Summer
Después de soltar a los perros en el patio de atrás y asegurarme de que tienen agua para beber, paso por el baño para lavarme la cara y despejarme un poco. ¿He aceptado una extraña cita con un hombre rarísimo? Sí. ¿Soy idiota? Seguramente.
Compartiré diez salidas aburridísimas con él y luego proveerá comida para mis perros. Solo he aceptado por ellos. Nuestra economía no es la mejor del mundo, cualquier ayuda es bien recibida y ese idiota tiene algo que me hace pensar que estar forrado. Quizá porque llevaba unas deportivas de ciento cincuenta dólares y estaba pisando el barro sin percatarse. Me apuesto otras diez citas a que tiene una asistenta para limpiárselas y en la que apenas repara.
Dejo ir el aire despacio y salgo del baño. Estoy a punto de chocarme con Kate, que me mira con una ceja alzada. Respiro de forma entrecortada, porque ni siquiera sabía que estaba aquí, y le paso un brazo sobre los hombros para ir al patio de atrás con los perros. El sol pega con fuerza, así que la mayoría están reunidos debajo del toldo, a la sombra.
―Tienes cara de haber hecho algo malo ―me dice mi encantadora hermana, haciéndome reír.
―¿Te acuerdas del rico de la semana pasada? ¿El del perro perdido?
Asiente un par de veces, así que le cuento nuestro encontronazo en el parque y su interés en «seducirme», mi hermana ríe con ganas.
―¿Crees que te llevará a uno de esos sitios con diez tenedores diferentes?
―Espero que no ―le digo sincera―. Si tiene palabra, conseguiré comida para ellos. Supongo que merecerá la pena un rato de sufrimiento. O diez ratos de sufrimiento.
Mi hermana asiente un poco y sus rizos rubios se agitan con ella. Pese a tener casi quince años menos que yo es algo más alta. Sus rasgos son dulces y delicados, siempre ha sido la belleza de la familia. Le planto un beso en la mejilla y me agacho a saludar a Reina que estaba mordisqueando una pelota con tanta emoción que ni me ha visto salir por segunda vez.
Es mi perrita favorita, lleva aquí tres años y nadie la quiere. Quizá porque es un Pitbull al que usaron para la cría siendo muy pequeñita. Calculo que ahora tendrá entre cinco y siete años. Usaban a sus cachorros para peleas ilegales, por lo que me contaron los que la rescataron, trató de meterse a salvar a uno de sus hijos en una pelea y perdió el ojo en la refriega.
Le acaricio la cabeza y ella me da un golpecito con el hocico. Sé que es una raza cargada de mitos y leyendas, pero Reina es la perra más leal y buena que he tenido nunca aquí. Quizá por eso he empezado a llevármela a casa por las noches, aunque sé que no debería hacerlo. No puedo permitirme coger un cariño especial a los animales, este lugar tiene que actuar como refugio, un lugar para sanarlos y luego entregárselos a familias amorosas. Pero si alguien quiere llevarse a Reina, no sé si podría soportarlo ahora mismo.
―Summer. ―Roy, mi mejor amigo y socio, me habla, asomándose un momento a la puerta trasera―. Está aquí.
Maldigo en voz baja y me pongo de pie. Reina me mira hasta que desaparezco y veo a mi hermana coger una pelota para tratar de jugar con ella, y con el resto de perros, seguramente. Está bien cansarlos y mantenerlos activos.
Me seco las manos en el pantalón, porque de pronto me sudan, y voy detrás del mostrador. El señor Stone me mira con esa habitual superioridad que me hace desear coger el bate y estrellárselo en la cabeza.
―Señor Stone... ―le digo, con un saludo de cabeza.
«Sé simpática», me grita una voz, que se parece misteriosamente a la de mi madre. «Usa el bate», añado yo, con la de mi padre.
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Si en diez citas...
RomanceHarry tiene un enorme vacío dentro que solía llenar con alcohol, pero con su chapa de quinientos días sobrio no le queda más remedio que buscar otra forma de sentirse completo. Y, cuando menos lo espera, se topa con la alguien que hace que ese aguje...