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Era un jueves por la noche, estaba en el balcón con un abrigo para que no se quedara dentro el olor a pintura. Había puesto un caballete y estaba disfrutando de la música mientras pintaba aquel precioso cuadro de la ciudad de Londres. Había dejado el móvil en alguna parte del salón así que solo podía escuchar la música que salía por la televisión conectada a unos altavoces.

Alguien llamó con energía al timbre, los chicos no debían de ser porque ellos llevaban llaves así que una de dos o era Trixy o era Oliver. Sé que era de noche, pero ni si quiera sabía qué hora era. Me levanté limpiando el pincel en el delantal que llevaba y me dirigí a abrir la puerta. Trixy y Oliver.

―Con vaya ganas le habéis dado al timbre ―resoplé.

―Es que alguien no cogía el teléfono ―me replicaba Trixy.

―Estaba pintando ―señalé mi delantal―. ¿Qué hacéis vestidos así?

Trixy llevaba unos pantalones negros rasgados y muy estrechos, unas Converse negras de plataforma, un top con un montón de retazos de tela blanca y una chaqueta. Oliver a su lado iba con unas deportivas blancas, tejanos también negros con una cadena, una camiseta de... ¿Metallica? Oliver no escuchaba esa música. Había gato encerrado.

―Pues lo que queríamos decirte en las mil llamadas que debes tener es que Finn nos ha llamado porque no lograba localizarte, Dylan y Ethan están en unas carreras ilegales por las afueras ―renegaba Oliver con la cabeza.

―Nos hemos tenido que vestir acorde al momento, a mí me llama la atención el panorama, pero a Oliver no tanto. Dice Finn que eres la única que pone normas y calma al grupito ―comentaba Trixy―. Recoge Oliver tus pinturas, vamos al armario.

―No entiendo nada ―dije mientras me empujaba al cuarto.

―Esos dos deben apellidarse descontrol ―bufaba Trixy.

Me estaba rebuscando en el armario mientras yo me quitaba el delantal y me iba poniendo las medias negras transparentes. Trixy me había sacado una falda negra que era elástica y ajustada a la cintura con unas cuerdas que se entrelazaban, cayendo en dos filas de volantes, un top de manga larga y cuello alto de color gris oscuro y pegado al cuerpo, me calcé las Dr. Martens de rosas para no ir siempre con las plataformas y una chaqueta de cuero.

―Siempre vas divina tía, no sé cómo te lo montas.

―Pero si eres tú la que saca la ropa del armario, me limito a ponérmela ―la miré de reojo con media sonrisa.

Me hice un eyeliner con rapidez y un poco de rímel, puse en el pequeño bolso lo imprescindible y salimos de ahí con una rapidez que no entendí. ¿Por qué Finn me necesitaba en un sitio que realmente es ilegal? Bajamos en el ascensor hasta visualizar el coche, si era el mismísimo Finn con cara de pocos amigos.

―La desaparecida ―dijo mientras me montaba en el asiento de copiloto.

―Perdón por hacer mi vida ―puse los ojos en blanco―. ¿Por qué me necesitas?

―Lo verás por ti misma ―suspiró.

Estuvo conduciendo un buen rato, o al menos a mí es lo que me pareció cuando llevábamos cuarenta minutos. Un descampado se abría ante nosotros, lleno de coches con altavoces en los maleteros, gente con ropa muy corta a pesar del clima que hacía, vasos de plástico tirados por el suelo, botellas de alcohol y cerveza por todos lados... esto era un descontrol absoluto. Finn aparcó en un sitio algo alejado del bullicio y bajamos de ahí, expectantes a todo lo que sucedía a nuestro alrededor.

―Madre mía ―dije en un murmuro.

―Bienvenida ―suspiraba Finn.

Todos íbamos siguiendo a Finn que era el que sabía dónde estaban esos dos y quisiera haberme dado la vuelta. Ethan estaba dándolo todo cerca de una pista con cuatro coches deportivos aparcados listos para ser arrancados para una carrera mientras se fumaba... ¿Un porro? Madre mía, sí, lo era. A su lado estaba Dylan, riéndose a carcajadas al lado de una chica a la par que sostenía un vaso que suponía que llevaría más alcohol que otra cosa.

ARTE EN EL ADNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora