Capítulo 9: Reina del mar

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Maratón 2/3

Disfruten.

Con amor, Montserrat.

👑

El cielo ya ha caído sobre Dhalia cuando subimos al convertible rojo de Anne.

No era muy fan de Dhalia, pero me tragaba mi orgullo a la hora de admitir que tenía los atardeceres más hermosos que había visto en mi vida.

Anne se acomoda detrás del volante, yo lo hago en el asiento del copiloto. Los movimientos en los asientos de atrás llaman mi atención. 

El peliazul acomoda un casco sobre su cabeza antes de abrocharse el cinturón de seguridad, la carcajada que dejo salir hace que la lobita gire su cabeza y se centre en él.

—Eres un pesado exagerado —refunfuña volviendo al frente.

—Es solo seguridad.

La veo apretar la rueda frente a ella con mucha fuerza. Mordisquea sus labios nerviosa.

—Quizás sea mejor idea que te ayude el rubio.

Niega tragando con fuerza. Gira la llave encendiendo el motor.

—No lo creo.

—Ella sabe que él no la dejará en paz hasta que lo logre.

—Cállate Alden.

—¿Así que lo evitaste?

—¿Me van a ayudar sí o no?

Río y también abrocho mi cinturón de seguridad. Estamos frente a la casa de nuestros padres. La idea es llegar hasta la mansión con Anne conduciendo en todo momento. Mi bello Jeep había llegado durante mi estadía en el castillo y era hora de que Anne usara el que papá tanto le había costado regalarle.

—Pisa el acelerador, lobita.

—Pero despacio ¿eh?

—¡¿Sí estás tan asustado qué haces aquí?!

—¡Eso mismo me pregunto yo! ¡Tú me obligaste!

—¡Porque creí que me darías confianza, no que me pondrías más nerviosa!

—¡Pues perdóname si temo por vida!

—¡Tampoco soy suicida!

Masajeo mis sienes. Dios, unas veces se adoraban y otras, no se soportaban. Pero siempre juntos, lo que lo hacía más cursi para mí. Mi amistad con Persia era distinta. Discutíamos una que otras veces, pero aunque suene raro, éramos tan iguales que estábamos de acuerdo en todo. Nos complementábamos muy bien.

—Basta los dos —mi voz se eleva haciéndolos callar—. Relájate Anne, ya has conducido antes.

—Pero no en medio del bosque.

—No es en medio del bosque, hay carretera.

—Sabes a lo que me refiero, tonto —sisea mirándolo de soslayo.

—No vas a hacerlo sola, estamos aquí.

—Cosa que no tiene sentido, porque si la meta es que pueda ir de la mansión a la casa de sus padres sin depender de nadie, nada hacemos los dos aquí.

El fuego lila de la lobita se alza. Sonrío grandemente cuando se gira y le da un manotazo en una de sus rodillas.

—Eres un bocazas.

—Solo soy sincero.

—Ya paren los dos. Solo están alargando más el momento.

Levanta la palanca, mueve los cambios y arranca despacio. Más de lo que debería.

Amando Al Rey © [ L. I. 2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora