Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Despido a Juan Cruz en Ezeiza con un nudo en el estómago. Las dos semanas se pasaron volando y me prometí no llorar más. Sus padres siguen en su mundo, hablando de las compras del supermercado, del viaje de Iñaki – instalado en Sídney hace cinco meses haciendo qué, no lo sé – y de sus próximas vacaciones en la Patagonia.
Yo sigo perdida, sin rumbo, sabiendo que tendré que esperar otros seis meses para que mi novio vuelva a Buenos Aires.
Mis ahorros se han reducido sustancialmente a causa de mi independencia; vivir sola, pagar por mi sustento y alimento, es una experiencia única y agotadora. Ojo, no la cambiaría por nada, aunque no me vendría nada mal ganar la lotería.
Si al menos jugara.
Comprar un pasaje a España es un proyecto lejano, demasiado, y pedir un préstamo a mamá no se ve bien. Sobre todo porque está destinando su sueldo a remodelar la casa que ahora ha quedado vacía.
De hecho, creo que ya ha intervenido nuestro cuarto con sus lonas de yoga y pelotas de pilates.
Miro el anillo de madera tan sutil y personal que Zeke me obsequió y se me estruja el corazón; fue algo hecho con sus manos, único y particular, con las letras "AXS" tallada en el frente
"Amigos por siempre", tal como nos prometimos en nuestra infancia y nuestra adultez, un recordatorio constante de las líneas que borramos con el codo y reescribimos cada día con la mano.
En mi otra mano descansa el celular que Juani me trajo de Europa, un lindo modelo con tapita, lo último en tecnología y que acá cuesta un ojo de la cara.
"Es para estar más comunicados", dijo después de la maratón de sexo que tuvimos en mi casa el primer día que pisó Bueno Aires.
Juani y Zeke son tan parecidos y tan distintos.
―¿Estás bien con que te dejemos en la siguiente parada de colectivo? Tenemos que irnos para otro lado, perdón ―Bernardo me sorprende con esa pregunta. Entiendo que tengan sus planes, pero dejarme a mitad de camino para no gastar un poquito más de nafta y de tiempo, es de tacaño. Aunque no les guste, soy su nuera.
―Oh, sí, no hay problema. Está bien. ―no les daré el gusto de mostrarles mi malestar. Desde que su hijo menor se fue a España he sido el blanco de sus críticas. ¿Qué pensarían si deslizo que estoy sopesando la posibilidad de irme a vivir con Juani?
Bernardo estaciona junto al cordón, a media cuadra de la parada de colectivos. Agradezco saber moverme en transporte público y tener mi guía T en mi bolso.
¿Qué haría sin ella en casos como este en los que estoy en la mitad de una avenida en un barrio que desconozco?
―Gracias. Nos vemos ―Saludo sin compromiso real con mis palabras.
Teresita y Bernardo agitan sus manos, y con la suave bocina del auto despidiéndose, me dejan aquí en compañía de otras ocho personas de camino a zona norte.