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Muy cansada, con un café entre manos, llego a la oficina

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Muy cansada, con un café entre manos, llego a la oficina.

Después de pasar una noche de mierda, inquieta y preocupada, me levanté con un nudo en el estómago y unas náuseas horribles.

Obviamente, no estoy embarazada, ya que ni siquiera recordaba la última vez que Juani me había puesto un dedo encima. ¿El veredicto? Estrés ante lo que pasó y dolor por lo que viene.

Dejé a Enzo en el jardín, con una sonrisa llena de dientes pequeños y muchos besos, y agradecí que al menos él sonriera y estuviera feliz. Mis grandes gafas evitaron preguntas curiosas de las madres y de las maestras. Escapé como pude del colegio de mi hijo y subí al metro.

Pasé por la cafetería de Cristiana y recogí mi café recargado.

Negro y amargo. Como mi corazón.

Apenas atravieso la puerta de las instalaciones del club, los saludos de la gente se transforman en miradas curiosas y sonrisas a medias. ¿Qué rayos pasa?

―Hola a todos ―mis compañeros estaban acostumbrados a que los saludara en castellano, aunque el resto del día me comunicara en el idioma local.

Las caras compungidas me dan mala espina.

¿Escucho a alguien llorando en el fondo?

El clima es denso; Ikai tiene los ojos colorados en tanto que Alba me mira y corre hacia el baño.

―¿Qué pasa? ―no había manera de que lo preguntara en italiano.

―A mi oficina, por favor ―Mi jefe Donato me ordena.

Todos están con una actitud de mierda, comportándose de un modo extraño, distante. ¿Ya se corrió el rumor de lo mal que nos estábamos llevando con Juani? ¿Habrá destruido las instalaciones del club como lo hizo con las camisetas de nuestro armario?

―¿Me estás por despedir? ―Esperaba que no, porque pese a tener ahorros suficientes para una temporada, yo necesitaba seguir trabajando, estar entretenida para preservar mi salud mental.

―No, ojalá fuera eso ―sus palabras no me animan en absoluto.

Donato rodea su escritorio repleto de papeles y se sienta en su cómodo y nuevo sillón de cuero negro. Más de cerca, y aun a través de sus gafas de aumento, veo su mirada adolorida y el tic nervioso de su ojo izquierdo.

―Supongo que no checaste tu teléfono ―Es reconfortante que me hable en español. Con lo nerviosa que estaba, mi cerebro no admitía otra lengua.

―No. Acabo de dejar al nene en el colegio y vine apretada en el metro como para maniobrar mi celular.

―Entiendo.

―Yo no, así que explicáme, si sos tan amable.

Vuelve a limpiar su garganta, ganando tiempo.

"Algo más" -Completa-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora