Capítulo 22: Sonrisa malvada

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Cruzo las grandes puertas de la entrada. No me importan las piedras que se entierran en las plantas de mis pies al pasar por el jardín.

Ignoro a Marcos y sus chicos que ya están en la entrada del castillo. Klaus no alcanzó a irse.

—¡Mía Isabella! —corro más rápido.

Me estrello con una fila de guardias, miran a Marcos y luego a mí, las medallas en el lado derecho de su uniforme me hacen saber que son del nivel más alto. Son los que cuidan del rey.

—¡No la dejen salir! —escucho el trote de varias piernas.

—Muévanse.

El primero da un paso en frente. Sus ojos recorren mi cuerpo, mi mente asimila el pequeño vestido que llevo y de repente empiezo a tener frío.

Lo ignoro y me centro en las camionetas que están saliendo del lugar.

—Aparte esa mirada soldado o le arranco los ojos.

Me quejo cuando me obliga a darme vuelta. Sus esmeraldas están tronando en matices de enojo.

—Ve a dentro.

—No.

—Mía.

—Aún no soy tu capitana y no tengo porque seguir tus órdenes. No somos nada y tampoco te considero mi rey —empuña su boca en un gesto de impotencia—. En cambio, conozco a eso tres chicos que están allá en Esmeralds.

—¿Los que están destruyendo mi ciudad? —enmudezco— Esto no es Dhalia, no les permitiré hacer lo mismo aquí.

Jeddy, Ben y Klaus avanzan pasando de nosotros.

—¡Alto! —ordeno.

Suelto mi mano de su agarre y me giro dando frente a la situación. Se han detenido ante mi grito. Una guerra de mandatos se instala en el lugar.

—Avancen —Ordena Marcos.

Benjamín se gira e intercala su mirada entre el pelirrojo y yo.

—¿Marcos? —dice encogiéndose de hombros.

—Los tocan y me voy a enojar demasiado.

—¿Dejamos que destruyan la capital?

Vuelvo a él con las manos hechas puños, el enojo crepitando en mi interior.

—Quizás sea que desde Dhalia esta tratando de llamar tu puta atención.

Todo queda en silencio. Nos miramos sin parpadear, ambos llenos de ira.

—Vaya forma de hacerlo.

—Es difícil hablar con usted, ¿lo sabía?

—No te pongas de su lado.

—No lo hago. No estoy del lado de nadie. Porque él está haciendo todo mal y tú también. Pero a diferencia de él, tú eres el rey, eres quien debe fomentar la paz.

Las líneas duras del enojo desaparecen. Mira al cielo como si pidiera paciencia y ese gesto lo hace lucir más humano. Me da una mirada más.

—¿Qué sugieres? ¿Lo dejo divertirse con mi gente?

Niego.

—Hablaré a solas con él.

Deja salir una risita seca.

—No.

—No te estoy pidiendo permiso, solo no quiero que intervengas.

Entonces veo el destello, la orden que le envía a los chicos con una sola mirada.

Amando Al Rey © [ L. I. 2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora