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A la semana siguiente tenía cita con Daniel como era habitual en mi vida, la verdad es que me iba soltando un poco y aun así me daba miedo. Estuve una hora ahí metida hablando acerca de mis dibujos y de como reflejaban mis sentimientos. La forma en la que sentía y cómo veía el mundo.

Cuando salí de la consulta y me metí en el coche con mi hermana, se desvió del camino para llevarme a otro sitio, el cual no sabía. En cuanto vi las calles por las que se iba metiendo, vi un concesionario y me la quedé mirando.

―Frankie... no tengo todo preparado para comprarme un coche... ―Dije mirando con temor lo que tenía delante de mí.

―Es que no vas a comprártelo tú, voy a hacerlo yo ―dijo sacándome a rastras del coche.

―¿Qué? ¿Por qué? ―Inquirí atónita.

―Porque sé que hace muchos años que te has sacado el carnet, pero nunca pudiste comprarte un coche, así que quiero hacerte yo este regalo Lilith. Déjate querer un poco.

Después de ver una cantidad de coches, acabé eligiendo un Hyundai i10 en color blanco. Después de rellenar papeles, el seguro y toda la historia, podía llevármelo a casa.

―Bueno, ahora te toca ir a casa sola ―dijo Frankie.

―Ve tú, me quedaré por el centro un rato.

―¿Sabrás moverte por las carreteras, Lilith? ―Dijo sonriendo.

―Sabes que siempre me las apaño.

―Ahí te doy la razón ―dijo riendo―. Ten cuidado.

Dicho esto, ella se subió a su coche y se fue. Me quedé mirando el mío, mi coche, eso sí que sonaba raro, creo que nunca había soñado con tener uno e igual era porque pensé que jamás lo lograría.

Así que me metí en el coche, con olor a nuevo, aunque estaba seguro que quería que mi coche oliera a vainilla, me dirigí al corazón de Londres. Daba gracias de que iba cómoda ese día, con unos tejanos normales ajustados, mis botas rellenas de pelo con cordones por delante, mi sudadera granate y mi abrigo negro que me llegaba por la cadera.

Aparqué en un sitio del que esperaba poder acordarme luego y me metí en la zona del Big Ben. Mi ciudad era increíble, pero más increíble me parecía haber visto tan poco de ella, a pesar del clima que solía haber habitualmente, el hecho de que el cielo hoy estaba nublado. Me parecía demasiado bonito.

Vi el London Eye y pensé que jamás me había subido ahí, era inmensamente grande, algún día debía venir solo para subirme ahí y ver las vistas. Estaba segura serían totalmente preciosa.

Entonces me sonó el móvil.

―¿Dylan? ―Contesté, llevábamos una semana sin dirigirnos apenas la palabra.

―Lilith, ¿dónde estás?

―Por el centro, cerca del London Eye, ¿ha pasado algo?

―No, tenía que hacer unos recados por ahí, me dejó Finn por la zona. Ya nos ha dicho Frankie que tenías coche, para que me llevases.

―Bueno, sí, claro, si estás cerca pásate.

―Cuando dije por la zona, no mentía. Estoy detrás.

Colgó y me giré.

―Estás en todos lados o es cosa mía, Dylan.

―Estaba comprando unas cosas, recuerda que dentro de un mes nos vamos a Liverpool, así que necesitaba ir a comprar ―se encogió de hombros.

―En fin, vayámonos ya.

―¿Ibas a subirte? ―Decía señalando el London Eye.

―¿Eh? No, solo miraba cómo era.

ARTE EN EL ADNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora