Summer
No he sabido nada más del capullo en toda la semana, lo que ha sido un alivio. El sábado me escribe después de comer. Gimoteo cuando oigo el móvil y mi hermana me informa de que es él. Revoltoso, uno de los perros, ha decidido pegarse con otro más grande que él en el parque y le estoy curando la herida, así que le ignoro hasta que acabo.
Luego me quito los guantes y miro el mensaje:
Capullo: A las siete. Aquí.
Ni siquiera miro la dirección incluida. Me dejo caer al suelo con otro gimoteo y Revoltoso viene a tumbarse sobre mis piernas, mimoso y asustado aún.
―Yo también me estoy pegando con alguien más grande, sé cómo te sientes ―le digo acariciándole la cabeza con cariño.
Informo a mi hermana de los planes. Esta vez no voy a ir como una payasa, porque está claro que al capullo le da igual, pero tampoco me apetece mucho arreglarme en exceso, porque estas citas no podrían importarme menos. Así que a las cinco y media me voy a casa, me ducho, me hago un moño algo torpe y me pongo vaqueros y una camiseta de tirantes que se ajusta mucho a mi torso y mi pecho. Así iría a cualquier cita normal, así que me doy por satisfecha.
Salgo de casa a las seis y media, tras comprobar la dirección. El autobús se retrasa, así que llego tarde otra vez. Harry vuelve a esperarme delante de un edificio. De un edificio demasiado elegante. Él lleva traje, de nuevo. Empiezo a odiar las citas a las que hay que ir con traje. Está extrañamente atractivo, como más repeinado, se ha afeitado del todo y el traje oscuro le queda demasiado bien, además, lleva una corbata fina. Está con el móvil, tecleando algo, pero lo guarda cuando llego.
Me mira con una sonrisa. No soy capaz de devolverle el gesto, porque me he puesto muy nerviosa de golpe y ni siquiera sé por qué. Quizá porque nunca he estado en esta parte tan elegante de la ciudad. Y porque el edificio a su espalda parece uno en el que jamás entraría por propia voluntad. Tiene una entrada amplia y columnas gruesas. Las paredes son de espejo reluciente y limpio y el suelo está cubierto con una moqueta roja. Está elevado de la calle por cinco escalones enmoquetados y el camino rojo lleva hasta una puerta dorada, que permanece abierta.
―¿Vamos? ―me pregunta, tendiendo una mano hacia mí.
No cojo sus dedos, eso sería rarísimo, pero me sujeto a su brazo para caminar a su lado. Al menos me he puesto unas sandalias con una cuña bastante alta y no soy tan bajita a su lado como es habitual. Pero cuando me conduce al interior, quiero correr en la dirección contraria.
Aquí hay mucha gente metida y todos van vestidos como si fueran a un baile de la alta sociedad. Y yo voy en vaqueros, con rotos. Quiero morirme.
Al parecer, da igual lo que haga, porque nunca voy a ir vestida para la ocasión. Me doy la vuelta, con toda la intención de irme a mi casa, pero Harry me rodea la cintura con un brazo. La camiseta se me sube unos milímetros por el movimiento y sus dedos calientes rozan mi piel. Un escalofrío me recorre. Doy un paso atrás para librarme.
―Estás preciosa, Summer, mucho mejor que para la última cita ―asegura.
―Te odio. ¿Lo sabes?
Suelta una carcajada y me dan ganas de taparle la boca, porque un montón de gente nos mira. Trago saliva con dificultad. Delante de nosotros hay una serie de puertas grandes que permanecen cerradas. Supongo que habrá algún tipo de espectáculo al otro lado que aún no ha empezado.
Antes de que pueda preguntar, porque sí que siento un poco de curiosidad, una mujer se acerca. Y la reconozco, no porque la haya visto antes, sino porque su perfume me golpea la nariz y estoy a punto de estornudar. También reconozco el tono rojo de sus labios, porque lo vi en el cuello de la camisa de Harry el día que perdió a Friend.
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Si en diez citas...
RomanceHarry tiene un enorme vacío dentro que solía llenar con alcohol, pero con su chapa de quinientos días sobrio no le queda más remedio que buscar otra forma de sentirse completo. Y, cuando menos lo espera, se topa con la alguien que hace que ese aguje...