CAPÍTULO 54: El principio

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SCARLETT:

Hice lo que Buró me pidió. Para volver al inicio debía tomar la misma posición de un feto en el vientre de su madre. Me encogí llevando mis rodillas hasta casi la altura de mi pecho, las abrace con mis brazos y cerré los ojos inclinando mi cabeza sobre ellas.

Buró se acomodó a mi costado derecho. El llevaba la misma posición que un monje cuando esta a punto de hacer yoga.
Entonces puso una mano sobre mi cabeza. Sentí como su otra mano ingresaba por mi costado levantándome la camisa. Un segundo después tanteo mi abdomen e inserto su dedo corazón justo en el orificio de mi ombligo. Cuando su dedo empezó a entrar me dolió un poco. O bueno no dolía, sino que se sentía incómodo.

—Cálmate guardiana, debo establecer conexión como si estuviese en el vientre de tu madre —añadió—. No te asustes, relájate y deja que yo me encargué. Enfócate en mi voz...

“Estas en completa oscuridad, percibes los latidos del corazón de tu madre. Sientes sus manos sobre ti, a través de la piel puedes sentirla. Tu madre te habla y la escuchas... Escuchas su voz como un susurro ahogado que sólo llega hasta tus oídos. Entonces abres los ojos... abre los ojos Scarlett”.

Abrí mis ojos lentamente y la brillantez del sol hizo que los entrecerrara. Estaba en un lugar extraño. Bajo la sombra de un frondoso ciprés. El suelo estaba decorado con las bellotas pequeñas que caían de el. Alrededor había un gran prado extenso en el cual florecían pequeñas rosas rosadas. En el horizonte una pequeña casita de madera se alzaba en medio de la vegetación.

Alguien paso cerca de mi, al parecer el no podía verme.

—¡Apúrense!¡Ya va a nacer!

Tres hombres y una mujer corrían en dirección a la cabaña. Sus ropas eran antiguas y debíamos de estar en una época muy remota.

Los imite y seguí sus pasos. Llegue a la entrada de la cabaña y escuche provenir de allí los gritos de una mujer. Por la forma que gritaba y los murmullos de los presentes deduje que estaba a punto de dar a luz.

La puerta de la casa se abrió; un hombre de unos sesenta años se presentó frente a nosotros y le hizo una venía a los recién llegados.

—Guardianes los estábamos esperando.

Entraron en fila y yo hice lo mismo. Nadie allí se percataba de mi presencia.

La casa no era muy ordenada, habían muchos trastes y ropa sucia por doquier. Se notaba a cada paso la pobreza de aquella familia. En un rincón cuatro niños y dos niñas de diferentes edades estaban de pie con la mirada fija inspeccionando a los visitantes.

Los niños de edades muy seguidas siguieron allí sin mover un sólo músculo. Luego de la habitación en la cual gritaba la mujer dejó de oírse algún sonido. Un segundo después el llanto de un bebé irrumpió el pequeño lapso de tranquilidad.

Intente oír que pasaba pero no pude. Fue como si mis sentidos no sirvieran. La puerta de la habitación se abrió y una mujer salió con un bebé en brazos envuelto en una sucia manta. Los cuatro visitantes se asomaron a ver el recién nacido.

—Lo siento mucho —dijo la mujer—, la señora Isabel acaba de morir.

Solo al hombre y a los niños pareció importarles aquella noticia ya que empezaron a llorar desconsolados. Se abrazaban los unos a otros intentando darse apoyo.

Los otros cuatro seguían expectantes mirando a la mujer.

—Es una niña, lo lamento guardianes.

Tres de ellos no dijeron nada y salieron sin proferir una palabra. En cambio la mujer se quedó allí mirando la bebé.

CAZADORES DE BESTIAS 1: La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora