El día que se conocieron

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El día recién comenzaba, era una mañana con el sol puesto y luminoso, pero con la temperatura fresca y vientos helados. Angélica había venido junto a su pequeño niño de tres años y su niñera a este viaje de trabajo.

No fue sencillo encontrar un lugar donde hospedarse, ya que este lugar se trataba de un pueblo retirado de la ciudad. Afortunadamente, encontraron una pensión acogedora, era cómo una pequeña hacienda que rentaba habitaciones.

Apenas se instaló Angélica se preparó para la cita prevista que tenía con un importante cliente de la empresa de dónde trabajaba. Trataba de verse lo más presentable posible, pues dependía de esta reunión su permanencia en la empresa.

-Martha, ya me voy. Tratare de desocuparme lo más pronto posible. Cualquier cosa me llamas.

-Sí, no te preocupes, ya vete -le dijo Martha, una señora de cincuenta años algo robusta y de piel morena.

-Bien, bien -Angélica tomó su bolso y le dio un beso en la frente a Axel, su hijo-, pórtate bien travieso.

Estaba a punto de salir por la puerta cuando una llamada de su esposo la detuvo.

-Hola amor -respondió ella-, sí, si ya nos instalamos. Ya te envié la ubicación. Sí, cuando regrese te llamó. Bien, bye te amo.

Al terminar la llamada se apresuró a llegar al lugar de la cita. Fue difícil encontrar el lugar, ya que el camino era de terracería y estaba rodeado de maleza seca. Cuando llego y miro la pista de aviones, soltó el aire retenido, por poco pensaba que estaba perdida en medio de la nada.

Salió de su auto dejándolo a la orilla de la pista de aterrizaje. ¿Pero dónde demonios estaba el cliente? No lo miraba por ningún lado. El sol la encandilaba dificultando aún más su búsqueda. Así decidió caminar hacía aquella avioneta que estaba en el medio de la pista. Seguro por la descripción que tenía en su informe, era la avioneta que su empresa le estaba tratando de vender a ese cliente. Ella solo había venido a cerrar la negociación de esa venta.

Seguía sin encontrarlo. ¿Acaso la había dejado plantada? ¿O es que ella se había retrasado tanto y él se harto y se fue? ¡No! ¡No! Maldecía en sus adentros. Si fallaba en esta venta su trabajó se iba al carajo.

Se giró dándole la espalda a la avioneta para llamar a su jefe y explicarle la situación. No obstante antes de hacer la llamada, una voz gruesa masculina que sonaba algo entusiasta la hizo que se sobresaltara de la sorpresa.

-¿Me buscabas?

Inmediatamente, se dio la vuelta topándose con un hombre muy alto y muy atractivo de contextura atlética y musculosa. Un hombre con un rostro armónico y equilibrado; nariz recta, fina y delgada, su punta afilada pero no en exceso. Además de su mandíbula divinamente marcada y sus ojos verdes penetrantes marcados por unas pobladas cejas bien definidas, y de cabello oscuro, pero que con los rayos del sol brillaban en un tono castaño dorado.

Angélica se quedó atónita mirando aquel hombre, nunca en su vida había mirado a alguien tan bello, le parecía irreal.

-¿Está bien? -pregunto el hombre.

Ella sacudió la cabeza tratando de recuperar sus sentidos.

-Sí, sí. Lo siento -dijo extendiendo su mano para saludar-, soy Angélica señor... -le quedo en la punta de la lengua su nombre.

«Demonios», no podía recordar su nombre.

-Renzo Guidacci -le aclaro al comprender que no podía nombrarlo. Al igual extendió su mano estrechándola con la de ella. En ese instante sintió una torrente eléctrica que lo obligó a retirarla de inmediato. Se preguntaba si ella había sentido lo mismo.

Vuelo A La Libertad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora