2. El prejuicio

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Lentamente abrió la puerta, y vio al tipo frente a ella.

Era el amigo de Julio, el de la guitarra.

Rondaba los 30, era fácil  unos 20 centímetros más alto que ella.  Tenía el cabello amarrado en una cola.
Se le veía muy molesto.

- ¿Quién lo iba a decir? Una cazafortunas- le dijo con ironía

- ¡¿Perdón?!!- respondió sorprendida Miranda pensando que aquel tipo se habría confundido de apartamento.

- Como usted, he conocido muchas y estoy seguro de que solo quiere el dinero de don Luis -

No se preocupe; le vamos a dar lo que se necesite - dijo con un tono arrogante y rudo - y luego va a firmar un finiquito en donde -

- ¿De qué está hablando? - Lo interrumpió ella - ¿por qué me dice esas cosas? ¿Dónde está don Luis? – dijo Miranda tratando de ocultar su miedo, porque el hombre se veía muy fuerte.

- Él no va a venir.  Para eso estoy yo aqui - espetó en tono muy determinado –y estoy hablando de que usted solo quiere sacarle el dinero con sus falsas lesiones -

- ¿Qué dice? ¿Qué falsas lesiones? A menos que esto lo pueda lograr con el poder de mi mente, no veo porque me está diciendo todas esas cosas - dijo Miranda señalando el pie inflamado; la verdad era que cada vez se veía peor.

El hombre vio el pie de Miranda y evidentemente tenía una lesión que no parecía muy leve, sin embargo, tratando de mantener su orgullo dijo – No soy médico, pero estoy seguro de que uno de ellos dirá que es una cosa de nada -

- ¿Sabe qué? ¡Yo no necesito esto! yo me puedo valer por mí misma y no necesito de su ayuda ni de su arrogancia.

Dígale a don Luis que la próxima vez escoja mejor a sus empleados o que los entrene para que no piensen que todas las personas son, como con las que seguro usted se codea: vacíos, arrogantes, especuladores y prejuiciosos - dijo levantando la voz.

Se disponía a dar un paso para atrás y somatarle la puerta en la cara, pero el intenso dolor no le permitió asentar el pie.

Si no fuera por los rápidos reflejos del hombre estuviera ya en el suelo, porque la agarró justo en el momento preciso y la levantó como si de una pluma se tratara.

Inevitablemente, Miranda gimoteó del dolor.

- Suélteme - dijo Miranda sin notar que era ella quien lo apretaba para no caerse.

- Bueno, pero en el sillón, no quiero que me salga más caro si la suelto y cae al piso -

Miranda lo asesinó con la mirada.

La colocó en el sillón y le dijo - voy por una silla de ruedas y la llevo al hospital-

- No necesito de usted, no se moleste y no necesito de su dinero. Páseme mi teléfono y váyase- le ladró

- Haría eso encantado - dijo casi riéndose - pero no quiero más problemas con mi papá, así que me espera aquí - dijo saliendo del apartamento sin darle lugar a que dijera nada más.

En cuestión de minutos regresó con una silla de ruedas – Vamos - espetó casi como una orden.

-No me puedo levantar- dijo Miranda intentando pararse

Le acercó la silla lo más que pudo y la ayudó a subirse.

Llegaron al hospital sin cruzar una palabra, pero a Miranda se le habia escapado una lagrima al igual que varios gemidos y pujos del dolor.

Remiéndame el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora