「Capítulo 3」

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—¡Es un maldito desquiciado! —gritó colérico Cielle, casi al borde de un colapso nervioso. Era tanto aquel incontrolable enojo que incluso sentía sus extremidades entumecidas.

—D' La Fontaine, relájate. —Nadine lo sostuvo de los hombros y lo sacudió ligeramente, para hacerlo enfocarse — Llevas media hora en mi oficina gritando como un demente, pero no entiendo nada de lo que dices.

—Ese tipo, Evigheden, es un bastardo.

—¿Qué sucedió? —preguntó preocupada por el comportamiento histérico del contrario.

Nadine era la jefa de Cielle desde hacía dos años. Cuando el joven se graduó y no conseguía empleo en ningún bufete ella le abrió las puertas. Aunque eran un negocio relativamente novato, con el pasar de los años y en parte gracias a él, habían ganado mucha popularidad, auge y por ende clientela de alta categoría. Confiaba mucho en el talento de Cielle, después de tanto tiempo sabía bien el tipo de profesional que era, así como el tipo de persona también. Nunca antes lo había visto en ese estado, tal descontrol no era propio de él. Solía ser muy centrado, frío y calculador en gran medida. Era una persona con gran temple a pesar de su edad y por ello, siempre sabía controlarse emocionalmente. Entendió Nadine, que algo grande debía de estar pasándole.

—Él... —D' La Fontaine guardó silencio, evitando continuar y decir aquello que sabía debía permanecer como un secreto entre él y su cliente.

Recordó las últimas palabras de advertencia que le había dado Idan el día anterior, antes de marcharse. Con tono amenazante aseguró: «—Si te estoy diciendo todo esto, es porque como mi abogado estoy en la obligación de contarte siempre la verdad, para que así puedas crear una bien estructurada defensa. Mas te advierto, mi niño de ojos bellos, que si te atreves a decirle algo de esto a alguien más, esa será la última vez que lo veas con vida. »

Por su tono de voz sabía que Idan no bromeaba, era un hombre de armas tomar y sumamente peligroso. Personalmente no le temía pero sabía que nunca podría bajar la guardia, ni dormirse en los laureles. Mientras tuviera que convivir en el mundo de Idan Evigheden, debía volverse tan o más audaz que él, porque a pesar de todo de lo único que estaba seguro, era de que no huiría nunca más.

—No puedo decirte Nadine —suspiró y dio la espalda para cubrirse el rostro con las manos.

—Ya sé que cada caso es confidencial, pero no debes ser tan estricto, somos compañeros.

—Lo sé, es por tu bienestar que no puedo entrometerte en esto. Créeme que mientras menos sepas, mejor será para ti.

—Me asustan esas palabras —contrajo las facciones con preocupación —. ¿En qué te he metido al asignarte ese caso?

—No es tu culpa, después de todo yo lo acepté —volteó para verla a los ojos —. Descuida, sé cuidarme solo y no será esta la ocasión en que pierda, ni en los tribunales ni en el sucio juego de la vida.

La tarde llegó bañando el cielo con sus tonos rojizos. El sol que comenzaba a descender con sosiego, podía ser divisado desde las orillas del río Hudson, muriendo allí, tras los altos edificios de aquel bosque de concreto llamado ciudad. El reloj había marcado las cinco de la tarde, así que Cielle ya se encontraba saliendo de la oficina. Era también esa la hora en que debía ir a casa de Idan a la primera reunión abogado-cliente. Sin embargo, entendió a esas alturas que no podría llegar pues no tenía la dirección. Después de la discusión de aquella tarde, el acaloramiento lo había hecho perder lo profesional para llegar a volverse ofensivo.

—Maldita sea —gruñó mientras caminaba rumbo a su auto en el estacionamiento —. Bueno, pues tendremos que quedar otro día —habló para sí mismo.

El Abogado del Diablo (BL)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora