Capítulo 29: La cabaña

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Gracias por ser el patrocinador de mis sueños.

Mont.

👑

—Sí vas a gobernar a mi lado debes conocer tanto como un mapa del tesoro, cada pasillo de este laberinto —los faroles que alumbran la oscuridad de los caminos que trazan los arbustos, me están tentando a entrar—. La torre en medio solo es una fachada. La verdadera fortaleza está debajo, dentro.

La curiosidad me hace darle todo el frente.

—¿Fortaleza?

Asiente.

—Me negué a no tener un plan de escape después de lo que le sucedió a mi familia.

—Marc…

—Allí es donde se deben esconder los que amo. Allí se esconderán tú y mis príncipes si algo llegase a pasar.

¿Sus príncipes?

Dudaba mucho que hubiese heredado el don de ser madre y eso definitivamente no estaba en mis planes.

—No va a pasarme nada… lo de tus padres…

—No quiero hablar de eso —desvía la mirada, aquella muralla fría que tenía tiempo no ponía entre los dos vuelve a surgir. 

—No señor —alzo la voz, la firmeza tiñendo mi tono—. Yo no soy como el resto. A mí no vas a excluirme. 

Jalo su brazo y hago que me mire. Tomo sus mejillas atrayéndolo hasta mí nariz.

—Mía…

—Llévame al exilio, quema la corona de la reina si es lo que deseas. Pero jamás dejaré de pertenecerte y esa debe ser tu certeza mi amor. Que seré tuya y daré todo de mí para que eso no cambie.

Entierra sus dedos en la piel más abajo de mis hombros. Me agarra con desespero, me trasmite su miedo.

—Sí te pierdo Mía Isabella, Seir no dará basto para todo el poder que voy a dejar salir de mí. Mantente a salvo o sino todo el país estará en peligro.

Me esconde en un abrazo, hundiéndome en su pecho con demasiada fuerza. Se agita y por más que lo intente evitar, sus sollozos llegan a mis oídos. Llevo mis palmas a su espalda y la acaricio. 

Dejo que se derrame en llanto como la cascada a la que me llevó el otro día. Que mi cercanía lo consuele y quería ser egoísta, quería que me convirtiera en el ancla que ha estado necesitando todos estos años.

—No vas a perderme, no te será tan fácil deshacerte de mí.

La risita que le provoca mi comentario dispersa un poco su llanto. Lo hago salir de entre mi cuello, beso sus mejillas tratando de secar sus lágrimas con mis besos.

—¿Es muy tarde para aceptarlo? —cuestiona.

—¿El qué?

—Que estoy enamorado de ti.

No escondo mis hoyuelos, no puedo. Aparecen con más facilidad en mis mejillas cuando está cerca.

—No, no lo es.

Rodeo su cuello relamiendo mis labios. Él es quien me besa, jamás podré olvidar el sabor de la vainilla. El manjar que espero devorar por la eternidad.

—En serio quiero darte mi presente —murmura sin despegarse por completo—. He planeado una cena para dos. Es la primera vez que probaré comida asiática.

Me río y le robo otro besito antes de internarnos en el laberinto.

—¿Extrañaste mucho a tus padres hoy?

—No voy a mentirte, me hicieron mucha falta. Estuve mucho tiempo en Grecia, no he pasado mi cumpleaños con ellos desde hace cuatro años.

—Sabes que puedes ir a visitarlos cada que quieras.

—Lo sé.

—Podemos ir mañana.

La sorpresa es como un subidón de adrenalina.

—¿En serio?

—Sí, creo que es hora de hablar con tus padres.

Ejerce más presión en nuestro agarre. Sus dedos se ajustan más que bien a los míos y jamás me he sentido así de especial en compañía de un hombre.
Marcos no dejaba espacios para que el único chico que creí había amado de verdad, se colara.

—Vas a amarlos, especialmente a mamá.

Asiente.

—Desearía poder presentarte los míos, hubieses amado a mamá también.

Aunque me lo dice con una sonrisa discreta, no puedo evitar sentir dolor.

—No los conozco y los amo, mi amor.

Su fuego multicolor pasa a un rosa tenue, me regala paz su nueva tranquilidad. Mi revelación le ha causado felicidad.

Llegamos al centro del laberinto, los guardias abren espacio y alzo mi mentón para que mis ojos puedan captar la punta de la torre.

Parece un mini castillo.

—Es asombroso.

—Debemos subir, la mesa esta en el último piso.

Era una torre hueca, no había más que escaleras cuesta arriba para poder llegar a la cima. Los ladrillos eran del mismo tono del castillo. Lo seguía con la ansiedad en la boca del estómago.

Llegamos al piso, la brisa fresca inunda el amplio salón a través de la ventana cuadrada que casi abarca la mitad de la torre.

Las velas están regadas por montones en el piso. La mesa es medianamente larga. Vestida con un mantel blanco.
Los meseros y quienes me imagino están encargados de servirnos hoy, hacen una reverencia.

Marcos me guía aun de mi mano hasta una de las sillas en la esquina. Miro la otra en la punta contraria. 

—¿Por qué estaremos tan lejos?

Marc ríe.

—Por favor, pueden traer mi silla más cerca. La reina no quiere tenerme lejos.

Lo pellizco. Se muerde el labio aguantando la mueca.

—Eres un pesado.

La servidumbre no tarda mucho, Marcos arrastra mi silla y me invita a sentarme ante de hacerlo él en la suya. Nos sirven algún vino de aroma agradable y la cena empieza en segundos. Traen los platos, diversidad de bocadillos asiáticos llenan la mesa.

—¿Qué tal estuvo la fiesta?

—Divertida —tomo los palillos de madera, Marcos opta por un tenedor—. Quiero disculparme en nombre de Itzae…

—Dudo mucho que la emperatriz se lamente.

—No, no lo hace. Pero yo quiero hacerlo en su nombre. Lo que hizo no estuvo bien.

—No te preocupes, fue agradable hablar con ella —su sonrisa se ensancha—. Descubrí que eres intocable, pobre el que toque una sola hebra de tu cabeza.

—No es para tanto.

—Por supuesto —rechista—. Entonces no entiendo como Alfred no pudo conseguir a mis dos soldados estrellas mientras yo trataba de detener un homicidio.

Mi risotada es espontánea.

—Quizás estaban ocupados…

—O escondiéndose.

Marcos deja de lado sus cubiertos y mueve sus dedos haciéndole una señal a uno de los hombres de pie cerca de la pared. Le entrega algo envuelto en un pañuelo blanco. Los palillos se me resbalan, parpadeo ante el brillo familiar.

—Mi daga…

Me la entrega y la recibo gustosa. Las gemas negras incrustadas al igual que en mi espada.

—La recuperé poco después de tu ataque a Anthonella. Espero que con esto no hayan más heridos…

Me encojo de hombros.

—No puedo prometer nada. Pero de todas formas gracias.

Marcos me cuenta alguna que otra novedad acerca de los robos. Al parecer Klaus esta tratando de seguir los pasos del delincuente que esta robándole a la corona de Seir. Algunas pistas señalan a la reina de sangre.

Pero yo no dejaba de pensar en las palabras de Milena.

Ella había sido bastante clara, era por los dos príncipes que vivían en Dhalia la razón de todo el caos. La cosa era que no entendía porqué.

Creo que es momento de ponerme a investigar y había notado a alguien muy interesado en el par durante la fiesta.

Alfred podría responder a mis preguntas y quizás, averiguaría a que especie pertenece Mason.

—Quiero darte mis obsequios —aparto la vista del postre de vainilla y maracuyá—. Son dos.

—Creí que era el vestido.

—Por supuesto que no —agita su cabeza, sus rizos acompañan el movimiento—. Son dotes propios de la reina.

—¿Entonces?

—Justo en el centro de Dhalia, cerca de Red, estaban las ruinas de la segunda manada más grande y poderosa de Seir. Me ha tomado demasiado tiempo reconstruirla pero lo he conseguido y desde hoy es tuya —ni siquiera puedo parpadear ante el golpe de sus palabras—. Se llama Antzas, no tendrá jamás la apariencia de antes, pero los antzanos estarán felices de rehabitarla.

Aquel nombre me era familiar, pero…

Es la manada donde creció Anahís.

Oh.
—Yo…

—Será el único lugar de todo mi país donde solo tus reglas y dichos tendrán validez. Allí no deberás compartir la monarquía conmigo. Una vez toque Antzas, seré tu súbdito.

—Marcos…

—Llénalo de la gente que tú quieras. De dhalianos, antzanos… tarsileños… yo que sé… pero es toda tuya y de nadie más.

—¿Incluso humanos?

Lleva su cabeza hacia uno de sus hombros, restándole importancia.

—Es tu manada ahora.

Perfecto.

—¿Y el segundo?

Se levanta, dejo la cuchara al lado del plato desconcertada. Me tiende su mano y la acepto achicando mis ojos.

—¿Qué tramas?

—Para que puedas ver el segundo, debes acompañarme.

Me impulsa a levantarme, la servidumbre hace una reverencia y tomamos las escaleras. Nuestros dedos se entrelazan de forma casi natural, inconsciente.

—Jamás imaginé ver a Ben bailar —le cuento dejando salir una risita.

Cruzamos una esquina del laberinto.

—Estima mucho a Jed, es su hermano de guerra.

—¿Siempre están juntos?

—Siempre.

Me había dado cuenta. El juego entre ellos era pesado, pero estaban el uno para el otro. Eran camaradas.

—Lo que no puedo creer es que ninguno de tus amigos tengan sus compañeros.

—Para algunos es complicado… para otros… —arqueo la ceja sin entender—. Hacer parte de la realeza no nos deja con mucho tiempo libre. Para la mayoría, buscar por fuera de Esmeralds a sus mates es un lujo.

Salimos del laberinto. La luna sigue en la cima y no hay estrellas esta noche.

—Comprendo. Aunque, para mí no era importante.

—¿Encontrarme?

Lo observo inclinando mi cabeza. Esta sonriendo.

—A mi compañero, de haber sabido desde un principio que eras tú. Te hubiese llevado a Grecia.

—¿A Grecia? ¿Por qué a Grecia?

—Porque es imposible que no te enamores en Grecia.

Va a responderme, pero la salida imprevista de Benjamín por una de las puertas detiene nuestro paso.

Mueve su cabeza buscando algo desesperado, se alivia un poco cuando encuentra su objetivo. Me preocupo al ver lo que baila en sus ojos.

—¿Dónde carajos estabas? —su voz está llena de malestar— Magnus está aquí, en las cabañas al lado Este del castillo.

¿Ian?

—¿Y qué hace aquí?

—Los gemelos han dicho que les informaron que Daisy se encuentra en éste lugar.

¿Qué?

—¿Tienes a Daisy aquí? —enfrento al pelirrojo.

—Claro que no.

Me esquiva y camina lejos de nosotros, lo sigo. Benjamín igual.

—¿Entonces por qué Ian está haciendo esto? Klaus dijo que la chica se escondía aquí.

—Le han mentido Mía, mi prima no está aquí, de ser así yo lo sabría. Esa vampiresa miente.

Troto tratando de alcanzarlo. Pero caigo en cuenta.

—Anne…

—Esta a salvo junto a los demás.

Me lleno de alivio.

—Deberías acompañarlos —se escucha más como una orden.

—No, quiero saber que esta pasando realmente con Ian.

—El que lo defiendas con tanto desespero está empezando a molestarme —apresuro el paso para poder alcanzarlo—. Él no es el bueno.

—Nadie lo es aquí.

—¿Y si fue Daisy quien le dijo a Ian? —interviene Ben para aligerar el ambiente.

El pelirrojo suspira, veo como atravesamos el jardín donde estaba reunido la otra vez con los Alfas.

—Podría creerlo.

Llegamos a la parte interna de un bosque con árboles menos frondosos. Tiene pinta de campamento. Hay bonitas cabañas pintadas de diferentes colores. Aquí aman tener todo muy colorido.

—No le hagas nada Marcos, él ya no es controlado por su lobo. Tú sabes que hace esto por una causa justa...

—Pero Daisy no tiene nada que ver.

—Es su compañera, debes dejar que arreglen entre ellos sus problemas.

Va a responder pero sus ojos se centran en una cabaña que arde en llamas, algunos soldados están lanzándole agua.

Maldigo entre dientes. Él apresura sus pasos.

Los gemelos son retenidos por dos soldados mientras Klaus da órdenes a algunos de su armada para extinguir el fuego que puede llegar hasta los árboles y las demás cabañas.

¿Cuándo llegó?

—¿Klaus? —hablo de primera— Creí que…

—Quería darle una sorpresa. Pero… creo que nunca podré dejar de lado mi cargo.

—¿Qué sucede? ¿Por qué está en llamas?

—No lo sé —le responde al rey—. Los campistas se quejaron en la estación de justicia.

—Yo estaba justo ahí —Ben se acerca y sus ojos están pendientes al fuego.

—¡Son unos desgraciados!

La ira me llena, a pesar de la queja de Marcos voy directo a ellos. Me detengo frente a lo gemelos, dándoles la espalda pero el frente a quienes los apuntan con sus armas.

—Déjenlos.

—Señorita...

—Ahora mismo —digo con voz fuerte y dejando que los ojos de Itzae aparezcan. El sublíder, Pedro, les regaña para que me obedezcan.

—Mi emperatriz.

—¿Qué está pasando aquí, Kol? —pregunto dando medio giro, tomo una mano de cada uno en un apretón.

Kayden mira la cabaña, sus ojos brillando debido a las llamas.

—Ian está dentro.

¿Cómo?

—Kol…

—Es la verdad, emperatriz —habla Kayden por primera vez—. Nuestro duque está allí dentro.

—Imposible —me giro preocupada, me alejo de ellos hacia la cabaña, mi paso poco a poco se vuelve presuroso.
Paso de Marcos y Klaus, los ojos del chico de cabello blanco son los que me descubren.

—¡Alteza! —pero no me detengo.

Aquel chico ya había perdido mucho, no podía dejar esta tierra sin ser recompensado, redimido.

Mi loba era una experta con el fuego, y aquel fuego no era natural e iba mucho más allá de lo sobrenatural.
Estoy a punto de llegar a la entrada pero Marcos aparece delante de mí en un parpadeo. Me toma en sus brazos subiéndome a su hombro.

—¡No! ¡Marcos suéltame! —grandes lágrimas ruedan por mis mejillas—. Ian está dentro.

Me baja dejándome al lado de los gemelos, Klaus está cerca de ellos amenazándolos.

—Mía Isabella, basta —tomo sus brazos.

—Déjame salvarlo.

—Se supone que tu prima también esta dentro. Cuando íbamos a entrar después de Ian, alguien cerró la puerta frente a nuestras narices.

Ambos nos fijamos en uno de los gemelos, Kol.

—Decidimos esperar afuera y de repente la cabaña empezó a arder.

El rey se fija en ella.

—Voy a entrar yo —mi sangre se calienta, el color se escapa de mi rostro.

—No.

Me mira y sonríe. Se acerca y me da un beso, agarro con fuerza sus brazos con la esperanza de no dejarlo ir.

—Tranquila.

—Eres el rey, envía a alguien más —Miro al general—. Por favor... envíame a mí, soy una emperatriz que hace alquimia con el fuego.

Mis ojos se llenan de más lágrimas.

—Ninguno de los dos debe ir —sentencia Klaus.

—Iré yo —propone Ben.

El rey rechista callándolos. Se fija solo en mí, sus ojos están brillando de forma distinta y eso me asusta.

—Mía, eso eres... completamente mía

No… no, no.

Niego llena de pavor, las lágrimas salen de mis ojos como nunca antes. Nos gira de modo que le demos la espalda a los gemelos y Klaus. Sus dedos limpian mis lágrimas.

—No es justo... —había soñado tanto con escucharlo decir eso, demasiado—. No es justo que lo digas ahora... no entres... Marc te lo suplico.

En mi bendita vida, jamás creí a parte de mi familia, que la posible desaparición de alguien me pondría tan vulnerable.

No sobreviviría. Podía vivir con la muerte de Ian, pero jamás con la de Marcos. Y ese fuego, aquel fuego estaba preparado para matar.

Me sonríe y me da otro besito.

—Debo hacerlo. Es mi prima, esto siempre ha sido entre los tres... es mi obligación —me suelta pero yo me aferro a él. Deja un último beso en mi frente.

¿Por qué siento que esta despidiéndose?

Entierro mis uñas en sus brazos evitando que se vaya.

—Klaus —ordena. Le doy una mirada mortal al general.

—No te acerques.

Sin embargo, es en vano. Me toma con sus brazos obligándome a separarme de mi mate.

Benjamín aparece delante de mí, sus ojos imperturbables.

—No lo dejes entrar Ben, por favor...

Me da una mirada de disculpa. Miro detrás de él, Marcos se acerca a la cabaña, chillo y me remuevo. Coloco mis manos sobre los brazos del híbrido.

—Joder —se queja cuando empiezo a quemar su piel.

Me suelta, voy a salir corriendo pero Benjamín me atrapa ésta vez. Hago lo mismo con él.

—Han habido muchas cosas que han atravesado mi piel Alteza, una quemadura grave no me hará soltarla, tendrá que matarme —sollozo, me rindo.

El pelirrojo a desaparecido dentro de la casa. Me remuevo gritando. Rogándole, pidiéndole al justiciero que me suelte.

No sé cuento tiempo pasa, cuanto lloro. Pero un aullido de dolor irrumpe el silencio, la casa aún en llamas sin consumirse. Un momento, el fuego ha cambiado un poco.

El dorado se alza, da vueltas como un remolino alrededor de la madera, impidiendo que se consuma más.

¿Qué está pasando allá dentro?

Llevo mi mano a mi corazón.

—¡¿Qué esperas para hacer algo?! ¡Eres el maldito general! —el chico de ojos rojos niega.

—Lo siento majestad, pero dudo que el rey esté de acuerdo con eso —gruño dejando relucir mis colmillos.

—Yo soy tu reina —chillo removiéndome— ¡Haz algo!

De repente un hombre de cabello canoso llama mi atención, junto con él un montón de personas con ropas elegantes se detienen en el lugar.

—El parlamento —anuncia Benjamín, los gemelos gruñen.

A pesar de que Lorenzo los lidera, mis ojos se posan en el anciano que viene a su lado. Tan altivo y prepotente.

Su mirada se desvía y cae sobre mí, me analiza sin perder ningún detalle.

—¿Quién es? —murmuro.

—El Duque Banksy Polo —responde Ben.

Todos se detienen frente a la casa en llamas, a una distancia prudente.

¡Dios! Estoy muriendo de ansiedad.

—¿Qué está pasando aquí, general Benedetti? —el mencionado se acerca haciendo una mueca.

—Ian Essex se encuentra dentro con nuestro rey y la señorita Bourque.

¿Es propio asegurar tal cosa? la tal Daisy puede que no esté allí.

Lorenzo asiente y vuelve a colocar su vista en la cabaña.

—¿Por qué sus tropas no han empezado a actuar? —pregunta y por primera vez dice algo coherente.

—El rey me prohibió intervenir.

—El rey no está en condiciones de ordenar ahora. Esta sacrificándose por su pueblo, es hora de acabar con ese lobo perverso.

Miro con el ceño fruncido al anciano, sus ojos negros están fulminando a Klaus.

—Ordena que las tropas vengan, acaben de una vez con esto.

¿Qué? ¿A qué se refiere?

—Lo siento pero no haré tal cosa.

Se acerca al general embravecido.

—Te lo estoy ordenando yo, un duque de Seir. ¿Quién eres tú para llevarme la contraria?

—La mano derecha del rey.

—La mano derecha del rey es el parlamento. No me obligues a que sea yo quién dé las órdenes a tu ejército.

No hay más intervenciones, Klaus asiente y se va del lugar.

—¿Pero qué es lo que está haciendo? —pregunto consternada.

—Cuando el rey no está, se hace lo que ordené el parlamento.

—Pero estoy yo, la reina.

—Pero ellos no lo saben y Marcos prefiere que siga siendo así, vamos a dejar que resuelvan las cosas, Isabella —veo como le cuesta llamarme por mi nombre.

—Él dijo que anunciaría que había aparecido su reina, ya suéltame Benjamín.

Sigue negándose.

¡Madre mía! No quiero prenderle fuego, Marcos no me lo perdonaría.

—¿Podemos hacer algo? —me fijo en Kol.

—No lo creo —responde el pelinegro enfurruñado.

—Mantenerse a salvo.

Me regala una media sonrisa, pero no puedo devolvérsela. El sonido de varios pasos impactando en el suelo me hacen girar en dirección al jardín.

Un gran número de soldados aparece, guiados por Klaus. Mi corazón se precipita, colocándome nerviosa.

—No voy a correr Benjamín, suéltame —espero unos segundo hasta que su agarre se afloja dejándome libre.

Camino hasta el grupo de hombres elegantes, Benjamín maldice siguiéndome. Los gemelos también se unen. Los ojos de todos se posan en mí.

—¿Qué pretenden? —el anciano me mira.

¿Dónde está Alfred, Jed y Haylee? Espero que estén junto a los demás.

—Tú debes ser la chica de los rumores.

Alzo mi mentón en altanería.

—¿Qué pretenden? —vuelvo a preguntar entre dientes.

Lorenzo se acerca sonriendo.

—No debemos responderte nada, no es nuestra obligación darle explicaciones a delincuentes.

—Cuida como le hablas imbécil —dice Ben. Lorenzo revuela sus ojos. Yo lo sigo retando, evitando que la emperatriz se desborde. 

—Más bien cuida como me hablas tú a mí.

—Te arrepentirás, te veré suplicarme de rodillas —le digo dando otro paso más cerca.

Jamás había visto a Lorenzo usar el fuego, más bien a ninguno del parlamento. Se supone que es su elemento dominante, pero los ojos del marqués parecían trocitos de hielo esparcidos por el color azul de sus iris, como estrellas.

—Quizás esté de rodillas ante ti pero no de esa manera, preciosa —dice con tono sugerente recorriendo mi cuerpo.

Ben se le abalanza pero Klaus llega más rápido deteniéndolo.

Parpadeo sonriendo.

—Te arrancaré la lengua, bastardo.

Suelta una risita, desvía su mirada a la cabaña. Su comentario me había parecido todo menos uno de lascivia. Era repugnante, sí, pero no le tenía miedo. 

—Lancen las primeras balas —ordena al ejército.

¡¿Qué?!

Los chicos jadean detrás de mí.

—¡¿Acaso estás fumándote algo maldito?! —Ben sisea.

—El rey está dentro, ¿Cómo vamos a hacer tal barbaridad? —dice Klaus plantándose frente a mí.

Sin embargo, un segundo aullido de dolor hace a todos callar. Esta vez no hay nadie deteniéndome. Corro en dirección a la cabaña, pero pierdo mi alma cuando la estructura explota en miles de pedazos, lanzándome lejos.

¡No!

Mis huesos crujen cuando caigo con brusquedad sobre la tierra. El mundo empieza a dar vueltas frente a mí. Un pitido ensordecedor provoca que lleve mis manos a mis oídos.

Mía.

El rey.

Me levanto chillando de dolor, turbada por la explosión. No ha quedado nada, solo hay cenizas. Las lágrimas me oprimen, tomo mi pecho con fuerza. Todo empieza a moverse en cámara lenta.

¿Marcos?

Benjamín se acerca y me revisa diciéndome algo, hay rasguños en su piel. No puedo escuchar nada de lo que dice. Empiezo a caer, me derrumbo quedando de rodillas. Perdiendo la estabilidad.

El dolor me consume. Me quiebra y me vuelve cenizas.

Ben se aleja aterrado. Las lágrimas salen de mí.

Mía no, por favor.

Siento el vacío que me lleva cada vez más al fondo. Quiero sacarme el corazón porque el dolor es insoportable. A pesar de que estoy gritando no puedo escucharme.

—¡Mía no!

Itzae chilla.

—¡No me obligues por favor!

Suplica. Pero la ignoro. Me pierdo devastada.

Mi rey.

Mi Mate.

Mi compañero.

Mi Marcos...

¿Ha muerto?

No me obligues a tomar el control Mía Isabella, sabes que no dejaré nada si salgo ¡Contrólate!

No me importa, queiro escapar. Duele demasiado.

Itzae.

Chillo su nombre como una niña pequeña.

—¡Isabella!

Escucho una voz lejana. Entierro mis garras en la arena.

—Iabella detente, vas a matarnos.

Levanto mi vista y veo lo que he hecho. Una burbuja a mi alrededor de color naranja se hace cada vez más grande. Kayden esta arrodillado mirándome.

—No hagas esto, tú no eres así —sus ojos están llenos de lágrimas. Ian también estaba adentro.

Mi pecho sube y baja.

¿Se murió? ¿Lo perdí para siempre, Itzae?

El dolor es cada vez más insoportable.

Lo más probable Mía, no siento a Giotto. Pero necesito que tengas fe...

Dice con voz rota. Sollozo.

Eres la reina, no puedes dejar a los que amas en manos de esas personas, así no lo hubiese querido mi rey.

No puedo, no puedo respirar.

Empiezo a toser.

—¡Mía Isabella!

Itzae me reprende. Está desesperada, la estoy obligando a apoderarse de mi conciencia, obligándola a que se apodere de mi cuerpo y mi mente y así poder desaparecer por completo, justo como hizo Ian con Magnus.

Es la primera vez que deseo esto desde que apareció y lo peor de todo es que ella no quiere.

No quiere hacer un desastre y  decepcionar a los nuestros.

Tienes que ser fuerte, eres la reina de Seir. Respira, respira lentamente.

Cierro mis ojos con fuerza.

Sus bonitos labios aparecen en mi memoria. Tan rosados y suaves. Sus manos en mi piel, sus brazos fuertes rodeándome.

Hace solo unas horas lo tenía pegado a mi pecho, con su respiración agitada desordenando mis nervios.

Por ti, lo haré por ti Marcos. Mataré a todos y después me consumiré hasta morir.

Pero cuando trato de levantarme el lazo me quiebra, su ausencia me ahoga, caigo al suelo perdiendo el conocimiento.

👑

Me quejo llevando mi mano a la cabeza. Abro de a poco mis párpados. Miro a mi alrededor, las telas blancas que caen del dosel de mi habitación me saludan.

Los rostros de Anne y Haylee son lo segundo que veo. Alfred llega al lado de ellas un poco después.

—Mi reina —sus bonitos ojos cafés están abatidos.

—Hola Isabella, ¿Cómo te sientes?

¿Fue un sueño?

Jalo del lazo, buscando su presencia dentro del castillo. Mi corazón se arruga. Las lágrimas nublan mis ojos. Anne hace un puchero y se acerca un poco más.

—Haylee, ¿dónde está Marcos? —mi voz se rompe como el de una niña desamparada. La chica sonríe con pesar, se sienta en la cama.

—Majestad no...

Me enderezo y Anne toma lugar a mi lado, me acerca a su costado pasando su brazo por mis hombros.

—Díganme que solo fue una pesadilla, díganme que está quejándose en su despacho, por favor… Haylee…

Ella le da una mirada a Alfred.

—Majestad...

—O quizás está en su sala favorita del castillo, sentado en su mesa tomando su té con miel ¿verdad?

Cierra sus ojos abatida. Niega.

—No sabemos nada del rey —susurra Anne con cuidado.

Sollozo inconsolable.

—Mientes...

Empiezo a moverme en la cama, buscando por donde bajar a pesar de que me duele todo el cuerpo.

Lee y Alfred ayudan a Anne, quien trata de detenerme, lloriqueo cuando no logro escapar de sus manos.

—Alteza —la voz potente de Alfred hace que me detenga—. Puede pasar así todo el tiempo que queda y dejarlos ganar —sus ojos están rojos debido al rastro del llanto— …O se levanta de ese lugar y detiene a aquellos seres despreciables.

Se apodera de mis manos.

—La chica que conozco, la que vi aquella noche no haría esto, se levantaría y lucharía por lo que le pertenece. Es momento de que reclame la corona mi reina. Es suya, sin él rey o con él.

Mi pecho se hunde.

—Es lo único que nos queda...

Parpadeo.

—Necesitan a la Isabella imparable, a la caprichosa, a la que no acepta un no por respuesta, ni que nadie le pase por encima —niego y mi hermana toma mi barbilla obligándome a verla—. Necesitan a la verdadera regente de los lobos.

Las lágrimas no se detienen.

Itzae.

Estoy tan rota como tú, estoy muriéndome pero debemos hacer esto por mi rey.

Entierro mis dedos en mi cabello, miles de sentimientos nada agradables han dejado un mal sabor en mi boca. Yo no me creía capaz de aferrarme tanto a algo, no lo había hecho con Dhalia y Nick, pero sin darme cuenta, lo había hecho con Marcos.

—Está bien —digo llena de ira limpiando mis lágrimas—. Es momento de revelar quien soy, de dar frente a la realidad pero… necesitaremos un capitán.

—¿Un capitán? —cuestiona Lee.

Mi mirada se topa con la de Anne. No pelea con la sonrisa, la deja salir más que orgullosa.

—Me enfrentaré al parlamento y no bastará un general, un verdugo y un jefe de la guarda.

—No, les falta un capitán  —opina Anne—. Uno que los vuelva imparable.

—Necesitamos al capitán Morets, a mi padre. También llegó la hora de revelarle la verdad.

Y sabía que el rostro de Anne reflejaba la felicidad que también estaba sintiendo, pero que era opacada por la desaparición o posible muerte del pelirrojo más hermoso que he conocido.



***

Hola mis preciosuras.

¿Cómo van?

Quiero leerlas, ¿Qué opinan? ¿Ya quieren leer la reacción de nuestro señor papá al enterarse de la verdad?

Les mando un beso 😘

Instagram: Mont_serrat475

Amando Al Rey © [ L. I. 2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora