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Después de la interesante tarde de sábado, le siguió la del domingo, también en su casa

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Después de la interesante tarde de sábado, le siguió la del domingo, también en su casa. Esta vez, usamos la cama que armamos la noche en que se mudó y llevé más forros.

La ayudé a abrir cajas y acomodar cosas según sus indicaciones. La radio sonó de fondo durante todo el encuentro y fue entretenido conocer a alguien con otras aficiones e historia personal.

―Sin el tipo indicado, no quiero ser madre. De todos modos, no me desvela en este momento ―su confesión me descoloca un poco ―. ¿Y a vos? Ya sé que sos muy joven, pero ¿te gustan los chicos?

―No he tenido contacto con muchos. Es decir, en mi familia no hay ninguno y no tengo amigos que ya hayan sido padres. Supongo que con el paso del tiempo lo analizaré mejor ―soy vago en mi respuesta aunque tengo formada una idea.

Lo cierto es que en el fondo de mi ser, a pesar de odiar el matrimonio, pienso en echar raíces y tener una casita lejos de Buenos Aires para pasar el fin de semana o el ahorro necesario para pasar unas regias vacaciones con mi familia. Preferiblemente cerca de las montañas o de un río.

Celeste resulta ser muy abierta en sus comentarios; me habla de su ex pareja, dándome una buena idea de por qué a su hermano él no le caía muy bien.

―Por lo que me comentás, era un idiota de campeonato.

―Y yo le dejé serlo, así que era un tema de ambos ―responde. Por el modo en que habla de él, ella le había dado el oro y el moro y en cuanto lo necesitó su lado, el flaco la ignoró.

La sala se llena de silencio, no incómodo sino contemplativo. A la copa de cristal número cien a la que le quito el papel de diario, suspiro.

―¿Cuántas de estas heredaste?

―Muchas, ¿no? ―se echa a reír de lo más graciosa ―. Mi abuela tenía un anticuario. Antes de vender el negocio se deshizo de unas cuantas cosas, pero yo siempre le tuve afecto a las copas y a la porcelana que guardaba en su exhibidor. Me rompió el corazón cuando supe que el mueble lo había vendido. Valía mucho y le sirvió para cubrir las deudas del local ―explica y comprendo cuánto significa el mueble que le hice.

A medida que Celeste me hablaba de varios aspectos de su vida – como demasiados y muy pronto a mi criterio -, yo brindaba solo algunos detalles de la mía. No tenía cosas muy interesantes por contar, más que el abandono de mi mamá, la enfermedad de mi papá y el negocio que dejó a mi cargo.

―¿Tenés muchos amigos? ―pregunta mientras juntamos los platos que usamos para comer pizza frente a la TV. Son cerca de las 9 de la noche y es hora de volver a mi casa. Por la mañana, debo ayudar a Damián a cargar un pedido en la camioneta que me había prestado.

―No sé a partir de qué cantidad se supone que se traza la línea de muchos, pero podría contar...mmm...―abro la mano y nombré en voz alta ―: Quiquito, Julio, Ariel, Damián y Coni. Ah, y quizás pueda sumar a Juani.

"Algo más" -Completa-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora