La de rojo

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-!Pero es que a quien se le ocurre ceder la pensión a cambio de la casa!, ¡Es el trabajo de tu vida!-, escuchaba la diatriba de Gabriela sobre mis decisiones financieras y parecía estar más contrariada que yo sobre mi vida.

Habíamos sido amigas desde la preparatoria y era la primera en visitarme cuando pasaba algo importante, desde mi boda hasta mi divorcio estuvo siempre, sabía mejor que yo mi historia y no se callaba nada cuando se trataba de opinar sobre ella. Traté de explicarle la importancia de conservar la casa y mi inicial seguridad de poder salir adelante sin pensión pero ninguno de mis argumentos parecían convencerla mucho.

Me serví otra rebanada de pay mientras escuchaba lo insensata que fuí, Gabriela no iba a parar hasta terminar su sermón y yo serenamente la escucharía sin decir palabra hasta finalizar. Gaby desde siempre, había tenido la manía de ser negativamente competitiva; si alguien hacía algo ella lo mejoraba pero de manera opuesta, es decir, si llevaba un almuerzo delicioso ella decía que no tenía ni un pan para mal comer, si me dolía algo, a ella le dolía algo más grande o peor, si estaba contenta por un logro, ella estaba deprimida por no haber tenido mi suerte, ahora que había tomado una decisión equivocada ella tenía el pretexto perfecto para sobresalir de nuevo pero de forma positiva, su esposo había fallecido hace algunos años y ella, supo invertir muy bien su herencia por lo que estaba en una situación financiera estupenda; yo estaba como perro con la cola entre las patas, que diferencia a cuando nos conocimos, yo era totalmente distinta.

Con 17 relucientes años mi carácter era muy reactivo, de niña fuí maltratada por mis compañeros de escuela, pasaba por difíciles enfrentamientos con cualquiera que quisiera molestarme pero como no había en el mundo quien me defendiera (mi madre me advertía que no quería problemas cuando le expresaba mis miedos y agonías por los agravios de los demás niños), aguantaba de todo, afortunadamente para  la secundaria comencé a defenderme gracias a algunos increíbles amigos y ya no paré, me volví atlética, no dejaba que nadie se me acercara demasiado porque me gustaba ser solitaria y tenía poca tolerancia a las amistades quejosas, mejor sola que mal acompañada. 

No era excepcionalmente atractiva, tenía el rostro todavía con facciones infantiles y mi estatura ayudaba poco, en la zapatería no existía tamaño pigmeo para damas y algunas veces tenía que recurrir a la sección de niños; con todo, era en conjunto bien parecida, había adelgazado, más por ayuda de la hepatitis que tuve durante las vacaciones que por mis esfuerzos nutricionales, como resultado también tenía los ojos amarillos y eso me acomplejaba bastante pero aún así me sentía suficientemente conforme con mi facha. 

Adopté un estilo hippioso con cruza gótica rock, eran los 90's y a mi me parecía adecuadísimo, ni pensar en ver esas fotos. Escuchaba toda clase de música pero me encantaba el rock urbano. Para la época era bastante normal pero, había un pequeño detalle que me sacaba de la media, fuí, soy y seré extremadamente inteligente, esa ha sido mi única verdadera vanidad y fortaleza desde los 6 años. Realmente era increíble lo mucho que subió mi autoestima el notar de manera adulta la relevancia de que me dotaba mi brillante cerebro; desde pequeña gané diplomas y concursos en la primaria pero siempre fueron un trofeo más dirigido a mis padres que para mí, en la prepa, todos los beneficios eran míos y eso me daba una seguridad impresionante, fué entonces cuando "adopté" como amiga a Gabriela, o ella me adoptó a mí y descubrí algo muy interesante.

Estaba escuchando "Yo quiero ser" con mis audífonos a un volúmen lo suficiente elevado para que ella lo notara y se me acercó para decirme; -¿Sabes que así es como se hace?-

Yo miraba al suelo y lo primero que ví fueron sus pantalones rojos, me quité los audífonos y le pregunté; -¿Qué cosa?-.

Su rostro bien maquillado sonreía, como si estuviera frente a un pobre cachorro perdido cuando respondió, -Llamar la atención-. 

No entendía bien por qué me decía eso o lo que fuera, sólo la había visto  de lejos en clase y nunca habíamos cruzado palabra.

Procedió a darme su primer lección; -Mira, los hombres y algunas mujeres, lo que quieren es que los ignores, eso les encanta, sobre todo si antes les demuestras un poco de interés-. 

Me hablaba en chino, yo literalmente me sumergía en los libros. Mientras todos iban al parque yo iba a la biblioteca; llamar la atención no formaba parte de mis intereses cotidianos, siguió hablando como lo haría siempre, importando un cacahuate si yo quería escucharla o no.

-Parece que no te has dado cuenta pero esa es la razón por la que todos te miran y por la que les causas tanto interés-. 

Mi cara de "what?", como decíamos entonces, la hizo sonreír irónicamente, se veía complacida cuando dijo, - Eres una boba, tenía la duda pero no eres una mosca muerta, en realidad eres tonta-. 

Ya había excedido mi límite de estupideces por soportar, estaba por responderle cuando me tomó por el hombro y me volteó la cara con la otra mano; -Mira, a Daniel se le cae la baba mirándote-. 

En efecto, así era, el chico más guapo del salón me estaba mirando fijamente y me sonrió, pero no con la sonrisa de conquistador que le dedicaba a todas ¡En realidad parecía idiota! y definitivamente no lo era. Me quedé estupefacta por un segundo, no me había percatado de su atención hasta ese momento. 

Gabriela se reía divertida, ella era muy bonita y tenía un sentido impecable de la moda, nunca asistió a clases sin estar perfectamente maquillada y obviamente le gustaba mucho a los chicos; yo era todo lo contrario, pero Daniel ¿Por qué me miraba a mí? Gabriela pareció adivinar el pensamiento y dijo, -Hay una ley no escrita, que he probado varias veces y es infalible hasta ahora, "trátalos como perros y como perros te seguirán"-. Mi única respuesta fué una cara de confusión, me tomó del brazo y me jaló, -Ven, tu y yo vamos a ser muy buenas amigas-.

Hoy amanecí cansadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora