CAPÍTULO 5: Humanos

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Era la primer vez que perdía tanto la noción del tiempo. Me hallaba desubicada y mis sentidos estaban atrofiados. Abrí los ojos y me encontré con unas paredes extremadamente blancas. No estaba en mi celda.

A un costado escuche un repiquetear. Me voltee con lentitud y lo primero que vi fue a un humano de unos cincuenta años que anotaba algo en una agenda. El hombre iba vestido de blanco. Agudice mi vista y logre leer su nombre que estaba escrito sobre el bolsillo de su bata. “Doctor Mera”.

El hombre arqueo una ceja al verme y siguió escribiendo. No estaba atada ni esposada. Sin embargo el hombre no parecía tenerme miedo. Intente moverme y solo logre que me doliera el pecho. Hacia tanto tiempo que no me dolía tanto algo: era como una punzada.

—Felicitaciones Scarlett, es la primer paciente en soportar el Giter —añadió el doctor Mera.

Intente hablar pero lo único que logre fue que me doliera más el corazón.

—No se preocupe el dolor irá desapareciendo a medida que su cuerpo se acostumbre a el Giter.

Impulsándome con mis manos me senté en la cama de lo que supuse era un hospital. Apreté los labios con mis dientes para no gritar. Me dolía tanto como no tienen idea. Era como si alguien hubiese clavado un cuchillo en mi corazón y cada vez que me moviera se me clavara más y más.

—¡Eso es!, les dije que aguantarías —exclamo el doctor—. Llamaré a los guardias para que vengan por ti. Estas lista para irte.

Antes de que pudiese preguntarle algo, el doctor abandonó la habitación.

El cuarto era igual de pequeño a mi antigua celda. En el sólo había la cama en la cual me hallaba. Mi cuerpo se encontraba tan solo cubierto con una sabana blanca.

Lo único que había diferente en mi era el collar de plata: el Giter.
Mire mi pecho y note que no había cicatriz ni nada que pudiera darme a entender que me habían hecho.

La puerta se abrió y por ella entraron los cuatro guardias. El primero de ellos; aquel hombre de cabellos claros que parecía llevar siempre las pulsaciones cardíacas al límite, llevaba en sus manos una pila de ropa limpia.

Los hombres intercambiaron miradas antes de que uno se decidiera hablar.

—Nos han enviado para que la preparemos. Pronto vendrán por usted para llevarla a el comando.

El uniforme de los guardias que había visto de un color azul ahora era negro.

El hombre que habló siguió inerte. Era un sujeto alto y fornido de cabello castaño. Sus ojos eran negros como la noche y brillantes como las estrellas. Su piel acanelada era preciosa. Llevaba el ceño fruncido y su mandíbula fuerte alzada hacia arriba en un acto de soberbia.

—¿Sabes que fue lo que me hicieron?, Antry.

El hombre se asustó al darse cuenta que sabía su nombre. Sabia el nombre de los cuatro; tantas veces intentando espiarlos a través de una rendija de un milímetro había dado resultado.

Antry tragó saliva antes de responderme.

—No lo sé.

Si sabía sino que no quería decírmelo.

—¿Y tu Jael? —pregunté dirigiéndome a otro guardia de tez morena y ojos azules.

El corazón de Jael dio un bote dentro de su caja torácica. Por un momento creí que se le había desprendido y que saldría por su boca.

—Noo —tartamudeo.

—Supongo que Criss y Phoe tampoco me van a decir nada —concluí.

—Debemos ayudarla a cambiarse —agregó Criss quien todavía sostenía la ropa—. Nos prohibieron siquiera dirigirle la palabra.

CAZADORES DE BESTIAS 1: La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora