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Me estiro en la cama y aunque al principio dudo de mi ubicación, caigo en la cuenta de que esta es la habitación de Zeke, el refugio donde estuve todo un fin de semana

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Me estiro en la cama y aunque al principio dudo de mi ubicación, caigo en la cuenta de que esta es la habitación de Zeke, el refugio donde estuve todo un fin de semana.

El mejor y más sexi fin de semana de la historia de los fines de semana.

Sexo a montones, palabras calientes a demanda, autoconocimiento y satisfacción desbordante. Bajo la flor de la ducha, con las manos en el mosaico empañado y el culo hacia arriba. Su dedo pulgar en el frunce de mi ano y su lengua haciendo vibrar mi clítoris. En ese mismo lugar, empalándome mientras él estaba de pie, sosteniéndose con una fuerza descomunal.

En el sofá del comedor, montándolo como una llanera endemoniada. Mis tetas siendo mordisqueadas y lamidas por su lengua preciosa, mientras que mis manos tironeaban del cabello en la cima de su cabeza.

Sobre una de las sillas que, robusta y todo, terminó perdiendo una pata en el traqueteo indomable al que sometí a Eze.

Nunca me había sentido así de libre, así de impactante. Provocativa y provocada al mismo tiempo. Deseada, mirada con hambre voraz y con frágil ternura.

No hay músculo de mi cuerpo que no se queje.

Mi vagina, incluso, arde un poco.

Pese a mis dolencias, sonrío sola. Tengo la mejilla sobre la almohada y mis brazos extendidos sobre mi cabeza. Mis pechos rozan la suave tela de la sábana, mi espalda desnuda mira hacia el techo.

Debería dejar de sonreír, debería sentirme sucia porque lo que pasó este fin de semana equivale a un problema con P mayúscula.

Cada palabra dicha a Ezequiel fue cierta: lo amo. Lo deseo al punto de la exageración. No había pasado un día – incluido el de mi boda – en el que no pensara en los "y si..." que se manifestaron en mi cabeza desde que tuvimos sexo por primera vez.

El dilema moral pesaba más que el martillo de Thor. En aquel entonces era una chica soltera, con una pesada carga sentimental y con un amigo por el que siempre sentí algo más.

El escenario actual es sumamente diferente.

Sí, me había ido de Barcelona en busca de tiempo y espacio. En busca del aire que no encontraba junto a mi marido. Desde mi llegada, los mensajes de Juani fueron breves, no más que un "¿cómo estás?" impersonal y vago. De hecho, no he tenido novedades suyas desde hace más de cuatro días.

Suena como una excusa barata, la justificación perfecta a mi actitud.

Absolutamente no. Lo que pasó con Ezequiel no puede ser catalogado como un simple polvo o una consecuencia de la poca importancia que mi esposo me da.

Levanto el cuello y miro mi anillo de bodas sobre la mesita de luz, el símbolo de fidelidad por antonomasia, el cual me quité en cuanto pisé la habitación de mi amigo. El objeto representativo de los votos eternos y planificación familiar que se postergaba a mi pesar.

"Algo más" -Completa-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora