El origen del infierno

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Una hermosa madre que dejaba a su hijo en el preescolar llamaba la atención de todos, especialmente de los padres de los niños, las madres miraban con recelo a está bella dama, y es que Angélica irradiaba un brillo especial, no parecía la mujer gris de los días anteriores.

Antes de que Axel ingresara a clases, Angélica se agachó para despedirlo con un acogedor abrazo.

—Mami hoy te miras muy bonita.

—¿De verdad? —frunció el ceño incrédula.

—Sip. Me gusta mucho cuándo sonríes. Me pone muy feliz verte así —el niño tomó las mejillas de su madre mientras le sonreía con los ojos enchinados.

—Oh —su comentario la tomó por sorpresa, le sorprendió el hecho de que su hijo podía ser muy perceptivo para su corta edad, y más se sorprendió que su alegría se le contagiara al pequeño—. Bueno trataré de sonreír más para hacerte muy feliz.

—Okey. Es una promesa.

Los dos estrecharon sus dedos meñiques sellando esa promesa. Angélica se puso de pie y cuando Axel ya estaba a punto de entrar, alguien le gritó con gran entusiasmo.

—¡Enano! —gritó un hombre por detras de Angélica.

—¡Tío! —gritó con emoción el niño al correr hacia él y saltar a sus brazos.

Angélica apenas reconoció su voz rodó los ojos y exhaló fastidiada.

—Que tal Javier —saludó educadamente, qué más. No le quedaba de otra, era familia.

—Hola cuñada. Esperó no te moleste que haya venido a pasar a saludar a mi sobrino.

—No me molesta, pero no es lo ideal. Se le está haciendo tarde a Axel.

—Tu mamá tiene razón Axel. Ya debes de entrar.

—Sí tío.

—Dame un abrazo antes de que te vayas.

El niño le dió un gran abrazo y después se marchó.

—Apenas regresé quise verlo.

—Ah sí —no me interesa, quiso decir Angélica, pero se lo aguardó—. Bien, me saludas a Helena y a tu hija Mía.

—Les diré de tu parte...

—Bye...

Angélica no tardó mucho en irse, conversar con el hermano de su esposo era muy incómodo, más que nada porque no sostenían una buena relación. Hubo un tiempo en que Angélica si lo apreciaba, él era el único miembro de la familia de su esposo que no le hacía malas caras y que siempre trataba de incluirla con el resto. Pero todo ese respeto y estima se desvanecieron el día que se dió cuenta del alacrán que era.

Un día de repente Gustavo comenzó a tratarla con desprecio humillandola sin razón, todo en su esposo había cambiado, aunque desdé novios él siempre había sido testarudo y explosivo, jamás había llegado a esos extremos que estaba experimentando Angélica en aquellos días.

¿Por qué de repente su esposo le reprochaba tantas cosas?

Parecia que no era él, sino que esas palabras rebuscadas que utilizaba pertenecían al dialecto de otra persona. Gustavo no era una persona precisamente con una gran inteligencia, de hecho era demasiado simple y sencillo en toda su personalidad, esa forma de explicar y envolverla, era demasiada extraña, simplemente él no tenía la capacidad mental de pensar tanto. Esas palabritas sonaban a su... cuñado.

—¿Para que me sirves? Para nada, no trabajas, solo me pides dinero. Solo estás conmigo por interes. Tu y yo no tenemos futuro —le decía con palabras bruscas Gustavo.

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