Los días pasaban con la misma rutina, siempre llevaba dos cuadernos de dibujo al trabajo: uno algo más grande para dibujar en el metro o fuera de casa y otro más pequeño para cuando tenía momentos libres mientras trabajaba. Este solía quedarse en la taquilla entre semana ya que no se movía del delantal.
Al final de la semana los abría para ver qué había dibujado esa semana y comprobar si necesitaba mejorar en algún aspecto, si necesitaba volver a dibujar algo, pero con cambios o coger ideas para algún cuadro. Tenía un día de fiesta a la semana, variaba dependiendo de mi horario, en este caso era justo hoy, domingo. Había metido el delantal rápidamente en la mochila sin detenerme a mirarlo, lo pondría a lavar hoy y así mañana ya estaría seco.
Cuando fui a mirar los dos cuadernos de dibujo me di cuenta de que me faltaba uno, el que llevaba en el trabajo. Me puse muy nerviosa, porque era algo muy privado, cierto es que tenía puesto el Instagram en la primera página por si esto sucedía, pero la intención era que no lo viera nadie. ¿Cómo no pude darme cuenta antes? Con tanto cambio de libreta y ajetreo no me he de dado cuenta hasta ahora. Debí abrir la mochila nada más llegar a casa o antes de salir del trabajo, pero hasta ahora, no había sacado el delantal.
No solo eso, sino que mi Instagram, aunque fuera público no tenía muchas fotos mías, Oliver decía que era muy bonita para no enseñarme al mundo, pero eso era muy cliché. Sé que lo decía por tener los ojos verdes y tener el pelo pelirrojo, pero no un pelirrojo tono rojo fuego, sino uno natural, de esos que se ven como las zanahorias, por encima de la cintura, pero para mí no era nada del otro mundo. Oliver y sus cosas.
Decidí ir al Starbucks inmediatamente, debe estar por ahí, seguro. Eran las cuatro de la tarde, pero me puse mis botas negras rellenas de pelo, mis pantalones negros desgatados y rotos, una sudadera verde de Slytherin y el abrigo; estábamos en octubre y el frío en Londres se notaba. No estaba para pillar un resfriado.
Cogí la mochila de siempre y salí escopeteada hacía el metro, daba igual comerme casi una hora de trayecto con tal de encontrarlo, porque mis dibujos eran una parte de mí que no había visto nadie, ni si quiera mis dos únicos amigos. Después de todo el trayecto entré a la cafetería, los domingos abríamos ya que era una zona céntrica.
―¿Lilith? ―Inquirió Trixy―. Hoy no trabajas, ¿sucede algo?
Ella sabía de la existencia de ese cuaderno, sabía lo que significaba para mí. Siempre era muy cuidadosa en ese aspecto.
―Aquí no encontramos nada cuando cerramos, ya lo viste, estabas aquí al cerrar... ―Dijo Trixy apenada―. Pero preguntaré dentro a ver si alguien lo ha visto.
Asentí y de paso me pedí un café con leche caliente y con chocolate blanco. Me senté en una de las mesas y me quité el abrigo, en el diccionario, en la frase "mala suerte" debería verse mi cara. Estoy segura. Vamos, convencidísima.
Entonces me llegó un mensaje de Instagram. Yo creo que a pesar del frío de Londres y de que la calefacción estaba a una temperatura ideal, podría jurar que estaba sudando.
Ethan: Pelirroja, creo que tengo algo que te pertenece.
Ese era el mensaje que podía verse en la barra de notificaciones.
Antes de entrar al mensaje entré en el perfil de la persona, cuya cara no podría olvidar, ¿cómo iba a olvidar? Iba lleno de tatuajes hasta el cuello, se llamaba Ethan y tocaba en un grupo de rock.
No puedo negar que me pasé varios minutos stalkeando la cuenta de Instagram, tocaba la batería y vivía en Camden... qué suerte tienen algunos, ya quisiera yo vivir ahí.
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ARTE EN EL ADN
Teen FictionVincent Van Gogh dijo un día que el sufrimiento es lo que lleva a los artistas a expresarse con mayor energía, un lema que permanecía en la mente de Lilith; para ella el arte era su mundo. El arte debería llevar por definición el nombre de ella. Cor...