Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Más directo que nunca, Eze me mira casi con enfado. Supongo que se cansó de mi tironeo sentimental y mis charlas insulsas por MSN.
―Quiero tener un bebé―trago y la lata cruje entre mis manos ―. Hace mucho que lo deseo y no es un plan que Juani comparta conmigo.
A juzgar por la mirada de desconcierto de Zeke, mis palabras lo toman por sorpresa.
―Él sostiene que no es el momento, que deberíamos esperar a que esté cerca de su retiro y , por el contrario, yo no creo que tengamos que esperar tanto. Juani dice que tener un bebé no le permitiría estar al ciento por ciento de su rendimiento.
―Bueno, tampoco lo estaría la gente común con un trabajo de 8 a 16, tener un hijo es demandante para cualquiera ―confiesa, irónico ―, aunque no me sorprende viniendo de Juani. Él siempre fue muy exigente consigo mismo, demasiado preocupado por rendir al máximo y por estar a la altura de lo que todos pretenden. Entiendo que la paternidad sería un escollo importante según su visión.
―Lo sé y creo que en el fondo sus padres siguen teniendo que ver en su decisión.
―De todos modos, ya no tiene veinte años. Es un hombre hecho y derecho. Están casados a los ojos de Dios y de la ley. ―me mira con la cabeza de lado.
―No nos estamos llevando bien; él se va por muchas horas a entrenar, yo me...aburro...―chasqueo la lengua y mi labio inferior comienza a temblar ―, sueno como una nena caprichosa, ¿no? ¿Cuántas mujeres quisieran tener mi posición, estar en mi lugar, sin tener que preocuparse más que por los horarios de yoga y tener la heladera llena? Y yo estoy acá, quejándome porque extraño Buenos Aires y a mi familia.
Zeke se levanta de su silla y toma asiento junto a mí, en el sofá. Me quita la lata abollada entre mis dedos y la deja en la mesa. Acto seguido, me junta las manos entre las suyas.
―Puede que muchas mujeres quieran estar en tus zapatos, pero vos no, y eso basta para que luches por lo que realmente querés. No está bien ni mal quedarse en su casa, haciendo las cosas domésticas, como tampoco si quisieras salir a laburar y ganar tu propia plata. Si decidís ser mamá, también es un sueño encantador ―su mano sube hasta la línea de mi mejilla, acariciándola con su áspero nudillo.
No me molesta, es la mano de Zeke.
―No me siento alegre, no me siento yo misma―mi lengua sale de mi boca absorbiendo una lágrima salada que toca mis labios. Miro de lado, perdida en las cortinas de las ventanas.
Zeke arrastra el resto de ellas, mojándose de las manos. No me indica que lo mire, pero el poder de sus ojos me obliga a hacerlo.
Ahora, sus palmas se acomodan en mi cuello, su suave calor conteniéndome.
―Nunca dejes de ser vos, ¿me escuchás? Que nadie, nunca, pero nunca, te obligue a cambiar ―su aliento choca contra mis boca fría e inestable ―. Sos única, especial, hermosa, sencilla, sensible...llorona ―me arranca una sonrisa triste y su agarre se afianza en torno a mi nuca ―. ¿Me escuchaste?