Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Durante las horas que le siguieron a mi infructuoso encuentro con Coni me encierro a trabajar en la vitrina que encargó Celeste hace más de un mes. Cada vez que recuerdo la encerrona de Dardo hiervo de bronca. El mismo día en que Celeste vino con el reclamo, caminé hasta su casa y le dije que no se molestara en regresar al taller. Que nuestra contadora se iba a encargar de indemnizarlo, aunque me costara un riñón.
Él sonrió, socarrón.
"No vas a encontrar a nadie que te labure bien y por dos mangos como yo".
Deseé que se equivocara; sabía que él cobraba menos de lo que cualquier otro con menos experiencia cobraría, pero estaba dispuesto a correr el riesgo.
Puse un aviso en una página de búsqueda de trabajo y me llegaron cuatro CV que papá analizó minuciosamente. A partir del lunes próximo, él mismo se ocupará de las entrevistas.
No estuvo de acuerdo con la dimisión de Dardo, mucho menos con mi anuncio de despido, pero entendió mis motivos. Formar parte del proceso de selección de personal le dio una inyección extra que me satisfizo porque de ese modo, se sentiría útil y operativo para su negocio.
Además, a mí no me gustaba lidiar con la gente.
Papá tenía buen olfato a pesar del imbécil que acabo de despedir.
"No era tan idiota cuando arranqué con esta carpintería", dijo. Y no lo dudaba.
Por la noche, caigo exhausto pero feliz por el resultado: he terminado una pieza única, con una reminiscencia antigua de principios de siglo XX. Pensar en mi clienta me arranca una sonrisa a desgano.
Celeste parecía una chica copada. Nos habíamos pasado las direcciones de MSN y habíamos estado hablando un poco por las tardes, fuera de su turno y cuando yo estaba en un descanso en la carpintería.
Sería hipócrita no reconocer que la distancia con Coni me animó a responder a los mensajes de Celeste e incluso, a ser más atrevido con ella. No estaba muy seguro de estar haciendo lo correcto, pero por primera vez, intenté, por Dios lo juro, que intenté con todas mis fuerzas que los pensamientos en torno a ella no condicionaran mis decisiones.
Salí con muchas mujeres desde mi adolescencia, pero tuve sexo con muchas menos de las que los chicos creen. No por falta de apetito sexual, sino porque a último momento la chispa se consumía o bien, porque la imagen de mí con alguien que no fuera Coni me angustiaba.
Tan marica como eso.
No buscaba tener un récord ni tachar nombres al azar, tampoco ir "sacándole punta al lápiz" porque sí. Era joven, fachero según el espejo y los cumplidos de las chicas y muy trabajador. No era universitario, ni poseía un departamento en Miami. Tampoco provenía de una familia modelo o tenía un look de "chico bien".
Era honesto, y a mi juicio, eso sumaba mucho en una persona.
A pesar de ver a Coni conectada a la página de mensajería, no le hablé. Estaba desesperado por un zumbido que me alertara de su contacto, y a pesar de pasar minutos mirando su avatar – una imagen suya de pie en el puente del Jardín Japonés – no me arrojé al vacío.