5.- Primera cita - parte dos

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Harry

Es la cita más divertida de mi vida.

Summer no se parece a ninguna de las mujeres con la que he salido antes. Trato de imaginarme a alguna de ellas con la pinta que lleva, pero soy incapaz. Y la idea me hace sonreír todo el tiempo. Hemos hablado un poco de cosas superficiales, como de comida, mientras pedíamos. Ella ha pedido un costillar y yo un filete jugoso. Me sorprende su elección, normalmente con las mujeres que salgo piden una ensalada, y comen con delicadeza con el tenedor. Ella mira los que tiene alrededor, luego escoge uno de ellos, uno que no es para ese tipo de carne, parte una costilla usando el cuchillo del pescado y la coge con los dedos para mordisquearla.

―En algo tengo que reconocer que me equivocaba, Summer ―le digo, sin conseguir controlar la sonrisa.

―Qué novedad. No diría que alguien como tú reconoce eso a menudo. Sorpréndeme.

Me río con más ganas, haciendo que la señora Fisher me mire desde su mesa. Su marido trabaja para mí, voy a dar que hablar en la oficina y me da igual, miro con gusto cómo Summer roe la carne del hueso, olvidándose del pintalabios exagerado que lleva, al parecer. Se pringa de grasa las comisuras y las manos. Una gota de salsa le chorrea por la muñeca y se lame a sí misma.

―Quizá contigo sí que necesite más de una cita. No calculé tu sabotaje ―bromeo, partiendo mi propia carne.

―¿Pensabas que caería en tus encantos sin más? ―Me mira con un falso parpadeo.

―Tenía la esperanza. ¿Crees que tengo encantos, nena?

―Llamar «nena» a las tías no es uno de ellos, sin duda.

―Seguro que no. Quizá he sobrevalorado mis habilidades, porque tal vez ya tengo a las tías a mis pies cuando llego a la primera cita. ¿Crees que puedo seducir a una mujer solo con mi presencia? Ahora temo mis superpoderes.

Suelta un resoplido, pero parece decidir que bromeo. Se limpia los dedos en la servilleta de tela, dejándola perdida y se acaba el vino. Yo le pido otro al camarero y decido buscar un tema de conversación más sencillo. Quiero que me hable. De lo que sea.

―Entonces, ¿de qué trabajas?

―Tengo un refugio, ¿recuerdas? Rescaté al perro de tus amigos.

―Lo secuestraste, más bien.

Me mira indignada, pero como el camarero llega a llenar su copa guarda silencio. Luego aprovecho para seguir hablando, sin dejar que replique nada.

―Pensaba que los refugios eran como un voluntariado, que no dan dinero.

Suspira y deja en paz el hueso que iba a roer. Parece triste de golpe, su mirada se pierde un momento. Lo sé porque reconozco bien ese gesto, lo veo a diario en mi espejo.

―Sobrevivimos a base de subvenciones, cuando llegan, donaciones y ayudas, pero es verdad que no da dinero para vivir. Yo trabajo en una clínica veterinaria tres días a la semana para ganar un sueldo extra. Mi hermana trabaja en una peluquería para mascotas y Roy pone copas en bares. Y los tres llevamos el refugio apañándonos como podemos. No todos tenemos la suerte de haber nacido en una marmita de oro.

Asiento un poco, no voy a discutírselo, tuve mucha suerte de nacer en la familia que lo hice, aunque mi padre fuera duro y poco dado al cariño conmigo. Aun así, sé que mi vida está resuelta y si no quisiera trabajar, seguiría ganando dinero para vivir cómodamente el resto de mis días.

―Entonces, trabajas con tu hermana ―insisto, porque quiero que hable más.

―Sí. Y con mi mejor amigo. ¿Por qué?

Si en diez citas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora