Summer
Solo es mediodía y ya estoy agotada. Paso por el refugio para comer con mi hermana y Roy. Tenemos una salita en el piso de arriba para hacerlo. En realidad, cuando hicimos reformas nos montamos una casita, con tres dormitorios, un baño y cocina americana junto al cuco salón. Pero el señor Stone nos informó de que no podíamos vivir aquí dentro, así que estamos tirando el dinero en un alquiler de un piso aún más pequeño.
Y solo usamos el piso superior para comer. Kate ha calentado una lasaña en el horno y nos sentamos en la mesa, con Reina mirándome con cara de pena desde abajo.
Generalmente me despierto bastante antes del amanecer y saco a los perros en tres tandas. Mi hermana trabaja de lunes a viernes en horario partido (mañana y tarde, con dos horas para comer), así que no me parece bien que tenga que encargarse de sacar a los perros, y Roy trabaja de noche, así que no suele llegar casi hasta la hora de comer, salvo los tres días que yo trabajo por la mañana, que entonces madruga en exceso el pobre para poder quedarse con los perros. Pero yo los saco temprano, él les dará un paseo después de la comida y Kate lo hace por la noche.
Funcionamos. Al menos por lo general, porque la resaca me está matando. Ni siquiera me di cuenta de que bebía tanto, pero he estado todo el día destrozada. Y, en cuanto nos sentamos a la mesa, me hacen un interrogatorio completo.
Así que les cuento con pelos y señales mi desastrosa cita.
―Pensé que me mandaría a la mierda al verme con esas pintas, y el muy capullo me hizo una foto y me obligó a sentarme entre todos los ricachones, creía que me moría de vergüenza.
Mi hermana y Roy también se ríen con ganas, así que me dedico a picotear mi comida y a explicarles el resto de la cita.
―Incluso me pagó el taxi, ni siquiera me di cuenta, yo iba a pagarlo, pero cuando llegué el hombre me dijo que lo había hecho él. ¿Tiene que controlarlo todo? Qué desesperación.
―¿Tan horrible es tener una cita de verdad, Summ? ―me pregunta Kate, soplando su lasaña para que se enfríe―. Hace siglos que no sales.
―No hablemos del tiempo que hace que no echas un polvo ―la apoya Roy.
Yo los miro fatal.
―Harry sería el último hombre del mundo con el que me acostase. Seguro que lo hace mirándose al espejo. Y que se corre a los veinte segundos y sin preocuparse de mí. Los hombres como él están acostumbrados a tenerlo todo y no dar nada.
Durante unos segundos solo se miran, luego comemos en silencio. Reina me apoya la cabeza en el muslo, esperando que le dé algo. Trato de ignorarla, pero es muy difícil. Mucho más que rechazar al capullo, ese es el nivel de la cita.
―Nadie te ha dicho que tengas que tener citas y acostarte con él ―dice mi hermana al fin―. Pero parece que te ha marcado.
Boqueo un poco. ¡Si estábamos hablando de él! ¿En quién se supone que tengo que pensar? Es verdad que hace siglos que no tengo una cita de verdad, creo que renuncié a ello hace mucho. Al menos desde que montamos el refugio. Dejo la comida en paz, porque he hecho pedazos mi lasaña, pero no he comido apenas. Y luego me disculpo con ellos para volver al trabajo. Martes, miércoles y jueves tengo que ir al veterinario dónde solía trabajar antes del refugio en horario partido. Supongo que es una suerte que nunca llegase a dejar mi trabajo.
Y tengo demasiadas preocupaciones como para añadir la de tener citas a la lista. Citas de verdad, porque obviamente el juego del capullo no lo es.
―Te veo por la noche, Reina ―le digo a la perra, inclinándome para besarle la frente.
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Si en diez citas...
RomantikHarry tiene un enorme vacío dentro que solía llenar con alcohol, pero con su chapa de quinientos días sobrio no le queda más remedio que buscar otra forma de sentirse completo. Y, cuando menos lo espera, se topa con la alguien que hace que ese aguje...