Ella

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La conoció en la época más desesperada de la vida. Santiago había perdido su trabajo como directivo de una importante compañía; durante algún tiempo, hizo solicitudes a empresas de igual relevancia, pero pasaban los meses sin colocarse y las cuentas se acumulaban.

Yo había iniciado un cibercafé con una pequeña inversión, afortunadamente funcionaba bien, porque además del servicio de internet que normalmente se brindaba, también tenía servicio de cafetería. Me agradaba mucho ese negocio, me sentía cómoda porque no era tan demandante; yo misma preparaba los postres que servía, también tenía refrigerios de media mañana y por la noche podía tomar algunos cursos mientras atendía; siempre me gustó estudiar. 

En esos días yo estaba feliz de tener a mi lado a Santiago ayudando en el establecimiento, pero él se sentía fuera de lugar, deseaba ser el proveedor de la casa como siempre lo fué y no se conformaba con las pequeñas ganancias del negocio en comparación con su salario. Me di cuenta de su frustración y oraba para que encontrara un trabajo que lo hiciera sentirse con el mismo valor que antes, pero al mismo tiempo me sentía afortunada por generar un ingreso y estar con Santi más tiempo.

Entonces, lo llamaron de una compañía pequeña para trabajar en un puesto similar al que tuvo, pero muy inferior por la importancia de la empresa y el salario, Santiago lo aceptó aunque se sentía como un pez enorme en una pecera demasiado pequeña, aún así, con el paso de los días se acostumbró a la relajada rutina del lugar y a la seguridad de su sueldo; ya no dependía del ingreso de mi negocio y eso lo hacía sentirse de nuevo el hombre de la casa.

Fué entonces cuando comenzó a hablar de "Ella".

-Trabaja muy bien, también salió de una gran empresa y se siente igual que yo ¿sabes?-, al principio se refería a ella con la misma importancia que a sus demás compañeros, pero con las semanas adquirió relevancia en las conversaciones de Santiago.

-De hecho nos llevamos muy bien, fíjate que le gusta la misma música que a mí y sabe mucho sobre el nuevo sistema que instalaron, estamos a un nivel distinto, ha ha, claro. Tal vez no lo entiendes pero es muy diferente tratar con personas que están en la misma posición-. Por supuesto que noté el riesgo, ¡no soy estúpida!...¿O sí? Le hice notar que estaba llevando su entusiasmo algo lejos pero me miraba como si estuviera hablando de tonterías.

-No, cómo crees, es sólo una amiga, está casada y acaba de tener un bebé hace un año, no tiene tiempo más que de descansar. Tonta, ¿Qué no sabes que yo solo te quiero a ti?- Yo no estaba muy convencida a este punto pero aparte del entusiasmo nada indicaba que mintiera.

Para mi tranquilidad, unas semanas después, llamaron a Santiago para ofrecerle un puesto muy atractivo y se separó de esa mujer para siempre, o eso creí yo.

Desafortunadamente, no era "Ella" el problema. Como en toda relación de pareja, nadie entra donde no lo dejan y la falta de honestidad de Santiago, sumada a mi desconfianza en él, abrieron una puerta que no supimos cerrar a tiempo.

Todas las anteriores "Ellas" me llevaron a generar inseguridad. A veces se trataba sólo de cambios en la actitud de Santi, admiración desmedida o comparaciones entre ellas y yo. No podría asegurar que hubo algo más que eso, pero tampoco que no lo hubo.

En otras ocasiones, descubrí conversaciones que ya no eran tan inocentes, ligadas a comportamientos más sospechosos, como llamadas en medio de la noche. En esos casos, yo hacía rabietas y teníamos discusiones en las que él me decía que exageraba mis reacciones; mi defensa consistía en aplicar la ley del hielo, no sin antes, advertirle que no estaba dispuesta a tolerar que siguiera mencionando a la "ella" en turno.

En todas esas situaciones, Santiago terminaba las hostilidades con flores, cenas románticas, dedicatorias de canciones que después no recordaba, y promesas de que cuidaría no volver a generar situaciones equívocas.

Al principio, yo insistía en que dialogáramos, quería que entendiera que no me agradaba que se acercara a mí, sin antes haber solucionado nuestros desacuerdos, pero a veces se impacientaba y se tornaba violento obligándome a aceptar su cercanía. Me sentía atrapada e incapaz de liberarme y me resignaba a tener la esperanza de que cambiara.

Sí, cambiaba un poco, de hecho a lo largo de los años, incluso dejó la violencia; pero así como él iba haciéndose más civilizado, yo me desvalorizaba en la misma proporción. Así, llegó el momento en el que Santiago no me atacaba y trataba de acercarse a mí; buscaba cariño pero yo lo rechazaba porque me sentía muy insegura y desconfiaba. 

Él me reclamaba constantemente por mi frialdad y yo, a pesar de la culpa que eso me generaba, me comportaba más apática hacia sus necesidades, escapaba a la hora de dormir fingiendo adelantar las tareas del día siguiente y evitaba la intimidad a toda costa. 

Yo insistía en hablar y él, se quedaba dormido mientras yo le expresaba mis sentimientos, le explicaba lo que necesitaba para sentirme menos herida con su actitud, pero no parecía escucharme. El fin de la relación estaba cantado.

Finalmente esa muestra gráfica de intimidad sexual y las conversaciones con ella me dieron las pruebas que yo estaba esperando. ¡Ah sí! también me hice responsable por ese deseo, ¿Acaso yo lo había provocado por temerlo tanto?

Se me acababa el mundo. No es que antes no imaginaba que pasaba algo entre él y sus "amiguitas" es que ahora tenía las pruebas. Ella tenía nombre y apellido, la había metido en su vida y por lo tanto en la mía, mientras estaba con ella seguía conmigo. No lo podía soportar, tal vez el valor de esa mujer no alcanzaba para que respetara su cuerpo y su casa, pero mi dignidad valía, con todo y mis limitaciones de trayectoria laboral, física y económica, lo suficiente para darme el coraje de enfrentarlo.

Me quedaba suficiente orgullo como para no dejarlo pasar.

Cuando confronté a Santiago ese día, creí que pasaría lo de siempre; pediría perdón, terminaría con su romance y después de un tiempo, y la relación más deteriorada, seguiríamos adelante, pero después de su "¿Y qué?" mi paciencia llegó a su límite, Santiago se había descarado y no pensaba disculparse. Le dije que se fuera a dormir a la habitación de huéspedes discretamente, al día siguiente lo cité en una habitación del pequeño hotel que estaba cerca de la casa y por fin "hablamos".

Hoy amanecí cansadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora