32. Cuatro días y menos heridas

7.6K 823 397
                                    

SALEM.

Las luces están apagadas, el incienso sigue llenando de humo el cuarto, una música lenta se reproduce desde mis audífonos. Puedo escuchar su respiración por debajo del beat musical.

Miro al techo en silencio, los dragones que recorren mi pecho ahora vagan por mi cuerpo provocándome cosquilleos cada vez que a mi cerebro se le ocurre la atrevida idea de rememorar el beso en la cocina.

Ahí van mis incontables intentos de disimular que no lo he dejado de querer, aunque sea un poco.

Suspiro. Remojo mis labios, revivo ese instante una y otra vez, tengo las mismas reacciones que en ese momento, los latidos de mi corazón se unen a retumbar junto a la melodía.

—Duérmete ya —exige Ramiro—. Hicimos un trato.

—¿Cómo sabes que estoy despierto?

—Respiras distinto cuando estas dormido.

Muerdo mi labio inferior conteniendo la risa que me provoca que recuerde eso. Dice muchas cosas, ninguna lo deja bien parado.

—Tú también dijiste que ibas a dormir —le reclamo—. Como siempre mintiendo.

—Estaba meditando.

—¿A que conclusión llegaste?

—Que dormir con mi ex no es lo peor que podría haber hecho esta semana —dice riendo.

—No sabia que soy tu ex —sonrío—. Es bueno saberlo, creo que me salté la parte donde soy tu novio, aunque es mejor que no ser nada.

Ha rodado los ojos, no doy vuelta a confirmarlo, lo conozco. Ramiro niega con la cabeza, la leve sacudida de su almohada lo delata.

—Quiero tu positividad. —murmura.

—No te creas, soy bastante pesimista, solo tengo un par de excepciones.

—¿Cuáles son?

Doy media vuelta a verlo, en la oscuridad solo se notan sus rizos, sus ojos claros y el brillo en su sonrisa. Con cuidado, tomo su brazo para hacer que me vea, lo hago lo suficiente lento para que me detenga si no desea que lo toque. Una parte escondida de mí vuelve a la vida cuando tenemos contacto.

—Tú sabes cuales son. —susurro con suavidad.

—Esperaba que el tiempo te quitara la labia.

—No he dicho nada, Ramis.

«Puedo notar lo mucho que te cambia la cara cuando te digo así. Y lo adoro»

—Sí, sí, ve a mentirle a otra persona —chasquea la lengua—. Yo puedo leer tu mente.

—¿No te asusta lo mucho que rondas por ahí?

—No me gusta compartir sitio con motocicletas y tus cantantes de pop dolidos.

—Es que abriste la puerta equivocada.

—¿Sí?

Me acomodo en la cama a explicarle, tiro de mi sabana para cubrirme mejor. La barrera de almohadas se está esparciendo a los lados.

—Pienso que las mentes son como un gran salón, lleno de pasillos y puertas que nos guían hacia las cosas que nos gustan, sus secretos o experiencias —bostezo—, para mí, la consciencia es un sitio ordenado. O desordenado si no lo limpias, claro, mas no es mi caso.

—¿Tengo un buen sitio en tu palacio mental?

—Estas por todos lados —resoplo, entre orgulloso y frustrado—, pintado en las paredes, en las flores en el piso, en la decoración brillante del techo, creo que cada cuarto tiene algo tuyo.

Siénteme pero no me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora