Capítulo 33: Sentimientos caóticos

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Me dedicaba una mirada profunda, buscaba respuestas en mi apariencia que probablemente no encontraría. La reina de los vampiros no inspiraba miedo pero tampoco bondad. Lucía más bien misteriosa, como una caja de Pandora que nadie debería abrir. 

Había leído sobre ella en los libros de papá infinidades de veces. En muchos salía su rostro sin emociones, su mirada fría y escueta, muy diferente a la turbada que se le escapaba ahora.

Cleomar Benedetti era la reina de los vampiros, pero también la gobernadora de todo el contienen de Ailum por votación de los reyes antiguos. Si por alguna razón, se desataba un caos enorme en alguno de los países y su rey no podía solucionarlo, ella intervendría aunque el soberano no quisiera.

Era toda suya la tan conocida frase, “Quien tiene la última palabra"

—¿Tienes hermanos? —pregunta con un hilo de voz, su mirada ansiosa. Niego— ¿Primos? ¿Tíos? ¿Sobrinos?

Una ligera sonrisa se adueña de mi boca.

—Muy pronto.

Eleva sus cejas blancas, sus labios pálidos se entre abren y decide acercarse, pero Klaus llega hasta ella y se interpone en su camino.

—Ya basta, Cleomar.

Se parecían mucho, tenían lunares regados por sus brazos y parte de su frente y mentón. Los mismos ojos de un rojo oscuro y la cabellera blanca.

Nadie podía negar que compartían sangre.

La reina está analizándolo entristecida. No tiene su cara contrariada o sus ojos llenos de lágrimas, pero su fuego plateado y único está dispersándose.

Templanza, melancolía. Pureza, serenidad y armonía.

Era un fuego hermoso. Escaso y excepcional.

—¿Qué haces aquí? Dame una razón para no matarlos.

—Yo le dije que me trajera, necesito tu ayuda.

Me da una mirada de esquina muy moribunda. Klaus toca su mano es un roce ligero, ella suspira.

—¿Y por qué debería ayudarte? Ni siquiera te conozco.

—Cleo —susurra el general.

—Lárgate de aquí ahora mismo.

Mis cejas se hunden. Aleja su mano del toque de su hermano.

—Tengo derecho a estar aquí tanto como tú.

Se ríe amargamente, da media vuelta y se dirige de nuevo al ventanal. Alisa su vestido elegante.

—Klaus —lo llamo, llega en un santiamén.

—Majestad…

—Déjenme hablar con ella a solas.

—¡Claro que no!—se niega Jed.

Rechino mis dientes fastidiada.

—Isa, no sabemos que pueda hacerte la vampiresa —le doy un golpe suave en el pecho.

—No seas imprudente Jed, puede escucharte sabes... —la mirada de la reina perdida en el triste paisaje más allá de la ventana.

—No voy a dejarla sola —me acerco a Klaus, coloco mi mano sobre su mejilla.

—Es dulce que se preocupen por mí—los miro a los dos—. Qué estén dispuestos a dar su propia vida por mi seguridad pero no soy una santa, en realidad, se cuidarme perfectamente. No olviden que también soy una reina, par de idiotas.

La sonrisa de Jeddy se vuelve gigante.

—Creí que habíamos perdido a nuestra Isabella.

Lo ignoro.

—Solo sé que si ella intenta hacerme algo, ninguna de las dos saldremos vivas de aquí.

Klaus niega en derrota. Les señalo la entrada con mi mentón. Aceptan.

El general me da una mirada de advertencia antes de salir, la puerta se cierra tras ellos.

Busco mi objetivo. Ha tomado un mechón de su largo cabello, peinándolo con sus dedos. Parece inmaculada. Casi como una ilusión. Alguien de fantasía.

—No insistas, no pienso ayudarte...

—En ningún momento he pensado en que lo hagas de manera gratis —me acerco a ella, sigue sin mirarme—. Te daré algo a cambio.

Suelta una risita hueca.

—Sé quien eres, te habías demorado en venir.

—Creí escuchar hace un rato que no me conocías.

—¿Por qué lo trajiste aquí? ¿Sabes que es el único príncipe de esta nación?

Enmudezco.

—Yo…

—No sé si conoces la historia de mi pueblo, pero hay muchos seguidores del antiguo rey que desearían poder tocar y ver a Klaus. Y no precisamente para cosas puras.

—¿De qué hablas?

Me coloco a su lado frente al ventanal.

—Eso no te incumbe, solo no vuelvas a traerlo aquí —me mira de reojo—. Pero si es muy necesario, avísenme antes, mandaré una caravana al océano para que lo escolten.

Así que se preocupa por el vampiro.

Vaya.

Me parecía tierno, teniendo en cuenta que Klaus se expone cada tanto por asuntos de la realeza seirana. Parece ser que no asimila que es el general de Marcos.

Decido aguantar el regaño, tal vez porque también me importaba demasiado la seguridad del vampiro.

—¿Vas a ayudarme?

—Ya te dije que no.

—El rey ha desaparecido.

—Ya lo sé.

El pecho se me comprime. Tomo la tela del abrigo aguantando la revoltura de la preocupación y el enojo.

Ladeo mi cuerpo en su dirección y veo el parpadeo de la tenue luz verde del collar de esmeraldas que reposa sobre mis omóplatos

—Me colocaré de rodillas si es necesario, majestad —mi dignidad cae, la fortaleza que me da mi apellido se desvanece—. Pero ayúdeme a buscarlo, se lo suplico.

Se mantiene inmarcesible.

—Te daré lo que quieras, joyas, territorios —el primer solloza se me escapa—.  Mi vida si es necesario, pero ayúdame a traerlo de vuelta, por favor… por favor…

Las lágrimas bajan sin pena. Cubro mi rostro totalmente rota. Temiendo ante la realidad de que ya es demasiado tarde.

Soportaría por años perder una y otra vez a Nick, lo aceptaría como una valkiria parada en la brecha. Pero jamás, nunca, tendría la fuerza suficiente para soportar perder al pelirrojo que esta bañado con escarcha roja.

Amando Al Rey © [ L. I. 2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora