「Capítulo 4」

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Cielle se quedó petrificado, sostenía aún el teléfono contra su oído pero tenía la mirada fija en Idan. Mientras contemplaba su rostro se repitió internamente la palabra terrorista unas mil veces, sin embargo aún así no lograba asociarla a él. ¿Cómo podría ser un sucio terrorista? El Idan que él conoció siempre sonreía, soñaba como un niño y vivía la vida sin hacer daño a nadie.

—Te llamaré luego —dijo a su amiga y luego colgó.

—¿Qué pasa? —preguntó el contrario —. Parece que viste un fantasma.

—Sé que soy posiblemente un suicida por hacer esta pregunta, pero ahora mismo no me interesa, yo solo quiero saber algo —suspiró mirando directamente a sus ojos avellana oscuro —. ¿Eres un terrorista?

—Vaya —ladeó el rostro —, esa información se supone que no debe ser de tu conocimiento, ni el de nadie —respondió torciendo la boca.

—Entonces es verdad —jadeó retrocediendo un paso —. ¿Qué te pasó?

—Tú.

—Deja de culparme. Nadie es capaz de cambiar tanto por otra persona.

—Te sorprendería.

—Incluso sí así fue eso no te da derecho a hacer daño a otros, no es justificación para tantos delitos.

Limitándose a no responder, Idan señaló el interior del departamento indicándole a Cielle que ingresara, pero este negó con la cabeza, retrocediendo unos pasos.

—No puedo —confesó en un quejido lamentable —, no puedo seguir con esto. No arruinaré mi carrera, mi reputación, mi futuro y mi vida por ti, por defenderte. Antes pensé que quizás había una pequeña esperanza, pero tú ya estás perdido Idan, nadie puede salvarte, ni siquiera tu mismo. Estás tan hundido en toda esta podredumbre que nunca podrás librarte de ella, quizás solo con la muerte.

—Lo lamento —se encogió de hombros —, pero tu tiempo para renunciar se terminó ayer. Ahora no tienes otra opción más que seguir, y créeme que no la tienes, menos ahora que descubriste lo que no debías.

—No puedes obligarme a ser tu abogado.

—Sí que puedo, no me tientes porque suelo ser muy creativo y lo sabes.

—¿Me estás amenazando?

—Por supuesto —señaló el interior del departamento —. Entra de una vez D' La Fontaine.

—No lo haré —sanjó con inquebrantable actitud y mirada.

—Sabía que dirías eso —se acercó ligeramente para pronunciar en bajas palabras —: Justo ahora hay un gatillo esperando ser jalado para atravesar el cráneo de tu queridísima amiga Selene, la pobre está aún en la oficina sin saber que alguien la espera en el estacionamiento. Y qué hay de tu jefa, Nadine, va conduciendo de camino a casa, pero los accidentes ocurren. Hay dos vidas en tus manos, Cielle, esperando a tan solo una llamada mía para dejar de existir. Es tu decisión, ojos bellos.

—Eres un bastardo —gruñó. Un rencor ardiente se elevó por su cuerpo e inundó sus venas. Ser amenazado de aquella manera era más que una humillación, se había sentido nuevamente débil, por no poder proteger a quienes le importaban.

—He intentado dejártelo claro muchas veces. Te dije que querrías huir y trataste de ser valiente. ¿Creías que te permitiría ir con tanta información? Aceptaste este caso y no porque en ese momento te amenacé, tampoco porque desees proteger a tu primer amor, lo haces porque eres una persona narcisista.

Cielle tragó toda la ira, a pesar de que cada célula de su cuerpo pedía a gritos que estampara su puño contra el cínico rostro de aquel que lo mira con tanta autosuficiencia. Siguiendo las órdenes se adentró al departamento, chocando su hombro contra el del criminal al pasar, en un acto de puro desquite.

El Abogado del Diablo (BL)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora