Juan Cruz y Ezequiel son amigos desde pequeños. Su amistad es inquebrantable y se complementan a la perfección. Sin embargo, cuando una tarde de verano un camión de mudanza se detiene en su barrio, las cosas toman un drástico giro: Coni será la nuev...
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―¡Pará, boludo!¡Pará! ―A grandes zancadas logro alcanzar a Juani, perdido a mitad de cuadra. Sus orejas están rojas y la tensión endurece sus rasgos.
―Para ¿qué? Quedé como un imbécil, ahí arrodillado. Dando lástima como un idiota.
―No seas tan duro con vos mismo, la agarraste desprevenida ―no quería decir las benditas palabras "yo te lo dije", pero...Yo se lo dije.
Cuando la semana pasada se contactó para contarme cuál era su plan, perdí la cabeza. En silencio, peleando conmigo mismo, me prometí darle mi consejo como amigo e ignorar mis propios sentimientos.
Dejé de lado mi amor por Coni. Mi cariño por Juani. Toda una historia de amistad podía quebrarse frente a mis ojos y en mis manos estaba la posibilidad de que eso no suceda.
¿Qué hice entonces? Abrir mi corazón, o al menos el casillero que no tenía a su novia como protagonista.
―Es muy prematuro pensar en un casamiento, Juani. ¿Estás seguro? ―pregunté. Cuando me contó que le compró un anillo, me quedé mudo. Debió repetir varias veces mi nombre para devolverme a la realidad. Por suerte, a través del MSN no podía ver mi cara de culo ni las astillas de mi corazón resquebrajado. Si Coni aceptaba, nuestro futuro estaría sentenciado.
―La amo. Sé que quiero estar con ella eternamente. ¿Qué me importa si tenemos 23, 30 o 70 años? ―Había dicho, golpeándome de nuevo como a una bolsa de boxeo.
En ese momento comprendí su urgencia; yo también la tendría si no fuera porque aún pensaba que el matrimonio era un papel inútil. Mis padres, casados ante Dios y con el sello de la ley, no habían funcionado. Habían estado unidos por la fuerza de una institución más tiempo del necesario. De no haber existido la famosa libreta roja, se hubieran ahorrado años de desdicha y reproches.
Sinceramente, no creí que Coni reaccionara del modo en que lo hizo, pero su cara de horror fue suficiente muestra de asombro...y negación.
De haber apostado por su fácil "sí", hubiera perdido como un campeón; me jugaba la cabeza que estaría nerviosa, pero no que pondría en duda su propia decisión.
―Estaba aterrorizada, ¿no la viste? ―Se queja. Su voz nunca fue tan aguda como ahora. Estamos a unas casas del dúplex de Coni y no conozco tanto la zona como para fiarme de que no nos vayan a afanar; Juani empilcha de primera, tiene un celular más moderno que el de cualquiera de nosotros y no da para exponernos a estas horas.
―Sí, bueno, creo que sí. ―le doy una palmada en la espalda ―. Ahora, volvamos. Sentémonos en el porche aunque sea.
Juani me mira y asiente, recordando que esto es el conurbano bonaerense y no España.
Ver así de despedazado a mi amigo me duele; se vino en un vuelo relámpago para acompañar a su novia en este momento y no recibió la mejor de las bienvenidas.