capítulo 40

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Los días que le siguieron al miércoles fueron muy tranquilos y ya hoy estamos a domingo.

Ni Leo, Samantha o Isabella hicieron ningún amago de meterse conmigo, Lucas y Marcelo a cada rato se nos acercan a conversar, todo sin ningún pleito de por medio ya que el problema nunca fue con ellos, ni siquiera con Mateo, era con Leo; por lo que no hubo ningún problema a la hora de entablar una conversación entre todos.

Por otra parte, Tylor siguió juntándose con nosotros e incluso le preguntamos al entrenador la fecha de la carrera y, aunque no nos pudo dar una fecha exacta, nos dijo que sería en los días de abril. Eso si, también nos dijo que en la próxima sesión trataría de darnos el día exacto.

Y cambiando radicalmente el ángulo, Izan y yo no podríamos estar mejor. Siempre que terminamos la universidad me va a dejar a mi casa y el viernes incluso mis padres lo invitaron a cenar, y fuera de la universidad no hemos pasado tanto tiempo juntos como me gustaría pero tampoco me quejo, el está más presionado que yo con el tema del partido que tiene dentro de un mes.

Dentro de las posibilidades, no podríamos estar mejor.

— ¡Sofia! —el grito de Lucia por encima de la música hace que pegue un respingo— ¡Apresúrate que tengo hambre!

— ¡Ya voy! —le contesto y quito la música, me seco, me envuelvo en una toalla y salgo del baño.

Llego a mi habitación y literalmente agarro lo primero que encuentro en el armario y comienzo a vestirme hasta que la voz de Alejandro me interrumpe.

— ¡Como cierren y me quede sin comida me vas a conocer Johnson! —grita el.

En este momento me replanteo el echo de acompañarlos

— Recuérdame por qué los estoy acompañando —le pido con el tono de voz alta para que me escuchen

— ¡¡Porque nos amas!! —me gritan.

Si, cierto.

Después de un buen rato bajo y salimos de casa. Vinimos a un local de comida mexicana que inauguraron hace unos días y ahora mismo los dos hermanos estaban discutiendo sobre que pedir.

— Yo quiero tacos —dice Lucia.

— Yo quiero nachos, deja eso para otro día —le dice su hermano.

— ¿Por qué hay que comer lo que tú digas? —le pregunta Lu simulando estar molesta.

— Porque soy el mayor —sonríe Alejandro con suficiencia.

— ¡Por un maldito minuto! —le recuerda su hermana, ahora indignada y yo no puedo evitar reír viendo esta situación.

Al final terminamos ordenando los famosos nachos de los que habla Alejandro, aunque hay que admitir que estaban deliciosos se que Lucia no lo dirá en voz alta por el simple echo de no darle la razón.

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Después de comer decidimos dar unas vueltas por el parque, y a mala hora a mi se me ocurrió pasar por delante de una tienda de mascotas porque ahora están estos dos con la cara estampada en el cristal viendo a los perritos que hay dentro.

— ¡Mira ese que lindoo! —grita Lucia señalando un cachorro de ¿husky?, no estoy muy segura— ¡Lo necesito en mi vida!

— ¡Y yo! —dice Alejandro para luego dirigirle una mirada cómplice a su hermana.

Los dos se voltean a mírame con sus mejores caras de cachorritos necesitados.

— ¿Que me ven?

— ¡Porfis! —me dicen.

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