CAPÍTULO 1: El trato

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Había pisado más de tres cárceles en los últimos años. Estaba en Gorgona: la última invención de los vampiros, humanos y hombres lobo. Antes era una cárcel para humanos, ahora solo era para cazadores. Sus paredes eran impenetrables.

Intenté escapar más de una vez sin éxito alguno. Sus guardias eran todos humanos. Para salir de allí tendría que asesinarlos y no quise hacerlo. Antes de convertirme en cazador hice unos votos. Jure que jamás asesinaría a un humano.

Bajo ningún precepto.

La cárcel me ofrecía una habitación de cuatro por cuatro. No había una sola ventana sólo paredes y un agujero por el cual entraba comida: la cual era arroz al desayuno, almuerzo y cena. Esa era la única comida que me daban. La comida no era necesaria podía vivir sin ella; sin embargo me distraía. Comía grano por grano para entretenerme. Y a veces hasta los contaba.

No había siquiera una puerta. Me encadenaron con cadenas de oro; así lograron suprimir mi poder. Luego cerraron las paredes conmigo adentro, todas forzadas en el metal precioso. No podia siquiera tocarlas, el dolor evitaba que me acercará a ellas.

Anhelaba la muerte igual que la libertad...

En ese estado la muerte sería el mejor regalo que podían concederme. Sólo así al fin mi alma descansaría en paz. Se que el infierno estaba esperándome, aunque asesine sólo vampiros y hombres lobo, se que una muerte es un pecado terrible sea de quien fuere.

Alcance a oír el traqueteo de unos zapatos de marca fina. Aunque aun no habían abierto la pequeña ventanilla sabía de quien se trataba: era mi muy inútil abogado.

Un hombre bueno y justo pero que como defensor era un fiasco. Me acerque con la velocidad de un bólido a la ventana. Al abrirse pude ver los ojos del hombre. Los únicos ojos que había visto durante todo mi encierro.

Inhale con fuerza su aroma: olía a cedro, mezclado con el olor a lavanda de su esposa. Enseguida me sentí mucho mejor, sobretodo porque el coloco sus manos en la ventanilla; volví a inhalar, esta vez sentí el olor amargo de la amapola, olía a gardenias, hortensias, azucenas, el delicado aroma de las rosas...

Antes de venir a verme el pasaba por una floristería, para que yo pudiera disfrutar de todos esos aromas. Supuse que su visita era para decirme lo mismo de siempre: No había manera de que saliera de allí.

Su padre fue mi abogado y ahora el lo era. Lo conocía desde que tenía 18, cuando era muy inocente y frágil. Luego conoció a su esposa, tuvo hijos y creo que ya era abuelo. El como yo odiaba a los vampiros, prefería envejecer y morir como un humano antes de convertirse en uno de ellos.

—Señor Pross, que gusto verlo.

En eso no mentía, el era la única persona que me visitaba. Verlo era un aliciente para mi alma.

—Lo mismo digo, te tengo buenas noticias.

Sentí su aliento a chocolate, se comía uno antes de entrar a la prisión, sólo para que yo pudiera percibir ese delicioso aroma, mi olor favorito.

—¿En verdad son buenas?

—Si, encontré la manera de sacarte de aquí.

Me quede petrificada ante sus palabras, no podía decir nada. Lo que me acababa de decir me dejo perpleja.

—El gobierno te ofrece un trato para que puedas recuperar tu libertad.

—¿Un trato? —pregunte.

El gobierno humano tal vez sedería a darme mi libertad. Pero el concejo vampírico jamás, asesine a seis de sus Lords. Ellos querían mi cabeza sobre su mesa, no me habían asesinado sólo por el tratado con los humanos.

CAZADORES DE BESTIAS 1: La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora