Summer
No he sabido nada de mi «cita» durante una semana entera. ¡Una! No es que me importe, pero después de que mandase la comida para los perros y charlásemos por mensajes, dejó de dar señales de vida. ¿Por qué? Ni lo sé ni me importa.
Pero me cabrea la facilidad con la que me ha descartado. Porque quiero más cosas para los perros, no por mí.
Y en ello estoy, furiosa perdida, cuando me llega un mensaje suyo. Es lunes a media mañana. ¿No puede organizar las citas en fin de semana? Estoy agotada y eso que mi semana dura empieza los martes. Quizá es porque noto las hormonas recorriéndome, me duelen los pechos, pronto me bajará mi insoportable y roja amiga. Y la odio.
Reina está tumbada sobre mi muslo, dándome mimos. Me he quedado en el exterior, viendo a los perros jugar entre ellos. Salvo Reina, que nunca juega, que siempre parece tan cansada como yo. Le acaricio la frente, para que deje de fruncir el ceño, como alguien debería hacer conmigo.
Trato de resistirme y no mirar el móvil, pero acabo por sacarlo con un suspiro. No podría haber decidido dar señales de vida en un día peor, la verdad.
Capullo: Esta tarde a las seis. Puedes ponerte elegante si lo deseas, sino pues no, yo voy a disfrutarlo igual.
Quiero decirle que no, que no me apetece y que encima estoy sola en el refugio, pero me limito a mandar un pulgar arriba, para que sepa que lo he leído. Estoy a punto de escribir en el grupo que comparto con mi hermana y Roy, a ver cuál puede venir a las seis, cuando un carraspeo a mi lado me hace alzar la cabeza. Por un segundo pienso que es Harry, luego me doy cuenta de que no lo es y me cabreo aún más. El señor Stone me mira desde arriba.
―¿Trabajando duramente? ―me pregunta, con cierto regodeo.
―Estoy en la hora de la comida ―replico―. ¿Cómo ha entrado?
―La puerta estaba abierta.
Reina se gira hacia él y le gruñe un poco. Eso es raro, no la he visto comportarse así con nadie antes. Stone retrocede y siento cierta satisfacción en ello. Ordeno a la perra sentarse y le hago entrar en el edificio. Cierro tras de mí, para asegurarme de que ningún perro le muerde. Sería divertido de ver, pero es de la clase de imbéciles que seguro que me obligaba a sacrificarlo.
―¿Qué desea, señor Stone? ―pregunto, masajeándome los hombros, asegurándome de que va hacia la salida mientras hablamos.
―Mi cliente quiere acabar con la relación comercial por las buenas, Summer. ―Alza un papel que tiene en la mano para enseñármelo―. Os da dos meses para buscar un nuevo local y está dispuesto a no cobraros el alquiler esos dos meses. Piénsalo bien, porque no me gustaría que me obligases a tomar medidas legales.
―No vuelva a poner un pie dentro de la propiedad sin mi permiso, señor Stone, o llamaré a la policía ―le digo, mientras rompo el papel que me ha dado y se lo devuelvo―. Tenga un buen día.
«Gilipollas», añado para mis adentros, antes de cerrarle la puerta en la cara. Echo el cerrojo y me arrastro hasta el suelo con un suspiro agotado. Mi hermana me llama cinco minutos después, como si lo hubiera presentido. Le explico que tengo que irme a una cita y se muestra entusiasmada.
A veces la odio.
*
Obviamente no voy a comprarme ropa para una cita con el capullo, así que busco el vestido más elegante que tengo. Y luego rebusco entre las cosas de mi hermana. Al final, elijo un vestido largo hasta los pies, de color blanco con florecillas y tirantes. Hasta me pongo zapatos y dedico un rato a hacerme un moño bonito y elegante y a maquillarme.
ESTÁS LEYENDO
Si en diez citas...
RomanceHarry tiene un enorme vacío dentro que solía llenar con alcohol, pero con su chapa de quinientos días sobrio no le queda más remedio que buscar otra forma de sentirse completo. Y, cuando menos lo espera, se topa con la alguien que hace que ese aguje...