8.- Segunda cita - parte dos

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Harry

Por lo general, quedarme sentado durante dos horas no es mi actividad favorita, pero reconozco que me gusta el teatro y me entretiene. Y, al parecer, a Summer también, aunque sea un poquito. La miro más a ella que a la obra. Parece emocionada a ratos, luego, en un momento dado, se lleva las manos a la boca y al final aplaude fingiendo indiferencia. Y, cuando me mira, pone cara de aburrimiento total.

Supongo que la culpa es mía y no de la actividad, en realidad. Quizá Juls lleve razón y esté metiendo la pata. Lo pienso un momento, pero cuando la veo ahí, con esos vaqueros que se ajustan mucho a sus curvas y el sugerente escote, me olvido de mis reparos. Me encanta que vaya vestida tan casual en un sitio en el que todo el mundo se pone sus mejores galas. No es muy justo, porque ella ni siquiera sabía dónde veníamos, pero sigue siendo encantadora. Adorable. Divertida. Y mientras la miraba más a ella que a la obra me doy cuenta de que me he sentido muy bien durante dos horas.

―¿Damos un paseo? ―pregunto, cuando la gente empieza a salir.

Nos hemos quedado aquí en el descanso también, sé que no se siente cómoda vestida así entre la gente, así que no quería forzarla a verlos, ni a más encuentros desagradables.

―Claro ―musita.

No hablamos mucho más mientras salimos a la calle y nos alejamos de la zona del teatro. Lo mira un poco al alejarnos y me parece que reconozco ese gesto. Es el mismo que se me pone a mí justo antes de hacer una foto: la necesidad de guardar un recuerdo.

He perdido demasiados, por eso me gusta tanto hacer fotos. Todas esas noches de borracheras que me despertaba en un sitio desconocido, sin saber cómo había llegado, sin dinero en la cartera y con compañía que no reconocía, se convertían en momentos perdidos de mi vida, en recuerdos que nunca volverían. Así que empecé a fotografiar todo lo importante.

Acaricio la chapa con los dedos, sin sacarla del bolsillo y conduzco a Summer por la amplia avenida principal. El buen tiempo hace que esté repleta de gente, y la hora que es, casi la de la cena, trae olores mezclados de diferentes puestos de comida.

―A la próxima cita, quizá puedas mandarme la etiqueta y, tal vez, no me enfade esta vez ―me dice, con un ligero tono bromista, aunque sus mejillas pecosas han enrojecido.

―Quizá no lo haga ―replico, con el mismo tono―. Tal vez me haya gustado tu elección de ropa.

―Entonces, quizá no deberías llevar traje tú, para que, tal vez, no sea la única que hace el ridículo.

Dejo ir una carcajada sincera y rozo sus dedos con los míos, cuando caminamos sin prisa por la avenida.

―No has hecho el ridículo.

―No me importa lo que esa gente piense de mí, no los conozco y no voy a hacerlo ―me dice, alzando la barbilla―. Pero sigue siendo incómodo que todos te juzguen con la mirada.

―Al menos, ¿he acertado con la cita?

―No es lo que habría hecho yo en una cita ―reconoce, sin mirarme a la cara―. Pero ha sido hermoso.

―Aunque la compañía mejorable, por supuesto ―la ayudo, haciéndola reír con ganas―. ¿Quieres comer algo?

No es algo que yo haría en una cita, pero sin duda es algo que Juls haría si estuviera aquí, coger algo de uno de esos puestos y comérselo con las manos. Summer mira alrededor y señala uno con helados. Le dejo pedir y pago, aunque asegura que puede pagar un helado.

―Me lo imagino ―replico―, pero el trato era que yo invitase, ¿no?

―¿No quieres nada?

―No.

Si en diez citas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora