「Capítulo 9」

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Idan se había marchado en dirección al baño, dejándolo allí tendido en el suelo. Cielle aún frotaba su dolorido cuello casi incrédulo de que realmente se hubiese atrevido a hacerle daño. ¿Cómo había llegado tan lejos? Estaba demente si creía que se quedaría así, si Idan deseaba iniciar una guerra entonces no dudaría en darle batalla.

Suspiró por décima vez antes de dirigirse hacia la habitación y se dejó caer acostado boca arriba sobre la cama. Cerró los ojos por unos minutos descansando su vista que aún estaba borrosa. Que desagradable sensación aquella, la de estar siendo asfixiado con tal brutalidad, sin embargo no era ese suceso el que hacía que un sabor amargo subiera a su boca, sino la rabia y la ira que se veía obligado a contener.

Si algo había aprendido Cielle de sus pocos años como abogado, era a mantener la calma en todo momento, a actuar y pensar con frialdad, a calcular cada situación y decisión antes de ser tomada, y aunque nunca fue impulsivo aprendió una mejor manera de llegar a la victoria, esa era: la astucia.

Hasta el momento y aunque no lo demostraba en su totalidad estaba siendo sincero al tratar a Idan, sin ánimos de nada más que ser un buen abogado con su cliente. Sin embargo si deseaba ser manipulador podía ser el mejor de todos.

El Diablo debía de temerle, porque incluso el Diablo nació como un ángel pero él siempre fue un demonio.

Después de minutos de puros pensamientos de odio y venganza, terminó quedándose dormido, en parte por el malestar. El criminal que recién salía del baño se quedó mirándolo por unos instantes. Mientras dormía se veía muy sereno, ya no estaba esa mirada de rencor, en su lugar solo paz. Su rostro era increíblemente hermoso, adornado por facciones delicadas y pestañas largas, su cabello naturalmente oscuro caía en rebeldes mechones por sobre sus ojos y rozaba sus mejillas.

Admirando aquella belleza fue que sus ojos se toparon con las recientes marcas de ahorcamiento que él mismo le había hecho. Se arrepintió de ser tan impulsivo, se arrepintió de hacerle daño, pero sobre todo se arrepintió de sentir compasión cuando debería estar disfrutando de cada instante de dolor que veía a Cielle padecer.

Dando lentos pasos se acercó para sentarse en el borde de la cama. Apartó con delicadeza un mechón que cubría la mejilla del abogado, y se acercó lentamente a su cuello para inhalar profundo. Cielle seguía oliendo tan bien como recordaba, tenía esa suave esencia rara pero tierna, como un tenue perfume de flores silvestres, casi imperceptible, pudiendo ser solo apreciado si se estaba muy cerca de él.

Un sonido persistente provino de la puerta, no queriendo que terminase por despertar al que dormía tan tranquilamente, se apresuró en acudir al llamado.

El empleado del hotel ensanchó una nerviosa sonrisa al verlo abrir con tal prisa y esa seria expresión en su rostro.

—¿Qué? —preguntó con el entrecejo fruncido.

—Señor Evigheden, he traído el vestuario que solicitó temprano —le extendió dos bolsas negras y dos cajas.

—Ya veo, gracias. —Después de tomar las bolsas y no sin antes dejarle una propina al trabajador, cerró la puerta.

Se dirigió a la habitación y dejó las bolsas sobre el mueble frente a la cama. Se trataban de los trajes y los zapatos que usarían para el evento. Dado a que ambos habían viajado sin nada de equipaje los encargó tan pronto arribaron a Roma. 

Miró la hora en su teléfono comprobando que faltaba bastante aún, así que dejó al abogado seguir descansando para mientras hacer algunas llamadas y diligencias pendientes, antes de tener que partir.

Cielle comenzó a abrir los ojos, parpadeó un par de veces y se incorporó sobre la cama. Había olvidado en qué momento se quedó dormido. Miró a través de la ventana de la habitación como el sol ya descendía dando paso a la tarde. Había dormido mucho, más de lo que imaginó, pero supuso que fue consecuencia del cansancio mental, el largo viaje y el estrés.

Se sentó en la cama y frotó sus ojos aún adormilado. Le dolía la garganta y tenía mucha sed, así que se levantó para buscar un poco de agua. Cuando llegó al centro de la estancia se detuvo en seco, Idan estaba allí hablando por teléfono mientras caminaba de un lado a otro. Iba portando un elegante smoking negro con un diseño exquisito, la camisa que llevaba debajo también era negra y la pajarita anudada en su cuello tenía un tono gris oscuro. Su cabello perfectamente peinado hacia atrás con un mechón rebelde cayendo en su frente. Se veía más formal que de costumbre, con un aire sofisticado, pero su mirada frívola lo hacía lucir peligroso.

Cuando Idan colgó el teléfono fue consciente de la presencia del abogado así que caminó en su dirección.

—Debes comenzar a alistarte ya para ir al evento —ordenó con seriedad —. Dejé ropa y zapatos para ti en el mueble frente a la cama.

—No quiero ir—confesó Cielle haciendo una mueca de inconformidad.

—No te pregunté si querías ir.

—No tiene caso alguno llevarme a un lugar donde me sentiré como pez fuera del agua.

—Tienes menos de media hora para estar listo.

—Estúpido —gruñó inconforme.

De mala gana agarró la bolsa negra y entró al baño dando un portazo. Había terminado de ducharse y se encontraba frente al espejo mirando su reflejo. La marca de la mano del criminal en su cuello se había hecho incluso más prominente, tomando un tono casi negruzco. Gruñó viendo como su piel lucía mancillada. Pensó en cómo se atrevió aquél desgraciado a hacerle algo como aquello. Merecía ser asfixiado con la almohada mientras dormía.

Abrió la bolsa para comenzar a vestirse cuando oyó unos suaves golpes en la puerta del baño.

—Cielle —llamó Idan pero él lo ignoró aún demasiado enojado —. ¿Todavía estás dentro? —Nuevamente no contestó.

Se dio cuenta del error que había cometido cuando la puerta del baño fue abierta repentinamente.

El abogado ahogó una exclamación de sorpresa. Idan había irrumpido sin ser esperado, topándose de frente con un Cielle desnudo y sorprendido.

—¡Evigheden! —exclamó avergonzado para cubrir con sus manos tanto como le fuera posible —. ¡Maldito, desgraciado, imbécil, mal nacido, idiota, psicópata!

—Oye no me culpes tú no respondiste pensé que no estabas aquí.

—Sal de una vez —exigió —. ¿Por qué has entrado?

—No te hagas ideas tontas, solo vine porque olvidé mi reloj —extendió la mano sobre el lavamanos y tomó el reloj para ponerlo frente a los ojos del contrario —. ¿Ves?

—Ya lo tienes, bien, vete.

—Por cierto, la adultez te sentó de maravilla, mira nada más que figura tan bonita tienes.

—¡Cállate maldita sea! —espetó para voltearse y darle la espalda, queriendo esconder su casi inhumano sonrojo. Desde hacía mucho que no pasaba por una situación tan vergonzosa.

—¿En serio D' La Fontaine? —soltó una risita algo ronca antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

Lanzando un millar de maldiciones al aire Cielle comenzó a vestirse tan rápido como le fuera posible. Terminaba de colocarse el pantalón y abrochaba su camisa cuando se detuvo. Observó el pequeño rastro de tinta bajo sus costillas y una sonrisa amarga y se dibujó en sus labios. Recordó cuando tantos años atrás ambos se habían escabullido para hacerse aquellos tatuajes.

Mientras que en la piel de Cielle estaba grabada la frase: «You see all my light», en la de Idan, ahora siendo cubierta por otro tatuaje, se encontraba oculta la frase que una vez dijo: «And you love all my dark».

Eran tan verídicas aquellas frases que de jóvenes habían escogido. Eran ellos como el Yin y el Yang. Dos seres diferentes que encajaban a la perfección, para demostrar a todos la verdadera realidad de la vida. Eran la luz que escondía una negra oscuridad, y la oscuridad que guardaba un rayo de luz. Estaban ellos enfermos, enfermos de un amor que no entendían seguía latente en el fondo de sus corazones, opacado por el rencor. Eran dos cobardes que preferían ocultarse a sí mismos la verdad con tal de no salir nuevamente heridos. Eran ex amantes que nunca habían dejado de amarse y aún no lo sabían.

El Abogado del Diablo (BL)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora