XVIII

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Naruto observaba atento a los sapos del otro lado del cristal. Estaban quietos encima de las hojas, uno al lado del otro dentro de su pecera.

Al más grande le había puesto Gamabunta, y al pequeño Gamakichi.

Los había comprado en una veterinaria luego de trasladarse al nuevo condominio.

Aun así no era lo mismo. Echaba de menos a Kurama. Sus correteos matutinos, sus jugueteos diarios y como lo recibía con un gran salto a sus muslos cada vez que Naruto llegaba a casa.

Sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas. Fue a limpiarse y al mirar alrededor se dio cuenta de que ni siquiera había terminado de desempacar.

Quedaban trastos dentro de las cajas. Mantas que debía doblar y guardar.

Pero animicamente seguía sintiéndose enfermo, terriblemente triste y decepcionado.

Había faltado tanto al trabajo de repartir diarios que le habían despedido.

Ahora solo le quedaba volver a pedir empleo en el supermercado. Pero aún no, era muy pronto todavía.

Deidara no podía salirse con la suya. Y tampoco Sasori.

No entendía qué querían con él aparte de fastidiarlo. Aún no podía creer que Sasori se prestara para hacer algo así.

Al meditarlo con más calma Naruto habría querido gritarle una sarta de obscenidades, lo habría golpeado por atreverse a jugar de ese modo con él. Lo peor es que le había creído.

Le creyó tanto que de verdad se había enamorado de Sasori. Por fortuna había escapado a tiempo.

A saber qué era lo que tenían planeado hacerle después.

Su autoestima estaba ahora por los suelos. Dormía con un bate junto a la cama y a veces tenía pesadillas con Deidara.

Debía hacer algo. Pero ni siquiera podía salir de su ridículo ciclo depresivo.

Lo que le pasó a Kurama no podía volver a repetirse...jamás. Ni con él ni con ninguna otra persona. Naruto iba a asegurarse de que así fuera.

Tenía pensado acomodar el resto de sus pertenencias y después hacer la tarea, pero al final decidió que le hacía falta salir. Llevaba semanas enclaustrado, yendo de la escuela a su casa y a dormir.

Tenía que empezar a hacer algunos cambios en su vida. Por más que le doliera empezar de cero y saberse con el corazón roto.

Su primera parada fue al parque. Compró un helado y lo comió en una de las bancas mientras pensaba a donde ir a continuación.

De pronto recordó las citas con Sasori y se sintió invadir por un sentimiento negativo y deprimente.

No podía permitirse caer de nuevo en ese pozo.

Podría ir a la plaza o ver una película. Era libre de hacer lo que quisiera. El problema era que tendría que hacerlo solo ya que aun no se sentía lo suficientemente bien para salir con alguien.

Caminando por la acera lateral del parque, Naruto miró detenidamente sus opciones. Hasta que se topó con un dojo que ofrecía lecciones de defensa personal.

Emocionado, Naruto corrió dentro del local, donde enseguida lo recibió una anciana de baja estatura asestandole un buen golpe en la cabeza con el periódico.

-¡Esos modales!- remarcó la anciana señalando la entrada del dojo.

Adolorido y confundido, Naruto dejó de sujetarse la cabeza para mirar hacia la fila de zapatos.

-Lo siento, anciana- se apresuró a quitárselos para ponerlos en su lugar.

-Nada de anciana- le aleccionó la susodicha con disgusto-. Llámame Chiyo. Y la siguiente clase empieza dentro de una hora. Eres libre de esperar o volver luego.

-Esperaré- asintió Naruto, mirando con atención el interior del dojo.

Parecía que al fin había encontrado lo que buscaba.

Aprender a pelear. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora