4.- Primera cita - parte uno

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Summer

Capullo: Ponte elegante.

El mensaje de ese imbécil me da ganas de lanzar el móvil contra la pared. Lo ha incluido justo después de la dirección del restaurante. Lo he buscado en internet, tiene pinta de ser carísimo. Y de que no me va a gustar lo más mínimo, aunque procuro ir con la mente abierta. O iba a hacerlo, hasta que ha incluido esas malditas dos últimas palabras.

―¿Por qué refunfuñas, preciosa? ―me pregunta Roy.

Él y Kate están sentados en sendos sillones de color amarillo chillón. Los rescatamos de la basura hace unos meses y nos encantan a todos, así que lo tres nos peleamos por ellos. Ambos tienen los pies apoyados en la mesita baja y se pintan las uñas de los pies. Yo estaría con ellos, sentada en el sofá, seguramente, si no necesitamos tanto cualquier cosa para ayudarnos en el refugio. Me fastidia tener que esperar tres meses, pero nos hace falta.

―El capullo, que es un capullo. Me encanta ese color ―le digo sincera a Roy, mirando el amarillo chillón que está usando y que contrasta muchísimo con su piel negra.

―¿Qué te ha hecho? ―pregunta mi hermana, mientras se esmera en hacer líneas en la uña de su dedo gordo con un pincel fino.

―Decirme que me ponga elegante.

―¡¿Para una cita?! ―me grita la muy imbécil―. ¿Cómo se le ocurre?

―Terrible ―le da la razón Roy con una risa.

―No me estáis entendiendo, no es una cita, se trata de soportar a un rico aburrido durante diez cenas en sitios pijos e insoportables a cambio de conseguir comida y mantas para los perros. Que nos hacen falta porque estamos bordeando la ruina.

―¿Crees que podrás traer un táper? ―pregunta mi hermana.

Gruño molesta, porque no está entendiendo que yo no quiero salir con ese hombre, que solo quiero cosas para mis perritos.

―Chica, tendrás que ponerte mona para que no se canse y te quedes sin la recompensa ―dice Roy con un encogimiento de hombros.

―¡Eso es una idea genial!

Doy saltitos en el sitio y luego corro a mi habitación. El piso no es muy grande y queríamos algo barato y cerca del refugio. Aunque barato en esta ciudad no hay nada, así que solo tenemos dos dormitorios. Mi hermana y yo compartimos uno, con dos camas. No es lo ideal, pero vamos tirando. De todas formas, nos llevamos muy bien, así que no hay problemas ni discusiones, por lo general.

Rebusco en el armario hasta encontrar lo que estoy buscando. Doy más saltitos cuando lo encuentro y doy las gracias a mi abuela muerta, por su pésimo estilo y su sensación de que yo era una muñeca de porcelana, o lo que sea que solía pensar de mí. Me visto con la puerta del armario abierta, para verme en el espejo de dentro. Luego paso por el baño para maquillarme. Ambas habitaciones comparten un baño alargado y tampoco muy grande. Me pongo una pinza en el pelo para sujetarlo en un medio recogido desastroso. Y encima la pinza es de esas que usamos para cuando nos estamos peinando, no bonita para salir.

Luego me hago la raya del ojo, torcida y desigual y acabo con un pintalabios rojo, pasando por encima del labio. Parece que he besado una fresa, y que me ha estallado en la boca. Me parto de risa yo sola y salgo para que mi hermana y Roy me vean. Y me miran de arriba abajo.

―Esto... Summer, ¿cómo te lo digo? ―Roy parece realmente incómodo y doy una vuelta sobre mí misma―. Vas descalza. Eso. ¿Kate?

―Estás horrenda ―me dice mi hermana.

Y se me escapa una carcajada muy sincera. El vestido en sí no es feo (al menos en forma), pero es rojo con unos lunares blancos que hacen que duela a la vista. Por lo demás, se ajusta a mi escote, con unos tirantes gruesos y la falda tiene algo de vuelo, larga hasta medio muslo. En serio, si el color fuera más normal, quizá fuese bonito para salir en verano. Pero no solo es horrendo por culpa de ese detalle, es que es lo menos apropiado del mundo para ir a un restaurante caro.

Si en diez citas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora