Capítulo 72

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Los días han transcurrido y he seguido igual.

Estamos a diecinueve días para las vísperas navideñas. Y siendo honesta, no me interesan este año. Estoy sola. No tengo a mi familia. La que creí construir me destruyó en todos los sentidos. Solo por una persona miserable.

He estado encerrada en la habitación durante todo este lapso. No quiero ver a nadie. No quiero salir. No quiero nada. Solo estar sola.

Mis alergias han empeorado un poco, mojarse bajo la lluvia no es muy bueno que digamos. Menos cuando es de noche, con el frío de diciembre consigo. Bruno se ha encargado de velar por mi salud. Aún cuando le he dicho que me deje tranquila. Se esmera en llevarme la contraria.

Miro los anillos en mi dedo, los sollozos son difíciles de controlar. Me duele el pecho, como si me hubieran drenado toda mi vida. Dejándome completamente vacía.

A esto me refería cuando dije que temía ser herida, de nuevo. Mis decepciones amorosas del pasado me crearon una barrera que Eros derrumbó al pasar nuestra convivencia. Cuando me entregue a él por primera vez. Cuando comprendí que solo lo amaría a él.

Aún lo amo

Pero me ha herido. Me ha lastimado. Golpeado el alma. Apuñalado el corazón. Dejándome desangrar.

Jamás creí que mi vida sería dolorosa. Más de lo que ya fue. Lo único que quería era que mi madre me abrazara, que me dijera que todo estaba bien. Que son cosas de la vida. Que el dolor iba a pasar. Pero, resultó ser lo opuesto. Son las voces de mi cabeza conmigo. El silencio de mi corazón. El dolor de mis lágrimas. Los gritos de mi alma y yo. Contra esta mierda.

Unos golpes en la puerta me informan que han mandado mi comida. Siendo honesta, no he probado casi nada. No respondo. Me quedo en mi posición fetal, cubierta por la manta. En mi cueva de depresión.

La puerta se abre y alguien se adentra a mi habitación. Puedo ver la sombra que hace debido a la luz del pasillo. Me quedo ida, siento como alguien se sienta a mi espalda. Caigo en cuenta de que pueden ser dos personas.

Bruno o....

—Pequeña. Levántate.

La voz de Lorenzo es algo neutra pero en el fondo, muy en el fondo, es apagada.

Lo ignoro, como he hecho todos estos días.

—Shein, hablo enserio.

Giro para mirarlo. Nota mis ojos rojos e hinchados por el llanto. Hace una mueca de disgusto para negar con su cabeza. Sus puños se cierran en un puño sobre sus piernas. Esa mirada fija pero dura que observan el suelo como si estuviera su enemigo más despreciado en el.

—Debí cuidarte mejor —murmura.

—No fue tu culpa —respondo bajo.

Sonríe amargamente para mirarme con esos ojos verdes. Verde que me recuerdan a el.

—Le advertimos que no te lástimara. Que te protegiera —comenta dejándome perdida. No recuerdo haberlos visto en la... casa—. El juró que no te iba a hacer daño. Maldito mentiroso.

—¿Podemos dejar de hablar de él? —suplico en un hilo de voz.

—Siéntate. Debes alimentarte —pide haciendo caso a mi petición.

Voy a protestar cuando me advierte con su dedo señalador. Me siento de mala gana, mareandome en el acto. Menea su cabeza para sentarse a mi lado. Toma la bandeja que ha dejado en la mesa que está al lado de mi cama. La coloca sobre mis piernas, esperando que tome el primer bocado.

—¿Vas a irte? —pregunto sin ánimos.

—Si. Cuando termines el plato.

No tengo hambre

1:La Muñeca de la mafia [Mentiras Y Secretos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora