Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Han pasado dos semanas desde que Ezequiel y yo nos encontramos "accidentalmente" en casa de Josefina. Dos semanas desde que me desperté en el sofá-cama de mi hermana con el recuerdo de haberme quedado dormida en los brazos de mi amigo.
Miro mi reloj y me dispongo a hacer lo que prometí ayer por la noche antes de irme a acostar: visitar a Ezequiel a su taller y pedirle que me acompañe a ver una casa a tres cuadras de allí.
La venta del departamento de España es un casi un hecho según lo estipulado por el abogado que ha estado llevando adelante las cuestiones legales de Juani y estoy dispuesta a invertir el dinero en un hogar para Enzo y para mí. No quiero seguir viviendo en la casa de mi madre porque aunque ella no tenga objeciones, salir de la mano con mi hijo y que su abuela paterna ni siquiera se digne a abrirnos su puerta, es más de lo que puedo tolerar.
Necesito un lugar en el cual trazar una nueva historia, crear nuevos recuerdos, cerca de mi hermana y de mi madre, pero nuestra. Odio patear las cajas que aún se apilan en mi habitación de soltera. Lo único con lo que me he quedado.
¿Los muebles? He dejado todo en Italia. Después de todo, el departamento estaba amoblado y la decoración del cuarto de Enzo cabía en un par de cajas.
Ni siquiera su cama de niño grande tenía personalidad; yo moría por comprarle una cama en forma de auto que vimos en una tienda del centro de Milán, pero Juani ni siquiera le importó en donde dormía su hijo.
Enojada, compré una sencilla de color blanco.
Perfectamente adaptado a su nuevo grupo de amiguitos, mi hijo es un campeón. Es dulce, amable, generoso y un gran compañero. Como es lógico, pregunta por su papá y me parte el alma, pero la psicóloga a la que lo he estado llevando desde hace un mes me aseguró que forma parte del proceso de sanación por el que todos estamos atravesando.
Contenido en su escuela y en su casa, él se muestra como un niño feliz.
Cuando al otro día llego al taller, el ruido en la carpintería es ensordecedor y sonrío con los ojos cerrados. Había echado de menos el sonido frenético de las herramientas y la música de rock nacional ochentoso de fondo.
Aplaudo fuerte y grito aún más alto para que alguien me escuche.
―¿Coni? ―uno de los muchachos que recuerdo como Ricky, se abre paso entre las mesas y me saluda ―. ¿Cómo estás? Mmm, lo siento mucho. ―el pésame cae de maduro.
―Gracias, sos muy amable.
―¿Buscás al jefe? ¿Sabe que venías?
―Sí, lo busco. Y no, no le dije que venía.
―Ah, qué pena, che. Porque salió temprano con la camioneta a dejar un mueble. ―se rasca la nuca, preocupado por mi sorpresiva visita.
―Oh, bu-bueno, supongo que entonces me voy...no importa...―mis manos se muestran inquietas sin haber trazado un plan B.