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Os hablaré un poco más de Frankie para poneros en situación del porque nuestra... amistad como hermanas siempre cuelga de un hilo, si es que hay algún hilo donde sostenerse. Yo estaba muy contenta con tener una hermana pequeña, cuando tenía un año y vi aquel bebé, me moría de ganas de que creciera y poder jugar con ella.

Con el paso de los años cuando yo tenía seis y ella cinco, le prometí que siempre iba a cuidar de ella. Frankie era como la sensibilidad personificada, por todo lloraba, por todo se sentía mal, a la mínima mala palabra se hacía un ovillo. Para animarla le dije que yo iba a ser la valiente por las dos, no pensé que aquello llegase tan lejos.

A pesar de que yo no tenía amigos e iba un poco a lo mío, siempre se metían con mi hermana porque desde pequeña decía que quería ser modelo, la gente se reía de ella y muchas veces le hacían el vacío... pero siempre estaba yo para meterme en medio, para defenderla, incluso un día llegué a pegarle una hostia a un chico (cosa de la que no me arrepiento en lo absoluto). Todo por ella.

Pero todos llegamos a la adolescencia en algún punto. Recuerdo que mi hermana empezó a cogerme el maquillaje con catorce años, decía que así se vería más bonita y lo cierto era que ella no necesitaba nada para serlo. No tuvo mis problemas de acné, tenía la piel lisa y suave, sus ojos azules como el mar y el pelo tan rubio que brillaba. Por más que le insistía en que no lo necesitaba, decía que sí, siempre tuvo muy poca autoestima, aunque yo no era nadie para darle consejos de ello.

A pesar de todo, supe que mi hermana sería la elegida. Con esto quiero decir, que a pesar de que algunos se metieran con ella, para jugar siempre era Frankie, para hacer pijamadas siempre era ella y obviamente a los ojos de mis padres siempre fue mi hermana pequeña. La niña de sus ojos.

Era una niña consentida a causa de ser alguien tan sensible que te montaba un pollo a la mínima, mis padres la malcriaron. Todo sea dicho que yo tampoco me defendía, no quería que a ella le llovieran las palabras que me llegaban a decir mis padres. Eso hizo que se fuera forjando una imagen de mí que no era la correcta.

Por eso, conforme fueron pasando los años, eso hizo que se distanciara de mí. Cuando vio que ella empezaba a ser popular, capitana de las animadoras y que la pubertad hizo una gran tarea en ella, quedé en un segundo plano. Quizá más lejos todavía.

Recuerdo que un día que se sentó a hablar conmigo, dijo que era algo serio y por un momento creí que contaría conmigo para algún problema o para desahogarse, pero qué equivocada estaba la Lilith del pasado... me dijo con toda la seriedad del mundo que ya no podíamos sentarnos juntas en el recreo, ni dirigirnos apenas la palabra, alegando que yo era algo friki por el tema del dibujo, que llevaba sudaderas de series y películas, por mi forma de vestir, pensar y ser. Que no podían verme con ella porque eso estropeaba su imagen.

Os mentiría si dijera que eso no me partió en más de dos trozos, sobre todo cuando vi que realmente lo decía en serio, que en su mirada no había un atisbo de pena o de arrepentimiento acerca de esas palabras. Entonces caí, caí en la cuenta de que siempre la elegían a ella, de que yo era la hermana mayor pero la que estorbaba, que los regalos caros y bonitos iban para ella y a mí me daban cualquier cosa o un sobre con dinero.

Que sí, que era cierto que bastaba con abrir la boca y tenía cualquier cosa, pero, ¿y el amor de unos padres? No dudo de que mis padres no me quisieran, pero sin embargo nunca lo demostraban como lo hacían con Frankie. Siempre presumiéndola, siempre orgullosos de cómo era. ¿Y yo?, ¿dónde quedaba Lilith?

En el instituto era ella, en casa era ella, fuera de casa era ella, para los chicos era ella, para las fiestas era ella. Yo no era Lilith James, dejé de serlo durante mucho tiempo, pasé a ser la hermana de Frankie James, siempre jugando el papel secundario en la vida de todos.

ARTE EN EL ADNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora