Prólogo

1.9K 284 90
                                    

Nota de autora 1: El otro día, mientras preparaba capítulos de esta novela, subí uno sin querer (y obviamente lo eliminé un segundo después) y me habéis escrito varias por la decepción de que no os dejase leerlo. Así que, para compensar, os subo el prólogo. Y después de esta maratón un poco loca con el final del libro anterior y esto, volveré a un ritmo de publicación un poquito más normal (capítulo semanal/quincenal dependiendo de mi tiempo libre).

Nota de autora 2: Esto es una idea un poco loca y vengo a preguntaros vuestra opinión. Si me seguís en redes sociales, habréis visto que hago una imagen del capítulo que publico para anunciar que lo he subido. Como aprovecho los ratitos libres para corregir varios capítulos y tenerlos preparados, cuando subo un capítulo ya tengo dicha imagen del siguiente capítulo lista. Suele ser una frase o una escena breve, que puede considerarse spoiler del siguiente capítulo (por lo general trato de no contar mucho, pero bueno, siempre es algo). Así que la pregunta es: ¿os gustaría que al final de cada capítulo subiera la imagen del siguiente a modo de adelanto o seguimos como hasta ahora? No sé si interesaría, la verdad. Es como cuando en las series ponían eso de: en siguientes episodios... ¡Os leo!

**

Summer

Estoy a punto de marcar el número de teléfono que me muestra la pantalla del ordenador cuando la puerta se abre como si quisieran arrancarla de los goznes. Un hombre con una pinta bastante cuestionable, teniendo en cuenta que es un lunes a las nueve de la mañana, entra con la respiración entrecortada.

Lleva un pantalón de traje arrugado, con la cremallera bajada, la camisa blanca mal abrochada y marcas de carmín por el cuello de esta y por la barbilla, donde una ligera barba oscura empieza a hacer aparición. Además, su pelo negro está tan despeinado que tengo la sensación de que, si se pasase un peine, se le quedaría enganchado. Y sus ojos, de un tono oscuro entre el marrón y el negro, brillan enfebrecidos, quizá de desesperación.

Nos han entrado un par de veces a intentar robar, no se parece a esa gente, pero quizá esté borracho o colocado. Llevo la mano hasta el bate de béisbol plateado que tengo bajo el mostrador, regalo de mi padre. Él quería darme una pistola, por suerte mi madre le convenció de que se limitase al pesado bate. Mi mano se cierra en torno al mango.

―¿En qué puedo ayudarte? ―pregunto, sin sonreír. Siempre trato de ser simpática, pero no me gusta que invadan así mi territorio, con esa brusquedad tan agresiva.

―Mi perro... ―Jadea, ha debido venir corriendo―. Dime que está aquí, mi perro ―repite.

Huele a colonia tan fuerte que cuando se acerca me hace arrugar la nariz. Daría un paso atrás si no fuera porque no quiero soltar el bate.

―¿Cuál es tu perro? ―pregunto, alzando una ceja.

Creo que nadie en su sano juicio daría una mascota a semejante desastre, pero da golpecitos en el mostrador con las uñas bien cuidadas (lo único de él que debe estarlo) y me sigue mirando de esa forma tan intensa, que me da más ganas de retroceder que el pestazo. Lo peor es que no huele a colonia masculina, es un perfume femenino, de esos que siguen oliendo después de que la señora del abrigo de piel haya pasado. Repugnante.

―Friend. Es un... no sé, es rubio. ¿Los perros son rubios o amarillos? ―me pregunta.

Bizqueo un poco, porque no entiendo nada, pero reconozco el nombre, lo acabo de ver en el chip, iba a llamar a su dueña. Que obviamente no es el tipo trajeado.

―El chip está a nombre de una mujer ―le digo.

―¡Está aquí! ―El alivio recorre su cara―. Gracias a Dios.

Si en diez citas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora