Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Después de vomitar mis tripas, me siento junto al inodoro. Creo que ya no hay alimento sólido ni líquido en mi organismo. Juani está de pie junto a la puerta, de brazos cruzados y con el ceño fruncido.
―Te dije que te zarpaste con la comida ―avanza, llena el vaso del buche de dientes y lo carga de agua. Me lo ofrece y sigue en plan regaño ―: Estás comiendo un montón estos días.
Bebo un poco de agua y me refresca la garganta. Extiendo los brazos y me ayuda a levantarme. Me siento como un trapo de piso y lo peor, es que no puedo recriminarle nada porque realmente he estado muy ansiosa estos últimos días: un nuevo proyecto me tuvo muy compenetrada y nerviosa. Un proyecto que me fue designado expresamente y no podía fallar.
Lavo mi cara, lleno mis mejillas de agua y escupo. Juani me sostiene el pelo por detrás y me alcanza la toalla.
―¿Querés un té de manzanilla? ―me ofrece.
―Ahora no, gracias. Creo que me voy a acostar un rato. ―Agradezco que sea sábado y no tener que lidiar con un día de ausencia laboral.
―Bueno, yo tengo que hacer unas llamadas y si querés vemos una peli después, ¿sí?
Le doy un beso en la mejilla y me quedo unos minutos más en el baño, cepillándome los dientes y lavándome de nuevo la cara. El espejo no hace más que devolverme la imagen de un espectro: estoy ojerosa, pálida y mi cabello se pega en la zona de mi cuello y frente.
Arrastro los pies y camino hacia la cama. A lo lejos, el cuchicheo de Juani es lo único que escucho.
En la cama, siento chuchos de frío, lo cual no se condice ya que el día es muy agradable y ni siquiera es necesario prender el aire acondicionado. Cuando Juani regresa, al verme cubierta hasta la nariz y temblando, no duda y llama a la emergencia médica.
―No exageres. Me pegué una indigestión de la puta madre ―chillo. Odio a los médicos.
―Eso lo dirá un doctor, no vos. ―Exigente, presiona el número del servicio a domicilio y llama.
Dos minutos más tarde, después de oírle describir mis síntomas, vuelve agitando su celular.
―Listo, en un ratito están acá. ¿En serio no querés un tecito caliente? ―pregunta revolviendo cajones buscando, lo que supongo, es el termómetro.
Agito la cabeza negando, porque ahora mismo, siento los músculos tan entumecidos que no creo poder agarrar la taza sin volcarla siquiera.
***
Después de lo que parece una eternidad, escucho unas voces en la sala.
Los ojos me pesan y los abro con esfuerzo, en algún momento me quedé dormida.
―Coni, vino el doctor ―mi marido enciende la luz y me aferro a las colchas. La luz molesta horrores, sintiéndose como si los 47 Ronin de la película de Keanu Reeves estuvieran peleando en mi cabeza.