutir con los empleados del aeropuerto porque perdieron la maleta de Rodrigo. El padre de Ramiro tiene la misma sonrisa cómplice que en la última comida que compartimos, su madre en silencio nos saluda sin apartarle la mirada a su hijo.

—Henko —habla Rodrigo—. Qué mal te han tratado los años.

—No soy yo el que se está quedando calvo, José.

—Veo que tampoco has perdido el sentido del humor de mierda.

—Ni tú la amargura.

—¿Cuánto falta para que madures, Salem?

—Me alegro que te tuvieras que ir a otra ciudad —ruedo los ojos—, fue un lindo descanso de ti.

—El descanso fue porque mi hermano te dejó. —responde, dando en el blanco, ganando por completo esta discusión.

Mierda.

Es imposible disimular mi expresión, él lo nota y juraría que una disculpa queda en la punta de su lengua mas no le doy tiempo de entregarla. Doy media vuelta para ayudar a los señores a llevar su equipaje hasta el automóvil que rentaron, es muy extraño verlos sin poder hacer chistes sobre ello, es complicado verle la cara a Flor. Que el tiempo no la afecte da la impresión de que nada ha cambiado.

Ramis está muy ocupado compartiendo sus quejas sobre el clima de aquí con su padre como para percatarse de la tensión alrededor. Es distinto verlo junto con su familia porque pese a todo, hay que ser ciego para negar que le hacen muy bien, le devuelven cierta chispa que sus ojos habían menguado.

—Vamos a comer, he visto un video de un restaurante elegante en internet —informa René—. ¿Salem viene con nosotros?

—Yo vine a...

—Sí —me interrumpe Ramis—, él conoce mejor esta ciudad que yo. Nos será de utilidad.

—Siempre es bueno tenerlo cerca —agrega Flor—, recuerdo que sabe de cocina ¿No?

—Soy chef, hace un par de años. —contesto tenso.

—Está decidido —Ramis pone su mano en mi hombro, es un acto simple que me toma por sorpresa a mí, el resto de presentes ni siquiera se inmuta, ni siquiera él—. Ven, vamos al asiento trasero.

—¿Y yo? —inquiere Rodrigo.

—Es una camioneta, manejas tú —responde Flor en tono jocoso—. Apúrense, que tenemos mucho que hacer ¡Ya quiero ver a Lubana!

—¿Necesitan ayuda? —tomo la maleta de las manos del señor Gurdensen—, déjenme cargar esto.

Metemos el equipaje —que, por cierto, es demasiado si estarán un par de días para la ceremonia— en el maletero, junto con un par de regalos caros que llevarán durante el viaje. En camino, Rodrigo intenta molestarme de vuelta, con todo menos el único tema que podría callarme y a pesar de que sea una pequeñez, me habla mucho de cómo me percibe ahora.

También intercala su mirada a través del retrovisor entre su hermano y yo, como si quisiera buscar un indicio que no aparece porque estoy muy feliz de estar allí como para alterarlo. Nos quedan veinte minutos en la carretera cuando me pongo mis audífonos porque el sonido irritante de la radio me incomoda.

Siénteme pero no me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora