Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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Los pulmones me arden a causa del invierno. Aun no me acostumbro a que haga tanto frío en una época del año en la que hace solo un puñado de años atrás disfrutaba la pileta en el fondo de la casa de mis padres y sudaba a litros.
Paro la pelota con el pecho y me tengo confianza como para pegarle de una; lo hago, mi remate sale fuerte y al ángulo, pero nuestro arquero suplente mide como dos metros y la llega a desviar sobre el travesaño.
Me agarro la cabeza, recibo algunos aplausos de mis compañeros y del entrenador. Correteo hasta el punto del córner y espero por los rezagados defensores.
Son lentos, muy lentos, y nadie me escuchó cuando en el vestuario dije que debemos ser un equipo más explosivo y dinámico.
Esa línea ha sido lo que dilapidó la relación cordial que mantenía con el director técnico; el muy imbécil se cree que se las sabe todas y que él y solo él tiene la verdad absoluta.
Lo que es peor, es que me la juega por atrás. Las autoridades del club me han citado para estudiar "mi futuro", probablemente para ofrecerme un contrato de mierda o mandarme a préstamo a algún club sin ninguna clase de competitividad.
Es difícil mantener la cabeza enfocada cuando somos muchos para ocupar un mismo puesto de trabajo. Sí, puede que jugar sea el sueño de mi vida y no tendría que quejarme ya que no estoy levantando bolsas en el puerto, pero es una carrera frustrante y poco simpática cuando uno es bueno, pero no lo suficientemente bueno.
Messi hay uno solo.
―Vamos, tío, que se van a congelar allí esperándote―el grito de Abdul Ramos, el técnico, me pone los pelos de punta. Él no ha llegado a jugar ni siquiera en primera división y se cree que es tan buen entrenador como Alex Ferguson.
Levanto el brazo indicando la posición de mi tiro y le pego a la pelota; esta gira haciendo un gran efecto y se le mete al arquero por detrás. Es gol olímpico.
Mis colegas sacuden sus brazos en señal de aceptación, aunque los defensores no se han puestos muy contentos por haber sido ignorados.
―Veraglia. Afuera. Castro, adentro ―Ramos señala el banco de suplentes y me quedo de piedra, esperando explicaciones que no llegan.
―P-pero ¿por qué? ―Abro las manos en señal de protesta.
―Porque es de pendejo egoísta lo que has hecho. Tus compañeros recorrieron muchos metros para que no los tengáis en cuenta.
―¿No tendría que ser parte del juego tener un plan B? ―Critico, al borde de mi juicio.
―¿Quién es el técnico aquí? ―sus largas zancadas devoran la distancia entre nosotros. Sus cejas pobladas se unen en una "V" amenazante ―. Vamos, dímelo sabelotodo, ¿quién manda aquí? ―Las gotas de su saliva impactan en mi cara; puede que sea unos centímetros más alto que yo, pero lo supero en fuerza física.