40.- Décima cita - parte dos

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Harry

Summer va enfurruñada, con los brazos cruzados. Hemos pasado por el baño de mi despacho, por turnos porque me ha empujado cuando iba a entrar con ella y luego hemos bajado al aparcamiento, después de que le pidiera a mi secretaria que liberase mi agenda para el resto de la tarde, aunque no tengo nada, porque ya tenía planeado este secuestro.

―¿Más? ―se ha burlado Summer y, sinceramente, me ha hecho reír con ganas.

Porque me siento feliz ahora que sé la verdad. He tratado de coger su mano en el ascensor, pero ha puesto distancia entre nosotros, así que la dejo en paz. Pero ahora, en el coche, con los nervios corriendo libres por mi estómago, necesito hablar de algo para no volverme loco.

―¿Crees que debería mandarle flores a Stone? A ver si así lleva mejor perder de nuevo.

Summer me lanza una mirada asesina y se pone más recta en el asiento. El alivio me recorre, porque sigue ahí. Viva.

―Eres un capullo de primera. ¿Te has planteado que si no le hubieras quitado el terreno a mí me habría dejado en paz?

―Pues no, porque lo habría comprado él y habría conseguido echarte a base de acoso sexual.

―¿Cómo lo del ascensor? ―pregunta burlona.

―No, porque yo no pretendo echarte ―replico divertido―. Venga ya, Summer. No puedes estar tan cabreada de verdad.

―No me digas cómo debo sentirme, Harry. Porque te dije que me gustabas en el lago, y empezaste a ignorarme. Y luego quedaste conmigo para hacer lo que haces con todas y me diste la patada, así que, que te den, puedo estar tan cabreada como quiera.

No he entendido qué pasó esa noche hasta ahora, y me siento un gilipollas de primera. Supongo que sí tiene toda la maldita razón al estar enfadada.

―Nunca me ha importado llevar a tías a mi casa, porque nunca la he sentido como mi casa, ¿sabes?

―Me da igual ―asegura, haciéndome reír de nuevo.

―Pero ahora he conseguido hacerla mía, he entendido lo que le faltaba. Y ya no volveré a llevar a ninguna mujer que no seas tú, porque no tiene sentido.

―Pues vas a morirte de dolor de huevos, porque no pienso volver a acostarme contigo, Harry. Nunca más.

―Vale. Eso no cambiará nada.

Resopla, pero no dice más, así que dejo de presionarla. Pongo la radio, pero ella la apaga. Parece que quiere que el viaje sea muy incómodo. Pues me parece perfecto. Supongo que es su forma de estar juguetona, como en esa primera cita que apareció vestida como lo hizo. Si estuviera tan furiosa como para odiarme de verdad... Bueno, seguramente no hubiéramos follado en ese ascensor y tampoco estaría subida en mi coche. Se me escapa una sonrisa al pensarlo y ella vuelve a resoplar. Igual que su padre, debe tener una pequeña esperanza en que yo lo arregle. Y lo voy a hacer, porque no soporto el vacío sin ella. Porque la necesito.

―Deja de sonreír, pareces demasiado seguro de ti mismo para lo mucho que te odio.

Agito la cabeza mientras entro en mi calle.

―¿Prefieres que llore, Summer? Porque soy bastante llorón, así que podría hacerlo. Lloré la primera vez que Ellie me llamó «tío Hady» de esa forma tan adorable que lo hace y también cuando pensé que te largabas de mi casa porque habías estado jugando conmigo.

Aparco delante de mi puerta y ella se gira para mirarme con los ojos cargados de desconcierto. Me muero por besarla. Por soltar ese moño tan apretado del que ya se han escapado algunos mechones y acariciar cada uno de ellos. Por lamer cada pedazo de su piel. Por besar cada pequeña peca, cada milímetro de su rostro, para no olvidar jamás lo que siento cuando lo hago.

Si en diez citas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora