CAPÍTULO 40: ¡Serás mía!

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SCARLETT:

Escuchamos murmullos y voces. Nos escondimos detrás de unas rocas. Más adelante había una luz roja que refulgía por entre la oscuridad de la cueva.

El laberinto que habíamos tomado concluía justo allí. Había una planicie escarpada. Alce mi cabeza y aclare mi visión.

En el centro de aquel conglomerado de demonios se encontraban atados Jael y Phoe. Y junto a ellos los demonios preparaban un ritual para sacrificarlos.

Eran muchísimos y aunque los refuerzos del coronel Yulian venían un poco más atrás éramos insuficientes.

Sin las gárgolas asesinar esos seres demoniacos era una tarea imposible. Tenía una última opción, sabía que el principal objetivo de los demonios no eran los humanos sino yo.

Les daría lo que querían.

—¿Qué haremos para sacarlos de allí? —interrogó Wenter asustada—, son muchos.

—Un trato —contesté.

—¿Un trato? —cuestionó Yulian.

—No has oído hablar que al diablo le encantan los tratos; pues eso le daré, haré un trato con los demonios —torne la vista hasta donde los humanos inconscientes seguían atados—. Me cambiaré por ellos.

—¿Qué? —Criss no podía creer en mis palabras—, tienes algo en mente ¿Verdad?

—No es necesario que hagas eso, pronto tendré mas agentes en este lugar —informó Yulian.

—Tus agentes no serán suficientes y lo sabes. En cambio yo les daré tiempo para que salgan de aquí.

—Suena a un plan suicida pero creo que va a funcionar —participó Wenter—, además tu sola puedes escapar de ellos sin ser vista.

—Permanezcan en silencio, cuando les de la señal podrán irse.

No espere a que me respondieran. Salí de la fila de rocas y camine con decisión hacia donde estaban los demonios.

Alce mis manos a ambos lados, ellos debían entender que no quería luchar.

Al verme, los seres se hicieron a un lado, arquearon las espaldas y me mostraron sus colmillos.

—Déjenla pasar...

Esa voz.

Entre la pestilencia demoniaca no había logrado distinguir el olor del Alfa. Tenía un improvisado trono que los cuerpos de los demonios no me habían permitido ver antes.

Iba vestido igual que en ocasiones pasadas: con el dorso descubierto y tan sólo un pantalón negro como única prenda.

Se había cortado el cabello; con ese corte se parecía muchísimo a su padre.

—Mi reina, sabía que ibas a venir.

Su mirada me recorrió de pies a cabeza deteniéndose en cada parte de mi. No importaba lo que hiciera, el no iba a lograr amedrentarme.

—Cada vez que te veo estas más provocativa. Y mi deseo crece como un volcán dentro de mi.

—Sabes a que vine, ¿Verdad?

El Alfa sonrió con malicia, dejándome ver la cumbre de sus dientes de vampiro.

—Si lo se; así como tu sabes que yo te estaba esperando —se levantó de la silla y camino hacia mi.

Con disimulo ingrese una mano en uno de mis bolsillos. Se detuvo a solo un metro de distancia.

—Dejaré que tus guardias se vayan; no me interesan esas ratas inútiles —se mordió el labio mientras seguía mirándome—. Conoces mis intenciones y lo que quiero de ti.

CAZADORES DE BESTIAS 1: La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora