Faltaban unos segundos para que el despertador sonara y abrí los ojos, estaba cansada aún pero no quería seguir en la cama. Me incorporé mientras el móvil empezaba a vibrar y abría la canción en la fila de reproducción, tocó Hopelessly devoted to you.
Apenas el día anterior había firmado el acta de divorcio y escuchando a Olivia cantar, sentí que mi corazón se rompía de nuevo en mil pedazos, experimentaba algo que no era soportable para mí, no era posible. Caminando como quien carga todos los pesos del mundo me metí en la ducha llorando todavía y mientras caía el agua recordaba el momento en que llegué al juzgado. Ese día me puse la única falda que me quedaba después de 26 años y 26 kilos extra que acumulé durante mi matrimonio y mis zapatos más nuevos; traté de peinarme y arreglarme lo más prolija y moderadamente posible, mi objetivo era ser la divorciada más respetable y digna que saliera de ahí ese día.
Hace casi 26 años estaba en ese mismo lugar casándome, con una falda beige de tablones que había comprado de medio uso, una blusa blanca con cuello alto, un delicado collar con una cruz y mi esbelta figura, así iba armada con todo lo que necesitaba para casarme con aquel hombre que me había conquistado y del que estaba profundamente enamorada. Teníamos apenas 20 años y un montón de sueños por delante, ese feliz día él prometió amarme y respetarme para toda la vida, a la luz de los hechos actuales, me parece que mintió.
Salí de ducharme y me puse una playera holgada, pants y sin mirarme en el espejo me enrollé una liga en el cabello lo suficientemente floja para que se siguiera secando. Bajé a la cocina y ahí estaba Lucho, el pequeño y cabezón perro que encontramos vagando con una cadena rota, dió algunas vueltas emocionado y brincó para poner sus patitas en mis piernas, normalmente ese gesto me parecía adorable pero llevaba días en los que mi sombrío estado de ánimo nublaba cualquier evidencia de que la vida era bella.
Mi hija menor Lizzy (como le decíamos cariñosamente a Elizabeth), que aún estaba soltera, se quedaba con mi hermana "la Beba" por unos días, mientras yo "asimilaba mi nueva situación" en realidad, mi hermana se dió cuenta de que no era buena idea que mi hija que adoraba a su padre, estuviera cerca de mí en ese momento, en cualquier oportunidad podía tomarla como rehén emocional y contagiarle mi depresión, yo quería manejar el enfoque de que si bien, yo perdí a mi esposo, eso no significaba que ellos habían perdido a su padre, mi intención era que debido a nuestro divorcio, para ellos no fuera tan radical el cambio en la rutina .
Saqué un par de huevos y yogurt del refrigerador, comencé a cocinar mi desayuno y encendí el radio pero tras buscar inútilmente una estación que fuera lo suficientemente deprimente lo apagué, encendí el televisor y puse una de las películas que ya había visto unas veinte veces antes, no me apetecía poner atención, únicamente necesitaba algo que hiciera ruido en aquella cueva oscura y que no llamara mi atención para poder sumergirme en mis pensamientos mientras comía.
Hace algún tiempo no me hubiera planteado comer después de semejante golpe moral, pero después de cumplir los cuarenta años, me di cuenta de que es mejor tener depresión con el estómago lleno, la perimenopausia no perdona el hambre.
Me senté frente al ordenador y un nuevo pesar me agobiaba, en el tiempo que estuve casada nunca tuve un trabajo formal, aunque generaba pequeñas cantidades con emprendimientos diferentes, no era suficiente para mantenerme sola ¡ay Dios! con la pena de quedarme sin pareja bastaba, no era necesaria la angustia de pisar la indigencia, las cuentas iban a comenzar a acumularse en unos cuantos meses ¿Y ahora?
Después de revisar el desolador estado de mis finanzas me fuí a asomar por la ventana, la mañana estaba nublada y fría pero me hubiera sentido igual de retraída si el sol brillara, tomé mi taza de café y me senté en el sillón. Pensando en cómo iba a solucionar mi situación me vinieron a la mente los intentos de negocios que hice y a la postre fracasaron, no era por falta de ganas, no era por falta de talento, simplemente terminaba abandonando todo, una veces decepcionada por el arribismo de los demás, otras por no saber administrar, en fin, no lo lograba, retumbaban en mi mente las palabras de mi madre "eres una mantenida", "solo vives estirando la mano", "si yo hubiera tenido la misma suerte que tú estaría en la gloria"; para ella, Santiago, mi ahora ex esposo, era el hombre mas perfecto del planeta y yo una "suertuda" por haber logrado que me hiciera caso, mi querida suegra pensaba lo mismo, no se explicaba cómo una mujer tan insignificante como yo, había logrado atrapar a su hijo, en este momento yo me preguntaba lo mismo.
Es que Santiago no era malo, no era un tipo desagradable, desobligado o desatento, todo lo contrario, era responsable, caballeroso, guapo y con la edad adquirió un aire además interesante, trabajaba incluso en exceso y siempre tuvo como regla cardinal ser el proveedor de la casa, de hecho, nuestras primeras peleas se debieron a que yo insistía en no dejar mi trabajo porque quería ser autosuficiente mientras que él, estaba convencido de que era mejor que me dedicara de lleno a la casa y a mis hijos; no era que no quisiera quedarme en el hogar pero deseaba tener un ingreso independiente, sentirme productiva pero eso era muy mal visto por mi familia política, muy chapada a la antigua y predominantemente machista. Total que, tras tener dos hijos que apenas se llevaban un año entre ellos, decidí dejar el trabajo y dormir de vez en cuando.
No me arrepiento ni un segundo del tiempo que pasé con mis hijos pero debí aferrarme a buscar un sustento propio. Como sea, no se hizo y se tenía que hacer pero ¿cómo?
Esa mañana no sólo me levanté divorciada, también estaba vencida, asustada y cansada, pero me levanté.
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Hoy amanecí cansada
RomanceRebeca es una mujer que tras su divorcio no sabe el rumbo que tomará su vida, se enfrenta a los obstaculos de su día a día sintiendose abrumada y los eventos cotidianos la remontan a sus recuerdos de juventud.