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A esa cena inicial le siguieron unas cuantas

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A esa cena inicial le siguieron unas cuantas. 

Mi hijo quedó fascinado con las máquinas del taller de mi amigo y mucho más, con los pequeños autitos de madera tallada que Zeke confesó haber hecho cuando tenía algún tiempo libre en su juventud.

Contar con él me dio aire.

De a poco, sentí que recuperaba mi eje, mi lugar en el mundo. Visité varias propiedades, desde casas con patio hasta departamentos con amplios balcones.

Dada la naturaleza inquieta de mi hijo, descarté los departamentos después de la segunda cita; la mayoría estaban ubicado en pisos altos y temerarios.

Así fue como pasó mi cumpleaños, el cual festejé en casa de mamá. Un encuentro familiar, pequeño e íntimo, en el que sumé a Zeke. Josefina me preguntaba a menudo qué sucedía entre nosotros y mi respuesta era la misma: "somos amigos, nada más".

Mentiría si dijera que mis sentimientos por él no crecieron, porque lo hicieron. Ver cómo interactuaba con mi hijo, lo bien que se llevaban, disparó mis sentimientos hacia un lado abrumador.

Ezequiel no estaba saliendo con nadie o al menos eso daba a entender. Reservado, su estado civil parecía información clasificada.

La culpa por seguir adelante no era agradable de sostener. Luché contra ella cada día de mi vida. Por las noches, lloraba pensando en Juani. Lo seguí haciendo más veces de lo que quería.

Mi suegra ni siquiera intentó acercarse a su nieto y la odiaba por eso.

Llegando al mes de agosto, con la totalidad de temas legales resueltos y el dinero en mi cuenta bancaria, fui a visitar una casa con mi hermana Josefina. Ella quiso acompañarme a pesar de su enorme barriga.

―Prometéme que no vas a parir en la mitad de la muestra ―la amenacé dentro del Ford Ka usado con pocos kilómetros y buen motor que compré dos meses atrás. Ariel, el amigo y mecánico de Zeke de toda la vida, me lo ofreció con toda seguridad y lo acepté a cambio de un buen precio.

―No me niegues que no le daría emoción al momento, ¿ah? ―Sube y baja sus cejas, cómica.

A doce cuadras de mi casa materna, más lejos de lo que ansiaba, nos detuvimos. A simple vista, el lugar se veía un poco desmejorado, pero nada que un corte de césped, una capa nueva de pintura, incluso poner iluminación en el porche, no pudieran remediar.

Inspiré profundo ante la apreciación y entré después de las presentaciones de rigor entre mi hermana y yo y Vanesa, la agente inmobiliaria.

Se trataba de una casa antigua, una de las más viejas del barrio, con techos altos, de más de tres metros. Sus paredes eran de un azul marino intenso, y a pesar de del color oscuro, me transmitieron calma.

Como la habitación de adolescente de Ezequiel.

La sala era amplia y la cocina abierta, siguiendo los actuales patrones estéticos de "concepto abierto". Sin dudas, era más interesante por dentro que por fuera.

"Algo más" -Completa-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora