CAPÍTULO 4: Absolución

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Cerré los ojos y me enfoque en el olor a vino, cereza, coco y romero que se aproximaban desde el pasillo. Sus pasos eran apresurados; los cuatro hombres me rodearon cubriendo con sus olores la fetidez de los vampiros y los licántropos.

Me giré para verles el rostro. No pasaban de los treinta cinco años. Reconocería su presencia aun estando dormida; eran los guardias de la cárcel. Se limitaron a observar el estrado sin prestarme atención.

Antes de entrar a la sala les habían prohibido mirarme. Llevaba muchos días percibiendo sus aromas a través de la rendija de la ventanilla. Muchas veces me quedé allí pegada sólo para oír sus pasos y sus voces. En esos momentos acercaba mi nariz a la rendija y podía olfatearlos.

Si, se que suena obsesivo, pero aparte del señor Pross ellos eran las únicas personas que estaban cerca.

Esos cuatro guardias eran los encargados de mi celda. Y por más que fueran mis captores, no podia moverme ni hacer nada en contra de los vampiros y los lobos. Podía asesinar a los humanos y era algo que no deseaba.

—El concejo vampírico ha cedido ante su condición —empezó Lord Marshall—. Si cumple con el objetivo, al termino de la misión será absuelta y recobrara su libertad.

Ellos habían aceptado. Sin embargo nunca confiaría en un vampiro. Había algo más; algo que me estaban ocultando. El ritmo cardíaco de el humano de mi derecha se hizo más rápido. Su corazón iba muy ligero; tal como si le fuera a dar un infarto.

Observé a el hombre de figura menuda y cabello claro. Si seguía así no iba sobrevivir cinco minutos más.

—Los términos del tratado serán todos dispuestos a continuación; al finalizar continuaremos con la firma y usted señorita Scarlett será liberada en tres días.

El ritmo cardiaco del guardia volvió a tranquilizarse. Cosa que agradecí porque su repiquetear no me dejaba concentrar.

El tratado de más de cincuenta hojas era un verdadero tedio.

Sueño; no dormía pero oír recitar a Lord Marshall tantas bobadas juntas lo único que provocó en mi fue ganas de dormirme y de tirarme por la ventana.

En resumen todo se reducía a restricciones de mi parte. Tenía prácticamente prohibido hasta ir a el baño sola. Y los vampiros si podían hacer conmigo lo que quisieran.

El señor Pross estaba muy atento; el poseía en sus manos un tratado igual al que leía Lord Marshall. Mi abogado lo estudiaba minuciosamente; de eso dependía mi vida y la de ellos también.

El tratado se reducía a:

Si mataba un vampiro me asesinarían. Si tocaba un vampiro me asesinarían. Si huía me asesinarían. Si corría me asesinarían. Si desobedecía me asesinarían. En fin todo terminaba conmigo muerta.

Bla, bla, bla...

—Si están de acuerdo procederemos a la firma —concluyó Lord Marshall.

Observé a el señor Pross quien me dedico una mirada no muy convencida.

—Necesitamos más tiempo para estudiar el tratado. Más cuando hay algunos parágrafos con los cuales mi clienta y yo no estamos de acuerdo —recriminó mi abogado—. Le pido una hora para hablar con ella.

—Tiene 5 minutos; nada más.
Lord Marshall abandonó la sala seguido del tumulto de guardias. Muy pocos quedaron en la salas sólo siete contando los humanos.

—¿Qué sucede señor Pross? —pregunté—. Que es eso en lo que no esta de acuerdo.

—En todos los escenarios tu sales perdiendo —agregó volviendo a repasar el documento—. No es posible que por el simple hecho de que algún vampiro muera dentro de la operación  tu seas encarcelada de nuevo. Tampoco estoy de acuerdo con que tengas que llevar el Giter en todo momento.

CAZADORES DE BESTIAS 1: La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora