Capítulo 32: Horeb

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—No sé donde está Bianca, pero puedo llevarte rumbo a la mejor cena de tu vida —el chico alza sus cejas contento.

—¿No vas a decirme quién eres primero?

—Isabella —me presento llegando hasta él—. Un placer.

Toma mi mano extendida aceptando el saludo.

—Kevin, pero ya te lo dije antes.

Me esfuerzo por regalarle lo más bonito que heredé de papá, mi sonrisa con hoyuelos. Se centra, como quien analiza un cuadro sin muchos trazos, sin muchos colores.

—Sabes, siento que de alguna forma te conozco —su sonrisa se ladea—. Como si me hubiesen hablado de ti con anterioridad…

—¿En serio? —pregunto entre una risita— Haría mi trabajo más fácil si es así.

Kevin arruga su frente.

—¿Trabajo…

—¡No puedes pedirme eso, Alfred!

—Señorita Bianca, es por su bien...

Nuestra atención se dirige a la entrada. Alfred me analiza, Bianca se congela.

Frunzo mi ceño ante la mirada anhelante, la cual va de aquí para allá sobre el rostro de Kevin. Luego baja a nuestro agarre, las olas llenan sus ojos claros. Vuelvo a Kevin.

Bianca acaba de desarmarlo, lo sentía en su mano temblorosa. Él la miraba como Nick ha mirado toda la vida a Nat. Decido soltarlo.

El brillo especial ha regresado, llena toda la pupila.

—Sirena… —susurra embobado—. Creí que solo aparecías bajo la luna llena.

Ella se estremece, Alfred la ayuda sosteniendo su cuerpo. Kevin va a acercarse, lo detengo con ansias, encerrando su muñeca como un candado.

Él me mira de inmediato.

—Kevin, no me he presentado como debería —digo entonando cada sílaba de forma perfecta—. Soy Isabella, la reina de los licántropos. La compañera predilecta e inmutable de tu primo, el rey.

Su boca se abre y cierra como la de un pez. Lo he tomado por sorpresa.

—Mencionaste antes que jamás le llevarías la contraria a Marcos, bueno, espero que sea igual conmigo —dejo de mirarlo para pasar a Bianca. La iris le cambian por un pequeño momento de color—. Y voy a ordenarte que mientras estés aquí en mi castillo, no te acerques por ningún motivo, circunstancia o deseo a Bianca Hubert… de lo contrario le cortaré la cabeza.

Los tres gimen, ella intenta avanzar, Alfred la detiene descubriendo de seguro la amenaza que hay en mi mirada.

—Isa… Isabella… —Kevin intenta vocalizar algo—. Majestad… no entiendo… yo no ¿a quién va a contarle la cabeza?

—A ella —recalco—. Si la tocas, hablas o incluso la piensas. La mataré.

—¡No puedes hacer eso!

—¡Cállate!

Mi mirada está quemándola. Tomo aire y me centro en Kevin más calmada, atrapo su otra mano colocando todo su cuerpo frente al mío.

—Claro que puedo —replico—. Voy a quemar de raíz cada maldito folículo piloso de su piel si te acercas.

—¿Por qué haces esto? —cuestiona afligido— ¿Dónde está mi primo?

—Secuestrado quizás, siendo torturado sin que lo sepamos, en el peor de los casos… muerto —mi semblante cae aunque intento permanecer indemne—. Imaginarás mi mal humor, estoy desconsolada y te aseguro que la persona con quien más quiero desquitar mi ira es exactamente tu mate.

Esta vez ni la mira, en cambio sigue el camino que crean mis lágrimas. Se toma su tiempo, se pierde en su cabeza.

—Esto es serio —masculla—. Mar debe estar bien, nos vendremos abajo si muere.

Me deja sin palabras su genuina preocupación. Asiento dándole la razón.

—Me duele el alma, me gustaría que alguien en el castillo pudiera entender mi dolor, que me consolara de verdad… —llevo mis dedos a mis mejillas limpiándolas, su mirada cae y es mi señal de garantía.

Kevin levanta sus dedos para ayudarme a borrar el rastro de agua. Espero un segundo, uno nada más, luego, coloco los míos sobre su toque tibio.

Mi acción lo desorienta, me busca con su mirada verde. Y aunque se parece mucho a una en especial, no crea electricidad.

Tomo aire.

Yo no había heredado el don de mamá, no era una encantadora de serpientes. Pero si había heredado el encanto innato de las Frei. El negro hipnótico que amaban las serpientes.

Sus dedos se detienen, se sumerge en mi juego y parpadeo en vez de sonreír en victoria. Lo hago solo dos veces, esperando cada latido de su corazón.

Sonríe de medio lado, discretamente.

Lo he atrapado y ya no hay marcha atrás.

—No le creas, esta jugando contigo —él la mira.

Aprovecho para hacerlo también, extiendo mi comisura, solo dejo que se escape un poco de maldad, pero vuelvo a mi pose de damisela herida cuando el pelirrojo me mira otra vez.

—¿Cómo jugaría con algo así? Mi corazón está afligido. Perder a mi rey me dejará sin vida.

Mis manos van directo a su pecho, para enmarcar más mi papel de enamorada herida.

—Dijo que podía llevarme a la mejor cena de mi vida —me regala su sonrisa con frenillos, esta envuelta en dulzura esta vez—. La acompaño.

Sus dedos siguen limpiando el agua con extra gentileza. Su nariz se arruga, quizás notando en mis facciones algo que no había notado antes.

—¿De qué parte de Asia?

—Kevin…

—China —respondo evitando que la sirena me robe su atención—. Pekín, exactamente.

—Entonces señorita de China, no aguanto el hambre. Encantando la sigo…

Se aleja, respiro y le pido a Alfred que le muestre el camino. El mayordomo me da una mirada cuestionable antes de aceptar. Kevin lo siga, Bianca no lo pierde de vida pero él no le dirige ni una mirada cuando pasa por su lado. Y no es porque no quiera, es por mi amenaza.

Una vez han dejado la estancia, la morena me da frente.

—¿Qué es lo que haces?

Amando Al Rey © [ L. I. 2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora